El difícil laberinto de lo “Políticamente correcto”

Un abuso del lenguaje para impregnar todos los espacios de nuestras vidas con ideologías que pretenden aplanar el conocimiento, el pensamiento y la socialización del ser humano hombre.

Una absurda moda adoptada por los últimos tres gobiernos del Perú, Vizcarra, Sagasti y Castillo; que, en aras de nuestra libertad, rechazamos haciendo uso de nuestra ‘incorrección política’.

Líneas abajo compartimos el análisis de Axel Kaiser, de la Fundación para el Progreso (Chile), un soldado del liberalismo.

Fundación para el Progreso – Chile
Axel Kaiser
Publicado en El Mercurio, 01.08.2021

La transformación de Negrita en Chokita, la advertencia que Disney+ hace antes de ciertas películas —alertando sobre representaciones culturales en algunos de sus filmes clásicos— y el ‘todos, todas y todes’ de los convencionales tienen nexos que los unen. Se enmarcan en un mismo telón de fondo: un debate cultural en torno a conceptos como la identidad, la representación y el lenguaje, uno de los más encendidos de la actualidad.

Son apenas 30 gramos. Una pequeña galleta con crema de vainilla y cobertura de chocolate, cuyos fabricantes decidieron hace algunos días que era momento —’en línea con su cultura de respeto y no discriminación’, comunicaron— de un cambio. La Negrita renacerá como Chokita, para ‘todas y todos’. Pero, así como sostienen algunos que ‘no son 30 pesos, son 30 años’, en este caso podría decirse que no son 30 gramos.

La clásica golosina se convirtió, de un minuto a otro, en una suerte de símbolo de una suma de debates abiertos. La punta de un iceberg, si se quiere, de un campo en que se cruzan discusiones culturales, políticas y sociales. De ahí, por ejemplo, que cuando se comenzaba a hablar de la suerte que corrió la galleta, se terminase dedicando líneas a la Convención Constitucional.

El salto de una cosa a otra no es fácil de seguir y en la maraña conceptual que las conecta se cruzan desde filósofos del posestructuralismo francés, pasando por películas de Disney y los réditos políticos. Los porqués y los cómo, a continuación.

Del meme a la academia

En universidades y centros de estudios, la galleta se masticó más lento. Y dejó sabores distintos. ‘Diría que la cancelación de Negrita lo que refleja es un proceso de profunda descomposición cultural y que amenaza con convertirse casi en una crisis civilizatoria, cuando uno entiende los fundamentos que están detrás de esto’, sostiene el presidente de la Fundación para el Progreso (FPP), Axel Kaiser. ¿Qué corriente es esta? Aquella que han puesto en debate, explica, ‘la necesidad de reflexionar sobre el impacto que tienen ciertos usos lingüísticos, sobre todo en las representaciones de ciertos grupos sociales desaventajados y cómo, entonces, el lenguaje no sería neutro’.

El telón de fondo

Hay veredas distintas desde donde leer el panorama, pero algunos conceptos coinciden: identidades y representación, por ejemplo. Y a su alrededor, se dibujan otros más líquidos como qué es lo políticamente correcto en estos tiempos.

En el esfuerzo de rastrear el origen de esta madeja, varios análisis se remontan décadas atrás. Si se busca una especie de marco teórico, se repiten algunos referentes: el posmodernismo y el posestructuralismo francés de filósofos como Jacques Derrida o Michael Foucault, en que estructuras, palabras y jerarquías se analizan, deconstruyen y cuestionan, dando un lugar preferente a las subjetividades. Enfoques que cruzaron el charco, aterrizaron en los campus estadounidenses y entraron en la misma juguera con otros ingredientes, como los movimientos de protesta y de defensa de minorías. El cóctel resultante es para algunos el terreno en que luego emergerían con fuerza fenómenos como el identitarismo o la corrección política.

Una parte de ese trasfondo fue anticipada por Tocqueville en el siglo XIX: la cultura individualista de la democracia contemporánea, nota él, no lleva solo a una ampliación de las libertades, sino también al reinado de la opinión y eventualmente a un despotismo de la opinión dominante’, sintetiza Manfred Svensson, director del Instituto de Filosofía de la Universidad de los Andes e investigador sénior del IES.

Pero, un minuto. ¿Cuándo se importaron estos fenómenos a Chile? Svensson aventura que un factor clave en la irrupción de estas visiones es ‘la nueva izquierda’. ‘La política de identidad entra también por otras vías, desde luego, pero es de la mano de esta izquierda joven que ha adquirido la presencia pública que tiene’, precisa.

Y tanto en el extranjero como a nivel local, los ojos de muchos de quienes les siguen la pista a estos fenómenos se vuelcan en el mismo lugar: los campus universitarios. ‘La cultura de la cancelación se está tomando poco a poco las universidades, incluso con políticas de corte comisarial, disfrazadas de propósitos inclusivos. La obsesión por la inclusión identitaria termina provocando otras exclusiones y se puede hacer cómplice de prácticas tan violentas como las funas’, advierte el escritor Cristián Warnken.

Con pragmatismo

Por otro lado, dice, ‘los grupos que sostienen políticas de identidad tienen un punto al dar cuenta de que esos grupos normalmente han sufrido de una discriminación que si no es considerada en las prácticas políticas, entonces luego solo se eterniza’, agrega.

LOS MÁRGENES DE LA CORRECCIÓN

¿Aceptado o cancelado?

‘Neoinquisición’. Ese es el concepto que ha trabajado Axel Kaiser —de hecho, le dedicó un libro— en torno a lo que, a su juicio, es la derivación más dura de la llamada corrección política. ‘Estamos entrando en una era de irracionalidad completa, porque la tesis central de esta filosofía, que creo firmemente que es el posmodernismo, es que no hay una verdad. Todo es un discurso, narrativas’, dice. ‘Esta es la gran ironía. Pretendiendo negar que existe una verdad, que se puede conocer a través de la razón, mediante la lógica y la evidencia, planteas al mismo tiempo una verdad que es absoluta. Primero, que no existe esa verdad y segundo, que todo es opresión’, agrega.

Lo vincula —como recoge el ‘Decálogo de la neoinquisición’, que creó la Fundación para el Progreso— con la llamada ‘cultura de la cancelación’, en que aquello que escape a los parámetros trazados por estas miradas o que resulte ofensivo, se vuelve un blanco. Para muchos, un eco de la ficción que planteaba ‘La mancha humana’, de Phillip Roth. ¿Algunos ejemplos? Libros, películas y otras creaciones que miradas bajo ópticas de estos días, no pasan la prueba. Como ‘Lo que el viento se llevó’, cuestionada por su tratamiento de la esclavitud y plantear estereotipos racistas.

Para Kaiser, esto es ‘completamente incompatible con la democracia liberal. Las ideologías identitarias que son colectivistas son incompatibles con la idea de un ciudadano que tiene idénticos derechos a los otros (…). Eso es una sociedad opresiva, ahora sí de verdad, porque estás utilizando la ley y el poder político para crear grupos que tengan jerarquías o estatus distintos’.

En primera persona

¿Cómo define lo políticamente correcto? Para el escritor, es ‘una expresión de la peligrosa tendencia a la unanimidad que comienza a extenderse en el ámbito universitario, político e intelectual. Nada más asfixiante y empobrecedor del debate de ideas que la unanimidad’.

‘Eso va a formar generaciones que nunca se verán enfrentadas a pensamientos distintos, con baja tolerancia a la discrepancia’, advierte.

Y sostiene: ‘Me resisto a callarme por miedo a ser funado o linchado en las redes sociales y siento que esto está ocurriendo con muchos intelectuales y profesores universitarios que practican una vergonzante y humillante autocensura’.

ESCAÑOS RESERVADOS, CUOTAS Y OTROS MECANISMOS

Una era marcada por las identidades

Una pieza clave en este debate cultural es la llamada política de la identidad. La define Peña en su libro como un término acuñado para ‘describir la presencia en la esfera pública de cuestiones en apariencia diversas como el multiculturalismo, el movimiento feminista, el movimiento gay, etcétera, esas diversas pertenencias culturales en torno a las cuales las personas erigen su identidad’.

‘La idea subyacente es que los seres humanos en realidad no comparten una misma naturaleza, sino que se forjan al amparo de distintas culturas a las que la cultura dominante habría subvaluado como una forma de someter y dominar a sus miembros’, complementa. Se configura así, escribe el rector de la U. Diego Portales, ‘un extraño fenómeno consistente en que la identidad queda atada a alguna forma de daño que convierte al sujeto en víctima y a la condición de víctima en la fuente de reclamos contra el discurso ajeno. La etnia, el género, la preferencia sexual son, por supuesto, factores sobre los que suele erigirse alguna forma de dominación; pero una cosa es identificarlos de esa manera y otra erigirlos en fuentes de la propia identidad y reclamar para que se los proteja contra el discurso ajeno’.

Mientras que algunas interpretaciones valoran que la paridad sea ‘un piso y no un techo’, como plantearon varios convencionales, otros ven en este tipo de medidas un dejo de ‘victimismo’.

Manfred Svensson, investigador del IES, profundiza en este último concepto. Para él, no es claro que este enfoque permita avanzar de forma efectiva en los objetivos que se propone. ‘Obviamente hay un sentido positivo de la preocupación por la inclusión y la tolerancia. Pero no creo que esas prácticas vengan de la mano de la política de identidad, sino que más bien responden a una mentalidad opuesta: las culturas victimistas son por definición culturas de baja tolerancia. Por lo demás, es interesante que por mucho que se hable de ‘visibilizar’ a los postergados, esta mentalidad en los hechos vuelve invisibles a quienes no se ajustan a sus estrechas categorías’, sostiene.

La tensión también la han mirado intelectuales en el extranjero. Douglas Murray, pensador británico, advirtió en estas mismas páginas que ‘en el momento en que se llega a la igualdad, cuando por fin se la alcanza, no pueden vivir en ella. Los movimientos de minoría no son capaces de vivir en ambientes de igualdad’. En una veta política distinta, Camille Paglia, quien se describe como trans, también ha sido crítica de estas miradas.

Una cancha distinta

Otro debate reciente en la Convención también muestra la tensión en torno a quiénes deben estar representados en cargos de poder. Aunque finalmente se aprobó la propuesta de la mesa, que por la vía de patrocinios permitía llegar a la vicepresidencia a distintos sectores, hubo críticas de convencionales sobre la posibilidad de que la derecha llegara a estar representada.

Sobre la paridad, destaca que ‘más que si es piso o techo, me acomoda que haya un marco de discusión nuevo, donde se tiene que ir ajustando el funcionamiento, pero la cancha es distinta y eso lo celebro’.

LA DISCUSIÓN ABIERTA EN TORNO AL LENGUAJE INCLUSIVO

Del todos y todas, a ‘les compañeres’

Corría el segundo período de gobierno de la Presidenta Michelle Bachelet cuando el tema se instaló con fuerza.

El mundo se movió rápidamente y apenas un par de años después, en 2018 —el mismo en que la ola feminista desbordó las universidades— tanto Bachelet como el Presidente Piñera dieron un paso más allá.

Tres años más y Chile ve conformarse a su Convención Constitucional un domingo 4 de julio. Su vicepresidente, el abogado Jaime Bassa, hace uso de la palabra y cuando acude a la primera persona plural, instala la expresión que mantiene hasta estos días: nosotras.

¿Doblado, con ‘e’ o con ‘x’?

En Chile —en España también, en todo caso— está lejos de generar consenso, pese a lo extendidas que varias de estas expresiones están en algunos segmentos, como los grupos más jóvenes o los movimientos de izquierda.

Todavía genera ruido en algunos sectores.

La cientista política y directora ejecutiva del think tank Espacio Público, Pía Mundaca, pone el foco en que ‘no hay que tenerle miedo a discutir lo que está sobre la mesa’.

Sobre el lenguaje, en particular, añade: ‘Creo que nada de lo que está pasando está establecido (…) vamos a ir construyendo’.

‘Sería un engendro’

El escritor Cristián Warnken argumenta que desde el punto de vista lingüístico no hay ‘ningún fundamento para imponer en instancias tan importantes como la Convención un lenguaje ‘otro’ que no sea el español que conocemos. Ese uso arbitrario no solo es molesto, sino incorrecto. ¿Por qué tendríamos que aceptarlo?’.

Los cambios morfosintácticos del idioma, continúa, ‘demoran siglos en producirse; no es una élite —cualquiera esta sea— que puede arrogarse el derecho a destruir y maltratar las bases morfosintácticas de un idioma que es de todos, de una comunidad y de un país’.

‘Una Constitución redactada con ese lenguaje sería un engendro que solo generaría rechazo y escarnio en gran parte de la población que no se sentiría representada por él. Lampadia




El oscurantismo toca la puerta

Ya en pleno siglo XXI, al amparo de las redes sociales y con la disculpa de respetar la sensibilidad de las minorías, el mundo occidental ve extenderse por nuestros cielos las nubes del oscurantismo, la planitud de las ideas de lo supuestamente correcto, la reescritura de la historia, y en esencia, la pérdida de libertad.

El siguiente artículo de El Mundo de España, relata el escandaloso caso del retiro de la famosa película: Lo que el viento se llevó, por parte de HBO, ante un comentario de un columnista anti racista.

Felizmente, hubo una buena reacción, y HBO ha anunciado su reposición (con un comentario equis).

Del mismo modo, después del asesinato de George Floyd, en varias partes del mundo se están destruyendo monumentos de personajes históricos, llegando a atacar a Winston Churchill por haber hecho, en su momento, comentarios que hoy se pueden entender como racistas.

Esta es pues una suerte de enfermedad que pretende reescribir la historia de regreso a nefastos puritanismos, que tomó muchos años y sufrimiento, superar.

La amenaza del neopuritanismo

El Mundo – España
Editorial
Jueves, 11 junio 2020

Los mejores productos del espíritu humano no habrían nacido sin la libertad de provocar, de cuestionar incluso lo más venerado

Un columnista, lo suficiente comprometido con la causa antirracista como para escribir el guión de la laureada 12 años de esclavitud, arremete contra Lo que el viento se llevó porque interpreta que glorifica el esclavismo. Una cadena de televisión tan prestigiosa como HBO lee esa columna y la interpreta como una sentencia condenatoria que debe ser acatada. De modo que procede a eliminar una joya del cine de su catálogo y se apresura a anunciarlo para impetrar el perdón social.

Beneficiándose de la espiral de silencio entre los moderados tanto como del temor al escándalo que atizan colectivos radicales bien organizados, un nuevo oscurantismo se extiende entre nosotros. A imitación del islam radical, lanza sus fatwas contra cualquier manifestación cultural o artista que ose discrepar del dogma identitario. Y ya no se conforma con ejercer su censura fanática sobre el presente, sino que la proyecta sobre el pasado, pretendiendo filtrar la historia por los estrechos criterios del activismo posmoderno, en un ejercicio de adanismo historicista y colonialismo moralizante que ha sido común a cualquier forma de totalitarismo, sea bajo una teocracia religiosa o una dictadura política como el nazismo o el comunismo. Esta nueva censura no procede del choque de culturas, sino que la ejerce la civilización occidental contra la civilización occidental. Y de continuar así, acabará con la civilización occidental.

No es una anécdota aislada. Little Britain ha sido retirada de Netflix y de la misma BBC; Canción del sur, de Disney; y Paramount anuncia la retirada de la nueva temporada de Cops por temor a que el público no sea lo suficientemente adulto como para distinguir entre representación y propaganda, entre policías de ficción y el asesino de George Floyd. Aún están recientes la absolución en los tribunales de Kevin Spacey, expulsado de House of Cards, o el calvario de Woody Allen, obligado a defenderse en sus memorias. Incluso se vierten vidriosas teorías sobre cuadros de El Prado que vendrían a realzar una «cultura de la violación». Como si el repudio de la violación no figurara, desde Homero y la Biblia, en todos los códigos culturales de nuestra civilización.

Algunos censuran o se autocensuran por cinismo, cobardía o cálculo económico. Pero el censor de buena fe nunca llama censura a lo que hace. Lo llama sensibilidad, ética, respeto a las minorías. Eso significa la corrección política: arrogarse el derecho a corregir por la fuerza al otro, aunque no quebrante ley alguna, con el pretexto puritano de mejorar el mundo. Pero los mejores productos del espíritu humano no habrían nacido sin la libertad de escandalizar, de provocar, de cuestionar incluso lo más venerado. Costó muchos siglos y numerosos mártires arrancar el arte a los dominios del catecismo. Si las conciencias liberales, sean conservadoras o progresistas, no ofrecen resistencia, seguiremos retrocediendo hacia tiempos oscuros. Lampadia




Tolerancia cero con el terrorismo

En un mundo sin memoria y complaciente, donde se relativiza o se permite la propaganda de neonazis, supremacistas blancos, o terroristas y, peor aún, donde se permite que sus grupos o asociaciones se fortalezcan, se están escribiendo las receta para un desastre. Lamentablemente, Charlotteville ha sido un trágico ejemplo de esto.

Fuente: eldiariony.com

El pasado viernes 11 de agosto, centenares de manifestantes salieron a las calles de la Universidad de Virginia llevando antorchas y gritando consignas de «las vidas de los blancos importan» y «sangre y tierra» (Blutund Boden en alemán, una consigna que ensalza la ideología supremacista). Compuesta principalmente por la derecha radical estadounidense, integrada por neo-nazis, supremacistas blancos, Ku Klux Klan (KKK) y la derecha alternativa o Alt Right, parte de la cual apoyó a Trump en la elección presidencial.

Las protestas se volvieron violentas el sábado, cuando los supremacistas blancos se enfrentaron con sus opositores y un automóvil se lanzó contra una multitud de manifestantes antirracistas y antifascistas, provocando la muerte de una mujer y dejando decenas de heridos. ¿La causa de esta marcha? Una estatua. La ciudad ya esperaba cierta tensión desde que se anunció, la retirada de una estatua de Robert Edward Lee, el general confederado y héroe de la guerra civil estadounidense, pero controvertido, debido a su posición sobre la esclavitud (Lee ha sido descrito tanto como una persona brutal con sus propios esclavos como una persona con cierta benevolencia hacia ellos).

La ultra derecha que marchó en Charlottesville pretendió glorificar los símbolos nazis y el pasado esclavista. En un EEUU liderado por Trump, estas personas están tomando un poder que no ostentaban hace mucho tiempo. Con un presidente que en seis meses no ha logrado nada más que antagonizar al mundo y poner de manifiesto su falta de honestidad, capacidad y liderazgo.

EEUU debería tomar de ejemplo a Alemania donde, como afirmó The Economist recientemente, “La relativización, el respaldo, la insinuación u omisión, los símbolos de extrema derecha como «ironía», las prevaricaciones del silbido de los perros y la extenuación progresiva rara vez son tolerados. (…) La línea entre lo aceptable e inaceptable es rígida”.

Y así como Alemania proscribió la participación de los movimientos de inspiración Nazi en la vida de su sociedad, el Perú debe perfeccionar sus normas para excluir de la vida nacional, y especialmente, de la educación, a los movimientos filo terroristas o a aquellos vinculados a los mismos. No cometamos los mismos errores que EEUU y Trump.

Pero ayer Trump hizo todo lo contrario, desde su Trump Tower hizo una suerte de catarsis salomónica equiparando la violencia de ambos lados y dándole a los extremistas de la supremacía blanca y el Ku Klux Klan un espacio político que estaba vedado por los terribles crímenes que sus propulsores perpetraron en el pasado.

Su insistencia en que hubo «culpa de ambos bandos» en la violencia en Charlottesville, Virginia, el pasado fin de semana, trajo una equivalencia entre los neonazis y los manifestantes que condenaban su fanatismo cavernario.

«No hay equivalencia moral entre los racistas y los estadounidenses que desafían el odio y la intolerancia. El presidente de los Estados Unidos debería decir eso», afirmó el senador de Arizona, John McCain, en un comunicado.

El senador por Kansas, Jerry Moran, dijo en Twitter: «la supremacía blanca, la intolerancia y el racismo no tienen absolutamente ningún lugar en nuestra sociedad y nadie – especialmente POTUS – debería tolerarlo».

«Debemos ser claros. La supremacía blanca es repulsiva. Este fanatismo es contrario a todo lo que representa este país», dijo el presidente de la Cámara, Paul Ryan, en un comunicado. «No puede haber ambigüedad moral.» CNN

Es por eso que en Lampadia consideramos muy inconveniente que el Presidente de la República reciba en Palacio de Gobierno a los representantes de los comités de lucha que han venido liderando la abusiva huelga violentista de más de cincuenta días y que con su intervención haya desautorizado las gestiones de la ministra de educación. Ver: Pongamos fin a la dictadura sindical en el magisterio. Siempre es doloroso y peligroso tomar decisiones audaces, pero hay momentos en la vida de las naciones en que debemos enfrentar los riesgos que pueden llevarnos a situaciones inmanejables, como sería permitir que organizaciones filo senderistas vayan a controlar la educación.

Que Charlottesville sea un ejemplo de lo que no debe suceder. Mientras que en EEUU puede significar quitar símbolos confederados de espacios públicos y rechazar el relativismo moral, para el Perú debe significar derruir el mausoleo senderista (ya estuvo bueno), dejar de escuchar las voces del filo terrorismo y cortar de cuajo cualquier riesgo de empoderamiento de los acólitos de la ideología del terror en la educación de nuestros hijos. Tolerancia cero con el terrorismo. Lampadia

Cómo responde Alemania a la política de «sangre y tierra» 

Qué significa la tolerancia cero de la ideología neonazi

Charlottesville en contexto

Fuente: www.economist.com

The Economist
13 de Agosto, 2017
Traducido y glosado por
Lampadia

Ver imágenes de las multitudes en Charlottesville gritando consignas nazis y levantando pancartas de esvásticas es preocupante en cualquier lugar. Pero verlas desde Berlín preocupa particularmente. EEUU en 2017 no es lo mismo que Alemania en 1933. Pero las canciones acerca de «sangre y tierra», las flameantes antorchas, los cánticos nazis, la matonería y el furioso despliegue del etno-nacionalismo armado, son sin embargo evocaciones paralizantes. Del mismo modo, también lo es la ambigüedad de Donald Trump y algunos de los medios que están de su lado. Esto no puede contrastar más vívidamente con la manera en que se hacen las cosas en Alemania, que hoy es un caso de estudio sobre cómo no ceder ni un centímetro a la oscura política de «Blut und Boden» (sangre y tierra).

Esta comienza con el énfasis con que se recuerda a dónde llevó el nazismo en el pasado. Todos los escolares alemanes deben visitar un campo de concentración; es parte esencial del currículo, como es aprender a escribir o contar. Las ciudades del país son paisajes de recuerdo. Las calles y cuadras tienen los nombres de la resistencia. Las pequeñas plazas y pavimentos (Stol persteine) contienen los nombres y los detalles de las víctimas del Holocausto que una vez vivieron en esas direcciones. Los monumentos conmemorativos llenan las calles: placas que conmemoran la persecución de grupos específicos, pizarras que enumeran los nombres de los campos de concentración («lugares de horror que nunca debemos olvidar»), un gigantesco campo de pilares grises en el centro de Berlín que atestigua el Holocausto (mostrado en la foto anterior).

El oscuro terreno intersticial (la zona de Trump, podríamos llamarla) entre los movimientos conservadores y los categóricamente de extrema derecha como PEGIDA, un grupo anti-islam y el partido extremista NPD está ampliamente fuera de los límites. La relativización, el respaldo por insinuación u omisión, los símbolos de extrema derecha como «ironía», las prevaricaciones del silbido de los perros y la extenuación progresiva son rara vez tolerados. Tomemos la Alternativa para Alemania [AfD], un partido euroescéptico convertido en nacionalista, cuyas figuras más moderadas encajarían cómodamente en los partidos republicanos de Estados Unidos o Gran Bretaña, pero que ahora es completamente tóxica gracias a las figuras revisionistas a su derecha como Björn Höcke, su líder en Turingia, que ha desafiado la cultura de la memoria de Alemania.

La línea entre lo aceptable e inaceptable es rígida. Angela Merkel ha dicho que el futuro de Alemania depende de que se comprenda permanentemente que el Holocausto es «la última traición de los valores civilizados». Cuando Benjamín Netanyahu sugirió que el Gran Mufti de Jerusalén le había propuesto a Hitler exterminar al pueblo judío, lo corrigió educadamente pero firmemente: «Alemania se atiene a su responsabilidad por el Holocausto». Martin Schulz, su rival en las elecciones del próximo mes, suele afirmar que» ¡La AfD no es una ‘alternativa para Alemania’ sino una desgracia para Alemania!»

Los comentaristas y los políticos guardan cuidadosamente este límite, por ejemplo, evitando el registro y el lenguaje de la extrema derecha. No tienden a los calificar críticos y opositores de «traidores», «saboteadores» o similares. Rara vez se denominan «enjambres» o «inundaciones a los migrantes». El Bild Zeitung, el tabloide de derecha más leído de Alemania, ha criticado elementos del manejo de la crisis de refugiados por el gobierno. Pero se enorgullece en defender del principio de dar la bienvenida a los extranjeros necesitados. En 2015, su entonces jefe de redacción incluso tomó deliberadamente refugiados en su casa. El resultado es un estilo decididamente sobrio y no emocional de un debate público menos propenso que el de otros países. El ataque terrorista de Berlín en diciembre se informó sin pánico; hubo un contraste muy fuerte con las reacciones escandalosas de la prensa anglosajona y los tweets de Trump.

Se mantiene la libertad de expresión: las marchas de PEGIDA y, a veces incluso los eventos de difusión de los políticos nacionalistas, reciben protección policial. Pero este derecho de expresión sigue siendo firmemente diferenciado del derecho a la publicidad o a la aceptación. Cuando Höcke desplegó una bandera alemana en un talk-show para marcar «1,000 años de Alemania» (una frase con asociaciones nazis), otros invitados de derecha e izquierda lo calificaron de «sumamente desagradable». Los movimientos de extrema derecha son abrumadoramente tratados como fenómenos culturales y no (como ocurre a veces en Francia, Gran Bretaña y América) como meras expresiones de dislocación socioeconómica. Finis Germania, un libro reciente que afirma que la identidad alemana está siendo desmantelada, ha sido eliminado de algunas listas de bestseller. Uno puede creer que este estilo editorial híper-cauteloso, va a veces demasiado lejos, pero admiro la determinación subyacente de no permitir ningún desliz o normalización.

Alemania, por supuesto, tiene una carga histórica única. Pero cada país tiene períodos oscuros en su pasado nacional y revisionistas de extrema derecha en su presente político. Las protestas de Charlottesville, marchando bajo las banderas confederadas contra planes para eliminar estatuas confederadas, son un recordatorio típicamente americano de eso. Los países que no tienen Holocaustos en sus libros de historia también pueden aprender de la cultura de la memoria de Alemania, siempre vigilante y obediente. En EEUU puede significar el quitar símbolos confederados de espacios públicos; Jim Gray, el alcalde de Lexington, ha anunciado planes para acelerar esto en su ciudad. Significa inequívocamente declarar a los manifestantes de Charlottesville, más allá que una simple marcha (mientras que defienden su derecho a protestar pacíficamente). Y significa afirmar que las declaraciones equívocas de Trump son: una abominación moralLampadia

 




Sobre la defensa de la estabilidad de las naciones

Lo que pasó en el Perú con la elección de Ollanta Humala el 2011, que ofreció un gobierno de inclusión a pesar de que, justamente, estábamos viviendo un proceso de inclusión nunca antes visto; o lo sucedido en Chile con el segundo gobierno de Michelle Bachelet, que ha revertido todas las políticas públicas que permitieron la transformación del país en el más exitoso de la región y la superación de la pobreza extrema, generando una crisis imposible de imaginar hace un par de años y; el desarrollo de la campaña electoral en EEUU, que amenaza con la posibilidad de descomponer y desbaratar la vida de una de las naciones más prósperas del planeta; nos lleva a reflexionar sobre la debilidad de los procesos sociales, económicos, institucionales y políticos, cuando los mejores hombres y mujeres, aquellos que lograron enrumbar sus países hacia el bienestar, se alejan de la cosa pública, dejando el espacio a ‘segundones’ y burócratas. 

Del Perú hemos hablado muchas veces, ahora basta con revisar: Punto de Inflexión.

Veamos un par de comentarios sobre la situación de Chile:

Klaus Schmidt-Hebbel, Profesor de la Universidad Católica de Chile, en una visita al Perú, afirmó que: La parada del crecimiento de Chile es un desastre hecho por Bachelet (“Chile’s Growth Stop: A Wo-man-made Disaster”). 

Lo cual confirma lo sentenciado por Niall Ferguson, el historiador británico, en una visita a Santiago: en la cual dijo que Chile era el “país más inteligente” de la región pero que ahora estaba “ejerciendo su derecho a ser estúpido”. Ver en Lampadia: A Chile la frenó Bachelet, no el precio del cobre – Chile sigue ejerciendo su derecho a ser estúpido.

Efectivamente, muchos procesos históricos, como fue el de la creación de la Unión Europea, son impulsados por líderes de primer orden, visionarios y persistentes. Lamentablemente, cuando estos procesos se dan por sobre entendidos y se consideran irreversibles y se pierde el sentido de urgencia y/o importancia, líderes de segundo orden asumen la conducción de los acontecimientos y todos los espacios de gestión y gobierno son invadidos por burócratas que empiezan a justificar su existencia con regulaciones que terminan por asfixiar y desnaturalizar las creaciones de los  mejores líderes. “El mayor castigo para quienes no se interesan por la política es que serán gobernados por personas que sí se interesan.” – Arnold Toynbee.

En consecuencia  podemos decir que: Nada garantiza la estabilidad de una nación o de una sociedad, excepto la permanencia de sus mejores hombres y mujeres a cargo de la cosa pública.

He ahí la importancia de una clase dirigente comprometida de forma permanente con la vida de su país. La complacencia, la distancia, el goce individual y la falta de responsabilidad cívica, tarde o temprano producen inflexiones dramáticas e inesperadas.

Para ilustrar como puede descomponerse una sociedad exitosa, compartimos líneas abajo la entrevista de La Tercera de Chile a el ex Presidente Ricardo Lagos, quién después de haber apoyado el regreso de Michelle Bachelet al gobierno, se ve forzado a declarar la situación actual como: “La peor crisis política e institucional que ha tenido Chile”.

Además, incluimos el enlace a nuestro artículo sobre la campaña de los historiadores de EEUU en contra de Trump y un resumen de una de la más recientes movilizaciones de distintos personajes estadounidenses que se han puesto en acción para impedir que su país caiga en manos de un demente. La clase dirigente de EEUU está movilizándose, ojalá no sea muy tarde.

1. Ricardo Lagos Escobar: «Esta es la peor crisis política e institucional que ha tenido Chile»

Héctor Soto

La Tercera de Chile

28 de julio del 2016

¿Está en problemas la República, presidente?

Creo que estamos frente a una gran crisis. El año pasado las instituciones estaban funcionando, los fiscales acusando, los jueces fallando, el Parlamento funcionando… En consecuencia, la crisis era política, no institucional. Ahora es institucional. No porque las instituciones hayan dejado de funcionar.  Lo que pasa es que están perdiendo legitimidad. Y esto tiene que ver con la reacción de la ciudadanía ante la institución presidencial, ante el Parlamento, ante los jueces… Y no hablemos de los partidos políticos

¿Se trata de una crisis más severa, entonces?

Creo que es la peor que ha tenido Chile desde que tengo memoria. Dejo aparte, por cierto, el quiebre de nuestra democracia el año 1973. Lo que hay acá es una crisis de legitimidad asociada a una crisis de confianza. La ciudadanía no está confiando ni en las instituciones ni en los actores políticos

¿En ninguno?

Estamos todos cuestionados, cualesquiera sean nuestras posiciones y cargos. Las colusiones lastimaron mucho al sector privado. La Iglesia, que era parte de la reserva moral del país, quedó golpeada a raíz de los abusos. Y no hablemos de  lo ocurrido en el fútbol. ¿En quién confiar? ¿Desde dónde hay que comenzar a reconstruir? Ya no es una agenda de derecha ni de izquierda, sino que responde a la necesidad de llamar a un gran encuentro nacional de todos -sí, de todos- para recuperar la confianza

¿Cómo se hace?

Quienes lo deben hacer son los poderes del Estado: el Ejecutivo, el Legislativo, los jueces. Hace 50 años, ante una crisis así, habrían salido a opinar algunas de las mejores espadas del sistema político. Antes, en la hora de incidentes, se escuchaban planteamientos muy de fondo sobre el estado del país. Eran intervenciones macizas que hasta los adversarios, hasta los que no compartían ese punto de vista, celebraban. Que ese discurso se publique en extenso, pedían. 

¿Está añorando el pasado?

No, estoy dando un dato solamente. La crisis es muy severa.

De todos modos, el próximo Parlamento debiera tener mayor legitimidad.

Esperemos que sí.

En un país tan presidencialista como el nuestro, ¿no diría que la iniciativa ante una crisis de esta magnitud debe venir de la Presidencia de la República?

Bueno, algo se ha hecho. Pero no todas sus propuestas se han implementado y varias incluso se han desdibujado.

El problema es que aún queda año y medio de mandato…

Sin duda, por eso yo recordaba la experiencia de las cortes españolas. Los sistemas parlamentarios tienen una flexibilidad que el presidencialismo no tiene.

2. En un momento difícil el mundo opta por los peores líderes (La indeseable perspectiva de Trump y Putin)

3. Diez reacciones a al discurso de Donald Trump en el Convención Nacional Republicana que debes leer en este momento

Por Kajal Singh

Publicación del Partido Demócrata

23 de julio de 2016

Traducido y glosado por Lampadia

 

1. «La nominación de Donald Trump es el primer momento en que la política estadounidense realmente me ha dado miedo. Donald Trump no es un hombre que debería ser presidente. Esto no es un juicio ideológico.” – Ezra Klein

2. «El ex líder del Ku Klux Klan, David Duke, dice que está de acuerdo con el discurso de Donald Trump en la Convención Nacional Republicana.»

3. «He visto todas las convenciones políticas desde 1984. Esta noche me fui temprano. Tenía miedo”. – Melissa Harris-Perry

4. «¿Se han dado cuenta de cómo Trump cree que todos estos complejos problemas se pueden resolver de forma rápida? Siempre rápido. Siempre evidente. Como si todos los demás miembros del gobierno, de ambos partidos, fueran estúpidos o malévolos. ¡Volverá las malas ofertas comerciales en buenas! Tan sencillo. Él personalmente castigará a las empresas que utilizan recursos o empleados en el extranjero. ¿Puede un presidente hacer eso? ¿A quién le importa, en la actualidad? Este es el discurso más proteccionista de un candidato que he escuchado en mi vida. Y es un ataque directo a la globalización. Es una declaración de guerra comercial». -Andrew Sullivan

5. «Esta es la visión de las mujeres en la campaña de Trump: que son esposas cuyas preocupaciones económicas se limitan únicamente a la capacidad de obtener ingresos de sus maridos». – Rebecca Traister

6. «Trump emergió como una fuerza política con la afirmación racista de que el presidente Obama no nació en los Estados Unidos. Desde entonces, ha buscado sacar ventaja aprovechándose de los peores instintos de la gente descontenta, inventando culpables y teorías de conspiración, incitando ataques violentos contra los que no están de acuerdo con él».

«La visión oscura de América, incitada por Trump, es una en el que los inmigrantes, incluyendo las familias de inmigrantes, son las principales fuentes de ‘violencia en nuestras calles y de caos en nuestras comunidades’. En el extranjero, Estados Unidos es una nación humillada, a la que se le falta el respeto.

«Esto no es sólo falso, sino que es una visión tremendamente distorsionada de lo que representa toda la nación. Uno podría pensar que, si Trump realmente creyera que existe esta distopía, tendría un plan claro y detallado para cambiarlo. Pero, como siempre, no tiene más que su vacío argumento vendedor: ‘Estoy con ustedes, voy a luchar por ustedes, y voy a ganar para usted», dice.» – El Consejo Editorial del New York Times

7. «Rompiendo con dos siglos de tradición política, Donald Trump no les pidió a los estadounidenses que pongan su confianza en sí mismos o en Dios, sino más bien, en Trump». – Yoni Appelbaum

8. «Donald Trump le dio a Bernie Sanders un saludo al final de su discurso en el CNR, y a Sanders no le hizo ninguna gracia.» – El presidente Barack Obama

«Cuando Trump utilizó el nombre de Sanders como un testimonio de su destreza unificadora, alegando que los partidarios de Sanders ‘se unirán a nuestro movimiento, porque vamos a arreglar su mayor problema, las ofertas comerciales’ y que ‘millones de demócratas’ serán partidarios de Trump, Sanders estaba allí para detenerlo». – Vox

9. «Su discurso en la convención era completamente diferente a todo lo que hemos escuchado en la política estadounidense, ajeno a la historia y alimentado por el miedo». – Jeff Greenfield

10. «Algunos de los temores que se expresaron durante toda la semana simplemente no son acordes a los hechos». – Presidente Barack Obama

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