La venganza jesuita

Pablo Bustamante Pardo
Director de Lampadia

Cuando al Cardenal Vargas Alzamora le preguntaron si había ido a visitar a Vargas Llosa escondido en un auto, él respondió: “No lo he visitado…”, y dentro de sí se dijo: “… esta mañana”.
Ejemplo de una institución jesuita llamada: ‘Reserva mental’, obviamente diseñada para la manipulación política.

Siempre pensé de los jesuitas como manipuladores, pero esta anécdota le dio mucho significado.

Cuando uno se pregunta cómo, con tanta información histórica sobre el fracaso de los socialismos en el mundo, en nuestra región, y en nuestro propio país, seguimos sin abrazar las ideas de la modernidad y el desarrollo, excepto durante espacios efímeros, abundan respuestas vacías.

Por ello, en mi opinión, el artículo de Axel Kaiser que compartimos líneas abajo, ‘La venganza jesuita’, presenta un análisis enjundioso del ADN político de los latinoamericanos, que nos tiene lastrados en la periferia de la modernidad.

“Solo un Papa jesuita como Francisco, fiel exponente de esa religión política, podría haber declarado que “son los comunistas los que piensan como los cristianos”.

Con esas ideologías comparten el antiliberalismo, el anticapitalismo y el antirracionalismo.

En otras palabras, jesuitas como Francisco rechazan los ingredientes esenciales de la vida moderna. Por eso prefieren santificar la pobreza y la miseria antes que celebrar la riqueza”.

Nunca hemos podido entender que el desarrollo no tiene color y que la gran tarea de los gobiernos debe ser la creación de riqueza sin complejos.

No podemos perdernos los beneficios sociales y económicos del mundo moderno, especialmente ahora que las nuevas tecnologías aportan grandes mejoras en educación, salud e infraestructuras. Si por culpa de la prédica socialista, nos alejamos de los estándares de vida de los países más desarrollados en Norte América, Europa y Asia, se abrirá una brecha imposible de remontar. Como hemos afirmado anteriormente, estaríamos condenando a nuestros pobres a vivir en los arrabales de la globalización.

Limpiemos nuestros cerebros de prejuicios anti desarrollo. El ser humano viene de la pobreza, pero la organización social, política y económica de la humanidad de los últimos 200 años, ha permitido llegar a una calidad de vida muy alejada de la pobreza, con ingresos que permiten una alta esperanza de vida, altos estándares de educación y salud, y magníficos niveles culturales.

No podemos ofrecer nada menos a nuestro ‘pueblo’.

Veamos el artículo de Kaiser:

Fundación para el Progreso – Chile
Axel Kaiser
Publicado en El Mercurio
30.07.2022

Pocos grupos en la historia de América Latina han hecho un mayor daño al bienestar de sus habitantes que los católicos jesuitas. Como explica Loris Zanatta en un fascinante libro sobre el populismo jesuita, estos han estado detrás de los peores populismos regionales siendo maestros, asesores e inspiradores de dictadores y aspirantes a dictadores como Juan Domingo Perón y Eva Perón, Fidel Castro y Hugo Chávez, sin mencionar su rol en la teología de la liberación.

El tema central en el populismo jesuita es la idea de que la salvación de las almas, el encuentro con el cuerpo de Cristo, solo puede darse en la unicidad, es decir, en la más absoluta sumisión de los individuos al colectivo. Si hemos de tener una auténtica comunidad, con genuinos lazos de amor fraternal como el que predicaba Cristo, la experiencia vital debe ser la misma para todos. Como consecuencia, el enemigo principal del jesuitismo católico es el liberalismo y el mercado. El liberalismo, al poner el énfasis en el individuo y sus derechos, promovería una ética del egoísmo que disgrega a la comunidad creando desigualdades y diferencias de destino que hacen imposible reconocer a sus integrantes como miembros del cuerpo de Cristo. La solidaridad, la experiencia común a la que hemos de estar todos sometidos, se desintegra y con ella el amor fraternal.

El capitalismo, por su parte, sería esencialmente anticristiano, porque corrompe la moral con su materialismo llevando a las personas a buscar sus propias satisfacciones hedonistas en lugar de compartir, como lo haría Cristo, con los más débiles y pobres el sufrimiento que estos padecen.

Por eso, cuando los jesuitas instalaron sus misiones en Paraguay prohibieron la propiedad privada para los indígenas, fusionaron la ley y la fe creando un Estado ético, pues todo tenía que ser un tributo a Dios, desde la familia a la economía. De lo que se trataba no era de la búsqueda de progreso material, sino de la perfección moral, de la salvación de las almas creando a un hombre nuevo libre de egoísmo.

Todo este orden teocrático se encontraba bajo la dirección de los padres jesuitas, casta que se presentaba como casi divina en su misión de educar y salvar al pueblo. En cierto sentido, los jesuitas crearon los primeros experimentos comunistas de la América colonial y sin duda fundaron una religión política que perdura hasta hoy.

Solo un Papa jesuita como Francisco, fiel exponente de esa religión política, podría haber declarado que “son los comunistas los que piensan como los cristianos”.

No todos los jesuitas siguen esta línea desde luego. Y tampoco es que los jesuitas sean, estrictamente hablando, marxistas. Es más bien al revés: muchos son católicos que vieron en el marxismo —y en el caso argentino en el fascismo—, vehículos que les servían para avanzar en la construcción de su ideal de cristiandad, para alcanzar el reino de Dios sobre la Tierra. Con esas ideologías comparten el antiliberalismo, el anticapitalismo y el antirracionalismo.

En otras palabras, jesuitas como Francisco rechazan los ingredientes esenciales de la vida moderna. Por eso prefieren santificar la pobreza y la miseria antes que celebrar la riqueza y les es más fácil promover tiranos católicos que apoyar a demócratas liberales. El populismo jesuita, anclado en nuestra matriz cultural, es fundamental a la hora de explicar por qué América Latina cae una y otra vez en experimentos refundacionales. Cada vez que el liberalismo logra avances sustanciales, este regresa para vengarse y demoler lo conseguido.

Nuestra región, predominantemente católica, lleva siglos en este conflicto y continuará en él porque porta en su ADN la reacción en contra de la modernidad racional y liberal a la que ve como incompatible con el ideal de vida cristiano. Por eso Perón decía que su misión era restaurar la “argentinidad”, cuya esencia era “el más puro sentimiento cristiano.” Eva, asesorada por el jesuita Benítez, afirmaba que el peronismo era “la esencia misma de Jesús”. Castro, educado como un anticapitalista católico por jesuitas, afirmaba que “Cristo predicó lo que estamos haciendo” y añadía que buscaba crear moral y materialmente la “sociedad perfecta”. Hugo Chávez, asesorado por jesuitas como el padre Jesús Gazo, sostenía que Cristo había sido “el más grande socialista de toda la historia”.

El socialismo en Chile contó también con el apoyo de vastos sectores del mundo católico que llegaron a crear el movimiento de sacerdotes “cristianos por el socialismo”, en apoyo de Salvador Allende. Hasta el día de hoy no es exagerado afirmar que cierta intuición moral organicista y anticapitalista predomina en buena parte del mundo católico nacional, incluso del que dice rechazar a la izquierda. Así las cosas, no es extraño que después del período liberal más radical y exitoso de su historia moderna, en Chile la venganza jesuita se haga presente de manera virulenta.

El terreno estaba fértil para que aparecieran los profetas de esa vieja religión política, la misma que abrazaron Perón, Castro y Chávez. Como los anteriores, nuestros profetas se sienten llamados a purificar moralmente a la sociedad de sus desigualdades y del egoísmo individualista que la ha corrompido bajo el “neoliberalismo”. La gran pregunta es cuál será el nivel de destrucción institucional y civilizatorio que van a provocar en esta ocasión. El 4 de septiembre tendremos parte de la respuesta. Lampadia




La verdadera María Magdalena

En esta semana santa queremos compartir con nuestros lectores el artículo de The Economist sobre la película María Magdalena, recientemente estrenada, de los guionistas Helen Edmundson y Philippa Goslett y el director Garth Davis, que se propone una tarea audaz: rescatar a María Magdalena de una tradición milenaria de prejuicios y malas interpretaciones.

María fue uno de los más cercanos seguidores de Jesús, un apóstol clave y testigo de primera lñínea de algunos de los eventos más importantes de su vida, pero ha sido errónea e injustamente refundida en la tradición popular como una «mujer caída», y hasta como «prostituta».

“Durante siglos se ha ofrecido una imagen distorsionada de María Magdalena como una simple prostituta redimida por Jesucristo cuando la “realidad” -en este caso concreto me cuesta hablar de ello sin entrecomillarlo- es que jugó un papel de mucha mayor importancia en la vida del hijo de Dios y la posterior expansión de su obra”, dice el tráiler de la obra.

Jesús dijo: “Quién esté libre de culpa, que tire la primera piedra”. Una de sus importantes enseñanzas que no se aplicó a María Magdalena, y que no sabemos aquilatar.                  

El drama mostrado por Davis, sugiere que María Magdalena era una mujer muy inteligente e ingeniosa que rechazó las normas masculinas del matrimonio establecidos por la sociedad, e insistió en seguir a Jesús. Esto fue lo que la hizo (al menos inicialmente) condenada como loca o poseída: es completamente convincente. Cuando ella toma su nuevo rol entre los apóstoles, la película sugiere que ella sí se convierte en una pupila favorita y fue permitida a confesarse en las laderas donde predicaba Jesús.

De hecho, ‘María Magdalena’ muestra a su protagonista como una librepensadora tan adelantada a su tiempo que hasta varios miembros de su familia llegan a creer que un demonio está controlando sus acciones tras la enésima negativa a casarse y llevar la vida que todos esperaban de una mujer en aquel entonces.

La película lleva a la audiencia a través de los eventos de la escuela dominical, como la resurrección de Lázaro, el domingo de Ramos, la expulsión de los mercaderes del Templo, la Última Cena y, por supuesto, la Crucifixión en sí misma. Lampadia

El Evangelio según María

Redimiendo a María Magdalena

Una nueva película ofrece una nueva lectura de la seguidora más importante y más incomprendida de Jesús

 

The Economist
19 de marzo, 2018
Traducido y glosado por Lampadia

Cada generación de artistas ha aportado sus propias sensibilidades y experiencias a la representación de historias cristianas canónicas. Giotto, un pintor italiano, estableció escenas bíblicas en la Toscana medieval. Rembrandt le dio a Amsterdam un toque de su estilo mercantil del siglo XVII. «María Magdalena» es similarmente una narración de algunos de los principales eventos de fe desde una perspectiva del siglo XXI, una que toma en serio los textos originales, pero se propone despegar eones de prejuicios sexistas. Es una movida audaz, especialmente para cineastas con un historial impresionante, pero que no tienen experiencia en temas espirituales.

En el centro de la película «María Magdalena» está la idea de que la seguidora más importante de Jesús debería ser desagraviada y colocada en un lugar central y único que puede considerarse como parte de la narrativa fundadora de la cultura occidental. El Nuevo Testamento tiene mucho que decir acerca de esta figura enigmática, pero de ninguna manera es exhaustiva. Dice que ella, junto con otras mujeres, acompañó a Jesús y los discípulos varones mientras predicaban y sanaban. Su relación con el Mesías aparentemente comenzó cuando la libró de muchos demonios; ella miró la crucifixión y fue la primera en ver y hablar con él después de su resurrección. Pero aparte de esa escena sorprendente, la Biblia nos dice poco sobre el contenido de su relación con Jesús.

El objetivo declarado de la película es exonerar a María Magdalena de un cargo de siglos de antigüedad y una idea errónea común. En el siglo VI, la iglesia romana opinó que ella era la misma persona que la mujer pecadora sin nombre que, en otra escena del Nuevo Testamento, limpia los pies de Jesús con lágrimas y perfume (la iglesia ortodoxa nunca aceptó esta fusión). Este pronunciamiento papal no era lo mismo que declarar a María Magdalena una prostituta. En muchas versiones medievales, se la describe como una mujer promiscua y rica, aunque no necesariamente una que tomó dinero por sexo. Pero esa percepción pasó a la enseñanza y ciencia católica.

Interpretada por una ensoñadora y melancólica Rooney Mara, la película María Magdalena tiene talentos espirituales únicos. Ella entiende el mensaje de Jesús, incluida la amarga verdad de que debe ser crucificado, de una manera que los discípulos masculinos a menudo no lo hacen. (Es un entendimiento que comparte con María Magdalena, la madre de Jesús). Los seguidores varones de Jesús esperan que restaure un reino judío terrenal: María Magdalena es la primera en comprender que el «reino de Dios» es un estado espiritual que no debe prevalecer por la fuerza de armas, sino alojarse en el corazón de los hombres.

Esa es una noción difícil de retratar cinematográficamente, por decirlo suavemente. Pero hace un cambio agradable de una gran cantidad de pensamiento de moda sobre Jesús, como lo ejemplifica «Zealot», el libro más vendido de Reza Aslan, que reelabora al fundador del cristianismo como un agitador nacionalista judío. Esa interpretación podría haber sido una película apasionante y llena de acción, por lo que Garth Davis, el director, tiene el mérito de que » María Magdalena » opte por un mensaje más matizado. Es una pena que no haya tantas maneras de retratar el funcionamiento interno del corazón; la película presenta más que su parte justa de silencios cargados y miradas significativas.

Pero la película incluye escenas impresionantemente dramáticas, como cuando Jesús expulsa a los comerciantes desde el templo de Jerusalén, donde sacrifican animales a escala industrial; y, por supuesto, la crucifixión. (Hay un esfuerzo decente para transmitir la esquiva idea cristiana de que el autosacrificio de Jesús es una ofrenda máxima de sangre que hace innecesaria la matanza religiosa de animales.) La relación entre Jesús (representado como poderoso y carismático, pero como una figura bastante terrenal, por Joaquin Phoenix), María Magdalena y Pedro (Chiwetel Ejiofor), el díscolo e impulsivo discípulo, también es una constante fuente de interés. Davis considera a este Pedro humano y defectuoso, como «espiritualmente distante», donde María Magdalena es empática y sabia. Del mismo modo, Judas (Tahar Rahim) no es un traidor malvado sino una figura equivocada que cree que puede desencadenar una revuelta judía.

Algunas de estas interpretaciones, especialmente las de Pedro peleando con María Magdalena, reflejan el Evangelio de María Magdalena, un texto religioso que salió a la luz en 1896. Pero Davis es inflexible al rechazar una escuela popular de revisionismo: el vínculo de la heroína con Jesús no es erótico, incluso subliminalmente (a pesar de que Phoenix y Mara están saliendo en la vida real). Eso diferencia la película de, digamos, «La última tentación de Cristo» de Martin Scorsese. En una época en la que casi todas las relaciones intensas se acreditan, al menos, con una fisicalidad inconsciente, algunos cuestionarán si Davis ha tenido éxito al retratar un nivel de comunicación puramente espiritual.

La impresión permanente de la película es de un misterio pesado, completo con milagros y exorcismos, que se desarrolla gradualmente en medio de colinas marrones y lagos grises. Algunos espectadores pueden quejarse de que no hay suficiente suspenso o emoción para mantener su atención. Pero el valor real de «María Magdalena» no radica en su estatus como una superproducción de Hollywood, sino como una obra de arte que abre una parte de la historia cristiana y apunta a los detalles pasados ​​por alto. De ninguna manera todos los espectadores aceptarán las interpretaciones de la película, pero la mayoría verá la narración con una mirada fresca. Lampadia

 

 




Separación de religión y política

Un post en Facebook de José Luis Sardón de Taboada, miembro del Tribunal Constitucional, nos llevó a otro de The Economist, y éste, al artículo: Liberando la libertad – El cristianismo, el islam y Locke, que compartimos líneas abajo.

«Las leyes se hicieron para los hombres y no los hombres para las leyes».

«El trabajo del maestro no consiste tanto en enseñar todo lo aprendible, como en generar en el alumno amor y estima por el conocimiento.»

Diez grandes frases de John Locke, muyinteresante.es.

John Locke (1632-1704), filósofo y médico inglés, considerado como uno de los más influyentes pensadores del Siglo de las Luces y conocido como el ‘Padre del Liberalismo Clásico’, influyó en el desarrollo de la epistemología (conocimiento científico) y la filosofía política. Sus escritos influyeron en Voltaire y Rousseau, muchos pensadores de la Ilustración escocesa, así como en los revolucionarios estadounidenses. Sus contribuciones al republicanismo clásico y la teoría liberal se reflejan en la Declaración de Independencia de los Estados Unidos y la Declaración de Derechos de 1689.

Locke postuló que, al nacer, la mente era una pizarra o tabula rasa en blanco. Al contrario de la cartesiana —basada en conceptos preexistentes—, sostuvo que nacemos sin ideas innatas, y que, en cambio, el conocimiento solamente se determina por la experiencia derivada de la percepción sensorial.

Trata la religión como un asunto privado e individual, que afecta solamente a la relación del hombre con Dios, no a las relaciones humanas. En virtud de esta privatización el hombre se libera de su dependencia de las imposiciones eclesiásticas y sustrae la legitimidad confesional a la autoridad política, puesto que considera que no hay base bíblica para un estado cristiano.

La separación de la religión y la política, el laicismo, afirma que este es un principio inseparable de la democracia, porque las creencias religiosas no son un dogma que deban imponerse a nadie ni convertirse en leyes. Fernando Savater, profesor de ética y filósofo, dice que «en la sociedad laica tienen acogida las creencias religiosas en cuanto derecho de quienes las asumen, pero no como deber que pueda imponerse a nadie”.

(Glosado de Wikipedia)

Los nuevos procesos políticos que se presentan con banderas religiosas, mayormente asociadas a expresiones islamistas y planteamientos de conquistas políticas que lleven a la instauración de un califato y la imposición de ideas extremistas y absolutistas, que vinculan indebidamente con Alá, están alterando sustancialmente el nuevo milenio. Al respecto, los posts de Sardón y The Economist, nos permiten revisar algunos elementos valiosos del pensamiento de John Locke.

Hay mucho para pensar sobre cómo en otros tiempos, los musulmanes eran los tolerantes.

“Mustafa Akyol, escritor sobre el islam, ha propuesto que el espíritu lockeano de libertad es exactamente la influencia correctiva que necesita con urgencia el mundo musulmán de hoy, envuelto en los sueños de un califato”.Lampadia

Liberando la libertad

El cristianismo, el islam y Locke

Tres siglos más adelante, un filósofo inglés de la libertad, brinda a musulmanes y cristianos,un insumo para pensar

The Economist
Erasmus
3 de febrero de 2015
Traducido y glosado por
Lampadia

Para cualquiera que crea en la libertad de pensamiento, culto y discurso, John Locke debe clasificarse como un genio imponente. En una época en la que Europa había sido desgarrada por la guerra entre los reyes católicos y protestantes, expuso la idea revolucionaria de que el Estado evitara adjudicarse o imponer una doctrina religiosa. Un siglo más tarde, sus ideas tuvieron una influencia decisiva en los ‘Padres Fundadores’ de Estados Unidos. Y hasta el día de hoy provoca un rico debate intelectual, tanto entre musulmanes como en cristianos.

Hay un pasaje de Locke que a menudo se cita para desafiar la idea de que el cristianismo está simplemente por delante del islam al aprender a aceptar la diversidad religiosa. Como una especie de juego mental, el filósofo instó a los lectores a imaginar dos iglesias cristianas doctrinalmente diferentes de pie, una al lado dela otra, sin que ninguna tenga la esperanza de suplantar a la otra. Eso sería imposible en el mundo cristiano, sugirió, pero muy posible entre los otomanos musulmanes.

Supongamos que dos iglesias, la de arminianos y la otra de calvinistas, residen en la ciudad de Constantinopla. ¿Alguien sugeriría que cualquiera de estas iglesias tiene el derecho a privar a los demás de sus propiedades y libertad (como vemos practicadas en otros lugares) debido a.… diferencias en algunas doctrinas y ceremonias, mientras que los turcos, mientras tanto, se ríen en silencio al ver con qué crueldad inhumana cristianos se pelean con cristianos?

Como escribe Reza Shah-Kazemi en una monografía publicada por el Instituto de Estudios Ismaelianos, un centro de estudios islámicos con sede en Londres: «Es evidente que Locke estaba profundamente impresionado por el contraste entre los paradójicamente tolerantes» bárbaros «-los otomanos musulmanes- y los cristianos violentamente intolerantes, pero ostensiblemente «civilizados».

En realidad, el gran pensador estaría profundamente impactado, si se contara toda la verdad. Los otomanos sí eligieron entre grupos cristianos; prefirieron a los ortodoxos que, a los católicos, y privaron incluso a los ortodoxos de bastantes «estados y libertad» al incorporar a los obispos ortodoxos en la estructura del poder imperial. La mayoría de las propiedades monásticas fueron entregadas a fundaciones islámicas, mientras que algunas se quedaron en manos cristianas, aunque sujetas al placer del sultán. Pero quizás el punto de Locke no era estrictamente sobre los otomanos; estaba tratando de mostrar lo absurdo que sería que cualquier gobierno eligiera entre las doctrinas cristianas, especialmente, en los casos en que el gobierno no era cristiano.

En cualquier caso, el debate sobre Locke continúa; y algunos turcos están haciendo algo más que reír. Mustafa Akyol, escritor sobre el islam, ha propuesto que el espíritu lockeano de libertad es exactamente la influencia correctiva que necesita con urgencia el mundo musulmán de hoy, envuelto en los sueños de un califato. Como señala aprobatoriamente, «Locke… argumentó que la Biblia no propone un sistema de gobierno (como el derecho divino de los reyes) …él enfatizó que la fe religiosa de un individuo,sólo es significativa cuando se basa en la ‘persuasión interior de la mente’, que no puede ser ordenada por una fuerza exterior». En la lectura de Locke que hace Akyol, no sólo la gobernanza sería más saludable si estuviera separada de la religión; la religión también sería más saludable. Tanto los musulmanes como los cristianos deberían tomar nota, según la visión del escritor turco.

Por cierto, esos calvinistas y arminianos todavía están discutiendo, especialmente en el mundo del cristianismo evangélico americano, acerca de sus conflictivas ideas sobre la salvación humana y la predestinación. Ellos luchan por puestos de enseñanza de teología, pero no físicamente. Y ninguno de los bandos espera que el gobierno federal entre en el asunto y resuelva el argumento por la fuerza; este alivio se lo debemos a John Locke. Lampadia




El Orden Mundial de Henry Kissinger

El último libro de Henry Kissinger, “Orden Mundial”, es un análisis integral de la formación de las estructuras internacionales desde la creación del Estado-Nación hasta nuestros días.

Dada la importancia actual de China, dedica una buena parte del libro a describir sus fuentes geopolíticas y su posicionamiento. El siguiente pasaje del libro (traducido por Lampadia) es particularmente interesante:

“Desde la unificación de China como una entidad política el año 221 a.c., su posición al medio del orden mundial estaba tan impregnada en el pensamiento de sus élites, que ni siquiera había una palabra para ello. Solo posteriormente los estudiosos definieron el sistema ‘sinicéntrico’. En este concepto tradicional, China se consideraba a si mismo el único gobernante del planeta y su emperador era tratado como una figura de dimensiones cósmicas, entre lo divino y lo humano. Su esfera de influencia no era la de un estado soberano a cargo de los territorios bajo su dominio, era más bien vista como: ‘A cargo de todo lo que está debajo del Cielo’, del cual China (el ‘Reino Medio’) era la parte civilizada que inspiraba y mejoraba al resto de la humanidad”.

Líneas abajo compartimos el artículo de Federico Gaon sobre el análisis de Kissinger sobre el Medio Oriente:

 

El Medio Oriente según Henry Kissinger

Artículo de Federico Gaon, internacionalista por la Universidad de Palermo, Argentina, y especialista en temas del Medio Oriente. Publicado en Foreign Affairs Latinoamérica,  8 de abril 2015. Glosado por Lampadia.

En su reciente libro World Order, el influyente exsecretario de Estado y asesor de Seguridad Nacional Henry Kissinger presenta sus reflexiones y su visión acerca del curso de las cosas en el mundo. Además, lleva al lector a un recorrido histórico por las distintas nociones de orden internacional concebidas por el hombre.

Desde sus primeros escritos, Kissinger se ha interesado profundamente por estudiar la distribución internacional del poder y la configuración sistémica que lo organiza entre las potencias. En World Order, quien fuera uno de los principales articuladores de la realpolitik en el escenario mundial, enuncia una magistral lección en el realismo que debería ser tomado en consideración por quienes tienen en sus riendas la conducción de la humanidad. Por lo pronto, el autor reconoce que cada región o grupo con correspondencia geopolítica, sea de Occidente, de Asia o del Medio Oriente, ha consagrado en algún momento de su historia un zeitgeist [visión cultural del espíritu del tiempo de un país] propio sobre el mundo.

Kissinger insiste que las diferencias culturales pueden y deben ser salvadas para dar forma a un orden mundial consensuado, aceptable por todas las partes.

Kissinger señala que “en ningún lugar es el desafío de orden internacional más complejo, en términos de organizar el orden regional como de asegurar la compatibilidad de dicho orden con la paz y la estabilidad en el resto del mundo”, como en el Medio Oriente. La gran pregunta que el autor se limita a responder escuetamente es cómo reconciliar el concepto de orden prevalente en el Islam con un concepto de orden mundial todavía no definitivo del todo.

A diferencia de Occidente, que desarrolló un compromiso hacia la idea de que el mundo era externo al observador, el mundo islámico concibió la idea contraria al entender que el mundo se comprende por medio de la experiencia religiosa (interna) del creyente.

El rápido avance del Islam por tres continentes proveyó a sus creyentes la prueba irrefutable de que su religión era un sistema completo y rector, con instrucciones infalibles para cada aspecto de la escena pública y privada.

Europa, para el siglo XVII dio forma a una idea de orden basado en la noción de “balance de poder”, al predicar como una necesidad estratégica para prevenir que un gran hegemón pudiera desbancar la estabilidad. A la larga se convirtió en una característica definitoria de la diplomacia occidental. Conceptualmente, el balance de poder no es un cálculo que responde a consideraciones morales, pero es un instrumento de la estrategia para prevenir el conflicto, conformando un sistema ecuánime donde cada Estado goza de soberanía o protección por una tercera parte.

El concepto de orden islámico virtualmente presume lo contrario. El cálculo no es estratégico sino moral y se instruye a partir de la noción de que el Islam per se es una religión y un Estado mundial multiétnico a la vez. El Islam constituye su propio orden mundial: en vez de un balance de poder, adopta una noción que polariza al mundo entre Dar al-Islam (la casa del Islam), donde se encuentran las entidades gobernadas por la ley islámica, y Dar al-Harb (la casa de la guerra), que reúne a todas las demás entidades gobernadas por no musulmanes.

The Sunday Times Laurent Gillieron

Los musulmanes tenían prohibido asentarse en territorios no musulmanes donde no podrían cumplir la práctica de los preceptos religiosos. Los gobernantes, si bien podían hacer tratos con los Estados “infieles” (y de hecho lo hacían), debían siempre partir de la premisa que los acuerdos debían ser abrogados más adelante, justamente para esparcir el Islam. Todo orden que escape de la soberanía islámica queda automáticamente reducido al carácter de una aberración ilegítima. Los musulmanes no pueden estimar como iguales a los no musulmanes.

De regreso al viejo continente, como ninguna fuerza podía imponer su voluntad sobre otra de forma continua y decisiva, Kissinger asienta que el arte del gobierno del príncipe europeo deriva de la valoración del equilibrio y de la resistencia a las proclamaciones de gobernanza universal. Las conflagraciones religiosas intracristianas dejaron al Estado mejor posicionado frente al poder de la Iglesia. Desde entonces, luego de la Paz de Westfalia que puso fin a la Guerra de los Treinta Años en 1648, cada Estado comenzó a reclamar para sí, en consenso con los demás, soberanía para determinar su propia religión. Acordaron entonces que ninguna entidad podría entrometerse en los asuntos internos de terceros Estados. En resumen, este arreglo formó la base del orden moderno, también llamado westfaliano, que pronto se difundió con el impulso del colonialismo europeo —no sin resistencia— por el resto del mundo.

El fenómeno del islamismo representa una inversión total del sistema westfaliano. Los Estados son seculares y por tanto ilegítimos. En el mejor de los casos, los Estados pueden ser tolerados siempre y cuando se piensen no como un fin en sí mismo, sino como un instrumento provisional creado para imponer una entidad religiosa en una escala más amplia. Esto queda reflejado por la máxima yihadista: “Amamos la muerte tanto como ustedes aman la vida”. O bien, como expresa Kissinger, en que “la puridad, y no la estabilidad, es el principio ordenador de esta concepción [islámica] de orden mundial”.

Por otra parte, Kissinger observa, como hacen también otros analistas, que la Primavera Árabe ha expuesto las contradicciones internas del mundo islámico. A la luz de este argumento se debate una síntesis entre el concepto de orden basado en la primacía del Estado moderno y entre otro basado en la tradición autóctona derivada de la religión.

El conflicto árabe-israelí ilustra a la perfección esta situación. Israel es por definición —dice Kissinger— un Estado westfaliano. A la par de los Estados árabes miran al orden internacional en mayor o menor medida conforme lo prescrito por el legado del Islam. Esta diferencia fundamental es la razón del conflicto. El conflicto no es explícitamente territorial, porque lo que está en juego son miradas antagónicas de orden. Por esta razón, una solución a largo plazo debe necesariamente contemplar la posibilidad de una coexistencia entre la construcción westfaliana (moderna) y la concepción islámica.

Yaquique

En miras a encontrar un acuerdo, Kissinger señala que Israel va un paso más allá del Tratado de Westfalia al pedir que sea reconocido como un Estado judío, ya que se está metiendo en un campo que afecta directamente las sensibilidades de los musulmanes. Al postular su vieja receta práctica, Kissinger deja en claro que lo que importa no son las etiquetas, sino los pasos concretos que conducen a aceptar la realidad de Israel mediante el resguardo de su seguridad. Para el estratega, este es el punto de partida indispensable para llegar a un arreglo.

Irán es otro punto focalizado en World Order. Desde la revolución islámica en 1979, Irán pasó a ser una entidad posicionada en un cruce entre dos concepciones de orden mundial. Por un lado, su gobierno llama abiertamente a la destitución del sistema westfaliano, pero irónicamente al mismo tiempo se sostiene sobre la base del sistema que quiere destruir. Aunque el movimiento islamista en el poder añora un orden islámico, Irán no renunció a los derechos y privilegios del Estado moderno.

ParadójicamenteKissinger advierte sobre los riesgos de que los propios occidentales emprendan campañas idealistas para proselitizar la democracia por el mundo.

De acuerdo con el ex secretario de Estado, la actitud de Estados Unidos hacia Irán y hacia otros países comandados religiosamente, como Arabia Saudita, no puede basarse en un simple cálculo de balance de poder o en una agenda de democratización. La agenda debe ser armada tomando en cuenta los valores, la tradición y la experiencia de estos países.

Kissinger recuerda que el enfoque de realpolitik adquiere precedencia para abordar los desafíos del siglo XXI. A pesar de haber apoyado la invasión a Irak en 2003, en vista de los acontecimientos en el mundo árabe, este prominente pensador realista le habla a los neoconservadores en Washington y les dice que deben dejar de ilusionarse con el prospecto de que las masas cansadas y abusadas de los países islámicos congenien gobiernos con principios occidentales. Sin embargo, dado que no se puede volver atrás, Kissinger critica a Barack Obama por tirar a la basura la faceta del proyecto de la era George W. Bush que apuntaba a estabilizar a Irak. Además, critica la falta de énfasis del gobierno actual en rellenar el vacío de poder que dejó la caída de Saddam Hussein e indica que antes de una “estrategia de salida”, lo que se necesita es una estrategia puntual a secas.

En realidad, lo que se requiere es un cambio de tácticas para llegar esencialmente a los mismos resultados. World Order insiste en que las democracias occidentales deberían acomodarse a las realidades y desde allí trabajar cuidadosamente, siempre en consideración de la concepción de orden de sus contrapartes no liberales. Si se lee el texto entrelineas, esto no implica obligatoriamente conciliar a la usanza occidental, mediante la diplomacia de la sucesiva presentación de propuestas y contraofertas para resolver una disputa. Como bien lo justifica Kissinger, en las culturas orientales este camino es interpretado como debilidad. Lo que realmente está discutiendo, es que la consecución de un orden mundial dependerá del grado de flexibilidad que las regiones o países con cosmovisiones características puedan articular para encontrar puntos medios entre sus diferencias.

Kissinger propone revisar el concepto de balance de poder, partiendo del hecho básico de que los arreglos entre las fuerzas nunca son estáticos, pues siempre están en continuo movimiento. Esta mítica figura de la Guerra Fría concede a Estados Unidos el papel de garante de este balance de poder. Para él, la configuración sistémica propuesta, si es respaldada consistentemente por la política exterior estadounidense, conducirá eventualmente a la aparición de líderes con visión de paz.

Finalmente, Kissinger postula que para alcanzar un orden mundial genuino, sus componentes deben adquirir una segunda cultura mundial que pueda coexistir con sus propios valores. Esta nueva cultura debe ser estructural y debe esbozar un concepto jurídico de orden que trascienda las perspectivas e ideales de una sola región o país. “En este momento en la historia —agrega— esto sería una modernización del sistema westfaliano de acuerdo a las realidades contemporáneas.” El objetivo de nuestra era, concluye, “debe ser alcanzar dicho equilibrio, restringiendo mientras tanto a los perros de la guerra”. L