El legado del liberalismo de Margaret Thatcher

Como hemos advertido previamente en Lampadia: Trampa ideológica, política y académica, en los últimos años la producción de artículos con sesgos antiglobalización y anticomercio ha crecido formidablemente, ahora, a cargo de prestigiosos académicos. Ello no debería terminar por nublar nuestro entendimiento de que ambos procesos generan desarrollo. Al respecto, queremos hacer referencia a uno en particular publicado recientemente en la revista Project Syndicate (ver artículo líneas abajo) y analizarlo a la luz de la evidencia empírica presentada en nuestras publicaciones previas.

En esta ocasión, el ataque se enmarca en una fuerte crítica de lo que su autora, Paola Subacchi – profesora visitante de la Universidad de Bolonia – denomina como “thatcherismo”, que es básicamente el conjunto de lineamientos de política que implementó la primera dama del Reino Unido, Margaret Thatcher, a finales de la década de los 70 en su país, caracterizado por una reducción notable del tamaño del Estado en la economía y por la ejecución de reformas a favor del libre mercado y de la iniciativa privada. Como señala Subacchi, fue tal la influencia de Thatcher en la política internacional que no solo países desarrollados como EEUU -con el entonces presidente Reagan- y Alemania adoptaron su enfoque sino que su filosofía se extendió masivamente alrededor del mundo, alcanzando inclusive a los países emergentes.

La tesis central de la crítica de la mencionada académica sostiene que, si bien las políticas introducidas por Thatcher han aportado en diseminar el comercio internacional a un sinnúmero de países y a generar cierto consenso en torno a la mejor manera de hacer política macroeconómica de corto plazo, tanto fiscal como monetaria, no abordan por sí solas el impacto que genera la globalización en la desigualdad al interior de los países tanto desarrollados como emergentes. Asimismo, destaca con especial animadversión la desregulación financiera – introducida por las políticas thatcherianas – como principal causante de la crisis financiera del 2008.

Al respecto tenemos tres atingencias que señalar para rebatir dichos argumentos:

  • En primer lugar,  Subacchi descalifica el enfoque adoptado por Thatcher, sin considerar el adverso contexto económico, político y social que enfrentaba el Reino Unido de finales de los 70, el cual fue determinante para su ascenso al poder como primera ministra. El país no solo enfrentaba una aguda crisis económica, que terminó con un préstamo otorgado por el FMI, sino también por una crisis política reflejada en un Partido Laborista, que había dominado toda la escena política en el período de la posguerra y cuyas políticas de corte socialista sólo habían generado trabas en la economía. Como la historia demostró después, la salida de la crisis del Reino Unido gracias a las reformas de mercado emprendidas por Thatcher – que no menciona Subacchi – explican gran parte de su éxito en la adopción de su filosofía política en Occidente. Esta es una primera falla de comunicación que comete Subacchi en su argumentación.
  • En segundo lugar, no es cierto que la globalización ha generado un aumento notable de la desigualdad al interior del mundo desarrollado, ni en el Tercer Mundo. Por el contrario, como hemos explicado en Lampadia: Trampa ideológica, política y académica, Retomemos el libre comercioOtra mirada al mito de la desigualdad, no solo EEUU ha experimentado un aumento nada despreciable de los ingresos familiares –51% entre 1979 al 2014- sino que más de la mitad de la clase media en América Latina se ha duplicado en la última década, gracias al crecimiento económico impulsado por la globalización y el libre comercio. Dada la evidencia, es hasta irresponsable darle la espalda a ambos procesos que han generado un círculo virtuoso de prosperidad para todos estos países.
  • Y finalmente, no es cierto que la desregulación financiera fue la principal causante de la crisis financiera del 2008. Como otrora en 1963, el economista anarcocapitalista Murray Rothbard demostrara en su obra seminal «America’s Great Depression» que la crisis del crack del 29, fue inducida por la política monetaria y no por el mercado de valores, las causales de la crisis del 2008 también pueden ser explicadas en los mismos términos. Fue, pues, la expansión monetaria inducida por la FED, a través de recortes sucesivos de tasas en los 6 años previos a la crisis, las que indujeron a la economía estadounidense a operar fuera de sus límites de equilibrio, precipitando en el 2008, una crisis financiera de enormes magnitudes. No se puede hablar de un desregulación financiera per sé, cuando la oferta de dinero se determina endógenamente ante movimientos de la tasa de interés generados por una entidad estatal.

En conclusión, no es la globalización la que genera los problemas de distribución del ingreso y menos las llamadas crisis del capitalismo. Por el contrario, de no ser por este proceso, el crecimiento económico mundial probablemente solo hubiera podido beneficiar a aquellos países que llegaron primero a los estratos altos de la distribución del ingreso, mientras que aquellos emergentes seguirían en niveles muy bajos en cuanto a PBI per cápita.

Y en lo que respecta a Margaret Thatcher, fue gracias a su vehemencia e insistente entrega, que las políticas en torno al libre mercado, la globalización y el libre comercio siguen teniendo vigencia en Occidente y en muchos países de nuestra región, aún con todos los ataques que siguen recibiendo en el día a día desde todos los flancos de la sociedad. Nosotros seguiremos en esta cruzada a favor de ellas. Lampadia

El Camino desde el Thatcherismo

Este año se cumplen cuatro décadas desde que Margaret Thatcher llegó al poder como la primera mujer en ocupar el cargo de primera ministra de Gran Bretaña, inaugurando una era de fundamentalismo de mercado que aún hoy sigue presente. ¿Por qué una ideología tan obviamente agotada mantiene su control sobre los responsables políticos en todo el mundo?

Paola Subacchi
Project Syndicate
15 de febrero, 2019 
Traducido y glosado por Lampadia

Los últimos años, con el auge del populismo en todo el mundo desarrollado, han parecido el fin de una era. Esto es quizás lo más cierto de la economía, donde la revolución del libre mercado que surgió hace cuarenta años ahora parece haberse desvanecido en denuncias, dudas y recriminaciones.

En mayo de 1979, Margaret Thatcher se convirtió en la primera mujer en ocupar el cargo de primera ministra de Gran Bretaña, después de haber sido elegida líder por el Partido Conservador cuatro años antes. A pesar de ser rechazado inicialmente por muchos de sus colegas masculinos, Thatcher se convertiría en una de las líderes políticas más influyentes y controvertidas de la historia.

Cuando Thatcher llegó al poder, fue la primera líder nacional de una gran economía desde el final de la Segunda Guerra Mundial en exigir un papel más pequeño para el estado y un papel más importante para el mercado. Su gobierno inauguró una nueva era de formulación de políticas económicas guiada por el principio de laissez-faire.

En breve, la administración entrante de Ronald Reagan en los Estados Unidos adoptó un enfoque similar. Al igual que el Thatcherismo, el Reaganismo se basó en la idea de que los mercados siempre lo resuelven mejor. Después de la estanflación y aparente ruptura del consenso keynesiano de la posguerra en la década de 1970, la marca del fundamentalismo de mercado de Thatcher y Reagan, que pronto se conoció como neoliberalismo, se arraigó y se extendió a los países desarrollados y en desarrollo.

A pesar de varias mutaciones a lo largo de los años, los principios fundamentales del neoliberalismo (privatización, desregulación de los mercados de productos y trabajo, bajos impuestos, libre comercio y liberalización del mercado de capitales) siguen siendo los mismos. Y, no por casualidad, las décadas de su reinado han estado marcadas por la inestabilidad financiera, la creciente desigualdad y, en última instancia, el descontento político. Con la aceleración del cambio tecnológico junto con los grandes cambios en el orden económico mundial, existe una demanda creciente de políticas de ingresos, mercado laboral e industriales más activas. Pero el Thatcherismo sigue estando muy presente entre nosotros.

La confianza cerebral

Cuando Thatcher llegó al poder, Gran Bretaña estaba profundamente dividida y sometida a una economía en crisis. Era considerado como el «enfermo de Europa». Luego, en 1976, la libra esterlina se desplomó alrededor de un 25% frente al dólar, lo que obligó al gobierno a pedir prestamos Fondo Monetario Internacional.

Este episodio socavó gravemente la credibilidad del Partido Laborista como un administrador competente de la economía. Durante el ‘invierno de descontento’ en 1978, las huelgas del sector público pusieron al país de rodillas. Los votantes estaban listos para el cambio, y Thatcher estaba lista para aprovechar la oportunidad con el mensaje poderoso y conciso «El laborista no está dando resultados».

Una vez en el cargo, Thatcher siguió una política económica «neo-conservadora» que se había forjado en los think tanks a favor del mercado, como el Institute of Economic Affairs (IEA) en Gran Bretaña y la Fundación Heritage en los EEUU.

Thatcher confió en los economistas de la IEA que habían sido fuertemente influenciados por Friedrich Hayek y Milton Friedman.

El tiempo de TINA

Thatcher presentó su nueva agenda conservadora como una respuesta práctica a circunstancias dramáticas. En Gran Bretaña, se necesitaba reducir la inflación, aumentar el empleo e impulsar el crecimiento económico. El enfoque de Thatcher se volvió casi inevitable, lo que se reflejó en su famoso eslogan: «No hay alternativa» (There is no alternative, o TINA, como se hizo ampliamente conocido).

La solución de Thatcher para los problemas económicos de Gran Bretaña fue reducir el gasto público y los programas de asistencia social, frenar el poder sindical, restringir los salarios, privatizar las empresas de propiedad pública y recortar los impuestos. [Y que tuvo buenos resultados ya que se salió exitosamente de la crisis económica].

Para 1989, los ingresos de la privatización ascendieron a £ 24 mil millones ($ 49 mil millones). Pero en lugar de invertir estos fondos en educación y desarrollo del país, Thatcher los utilizó para financiar más recortes de impuestos. A finales de la década de 1980, los altos ingresos que habían pagado un impuesto del 83% sobre su ingreso marginal, en 1979 pagaban solo el 40%.

Desde entonces, el paradigma de los mercados eficientes dominó casi todos los debates de política económica en Occidente. En el Reino Unido, las políticas a favor del mercado y la probidad fiscal se convirtieron en una realidad en todo el espectro político. En Gran Bretaña, un gobierno laborista del Primer Ministro Tony Blair fue responsable de la desregulación del sector financiero. En los Estados Unidos, el presidente Bill Clinton, un demócrata, hizo lo mismo con Wall Street y recortó los beneficios de asistencia social. Y en Alemania, los socialdemócratas del canciller Gerhard Schröder impusieron un tope al crecimiento salarial [origen del éxito económico de Alemania].

Beneficios y pauperización

Y, sin embargo, en la patria de la revolución neoliberal, el neoliberalismo no logró un crecimiento más fuerte. Entre 1980 y 1989, el PBI real anual (ajustado por inflación) creció en promedio un 2,6%, tal como lo había hecho entre 1970 y 1979. Lo que sí cambió fue la distribución del producto, y no para mejorar. En la década de 1980, el PBI per cápita apenas aumentó, después de haber crecido alrededor del 50% entre 1958 y 1973. El coeficiente de Gini del Reino Unido (donde 0 representa la igualdad absoluta y 1.0 significa que una sola persona posee todo) aumentó de 0.25 en 1979 a 0.32 en 1992.

Durante este período, Gran Bretaña, como los EEUU, estaba atravesando un cambio estructural. En 1948, el 42% del PBI del Reino Unido provino de la manufactura y el 15% de los servicios; sin embargo, en la actualidad, los servicios representan alrededor del 79% del PBI, en comparación con solo el 15% de la manufactura.

Técnicamente, el neoliberalismo, a través de la desregulación y la sindicalización del mercado laboral, ha ayudado a lograr el pleno empleo, que fue el objetivo principal de las políticas keynesianas de posguerra que Thatcher, Reagan y sus seguidores dejaron de lado. Pero no ha llevado a una prosperidad generalizada ni a una distribución más justa de los recursos. De hecho, los trabajadores se encuentran cada vez más atrapados en la pobreza como resultado de los bajos salarios y los altos costos de vida.

En el Reino Unido, la desigualdad agregada no ha aumentado significativamente en las últimas décadas, por lo que el coeficiente de Gini del país está alineado con el promedio de la OCDE, y solo ligeramente por debajo del promedio en relación con la UE.

Haciendo al mundo un espacio del deudor

En general, las sociedades que han abrazado el neoliberalismo se han dividido cada vez más en términos de poder económico, influencia, educación y salud. Esto, a su vez, ha producido una profunda polarización política y una sensación de falta de poder e inseguridad generalizadas. Si la ingeniería social, la pesadilla de la nueva agenda conservadora, fue en realidad el objetivo final, ha sido un éxito rotundo.

Aunque esa agenda a menudo se asocia con el libre comercio y la integración en el mercado internacional (es decir, la globalización), su principal imperativo siempre ha sido la desregulación financiera. Desde la revolución de Thatcher, la ingeniería financiera, en lugar de la política social, se ha mantenido como la única solución para fallas de mercado masivas como las descritas anteriormente.

Además, después del impulso de Thatcher por la desregulación financiera, un enorme auge de los préstamos facilitó el examen de los problemas emergentes. Si bien los ingresos se quedaron por detrás del crecimiento de la productividad, las personas pudieron obtener préstamos para comprar casas y luego financiar el gasto de los hogares. Por lo tanto, en el momento de la crisis del 2008, la deuda de los hogares británicos había alcanzado el 160% de los ingresos, en comparación con el 100% de la década anterior; hoy en día, se mantiene en torno al 130%.

Desde entonces, la liberalización de la cuenta de capitales, junto con la privatización y los profundos recortes en el gasto público, han llegado a resumir los programas del FMI para los países que necesitan apoyo financiero. El llamado Consenso de Washington exportó la austeridad de Thatcher y los recortes de impuestos de Reagan al resto del mundo, imponiendo políticas de libre mercado a los países en desarrollo que luchan con los problemas de la balanza de pagos.

El legado global del thatcherismo

El récord internacional del thatcherismo es mixto. La expansión del comercio en las últimas cuatro décadas ha contribuido inequívocamente al crecimiento económico y al desarrollo en todo el mundo. Y los marcos macroeconómicos que comprenden bancos centrales independientes, una política fiscal prudente y una buena gobernanza han sustentado la estabilidad y el crecimiento en muchos países.

El problema es que estos marcos no abordan el impacto distributivo de la globalización. [Falso, excepto en el análisis parcial en los propios países más ricos]. Después de Thatcher, la opinión predominante ha sido que los gobiernos no deberían intervenir para corregir las fallas del mercado, financiar o invertir en bienes públicos, o redistribuir los ingresos para reducir la pobreza y la desigualdad.

El legado de la desregulación financiera no es mejor. La crisis de 2008 mostró que los mercados no siempre se ajustan solos, ya que están plagados de intereses creados, riesgos morales y deshonestidad impulsada por la avaricia. En el evento, las medidas para detener la crisis finalmente apuntalaron un sistema que debía ser reformado fundamentalmente. El rescate masivo de las instituciones financieras privadas por parte de los contribuyentes, junto con la austeridad fiscal, el crecimiento económico deprimido y la penalización de los hogares de bajos ingresos, socavan gravemente la legitimidad de los sistemas políticos nacionales.

A nivel internacional, la crisis de 2008 se encontró con una agenda de reforma incremental centrada principalmente en el fortalecimiento de la regulación. Y, sin embargo, el enfoque de política prevaleciente sigue alineado con la doctrina neoliberal de reformas estructurales de la oferta, mercados laborales flexibles (que conducen a menores costos laborales) y gasto público restringido.

¿A dónde va la contra-revolución?

En 1979, Thatcher aprovechó el descontento popular con el gobierno disfuncional y promovió una visión de la sociedad basada en individuos libres y autorrealizados. Como ella dijo de la famosa «sociedad», «No hay tal cosa». “Hay hombres y mujeres individuales y hay familias, y ningún gobierno puede hacer nada excepto a través de las personas, y las personas se miran a sí mismas primero».

A diferencia de las crisis económicas de la década de 1970, el desplome de 2008 no llevó a un replanteamiento radical de la economía política. Lo que siguió fue la negación de la necesidad de nuevas políticas de distribución y formas de gestión económica. El resultado de esta complacencia se hizo evidente en 2016, con el referéndum Brexit en el Reino Unido y la elección del presidente Donald Trump en los Estados Unidos.

Existe un tradeoff entre mantener las economías de mercado abierto y garantizar la estabilidad política. A menudo, las medidas para redistribuir recursos y apoyar las economías domésticas son tanto necesarias como apropiadas. El impulso de pretender que este tradeoff no existe, y que los mercados se regulan a sí mismos, es uno de los legados perdurables del Thatcherismo. También es el colmo de la pereza intelectual.

Asegurar que una ciudadanía democrática siga comprometida con los valores liberales requiere que las transiciones económicas y políticas sean administradas por los estados y las instituciones públicas. Resulta que hay una cosa tal como la sociedad después de todo. Lampadia

Paola Subacchi es investigadora principal en Chatham House y profesora visitante en la Universidad de Bolonia. Es la autora, más recientemente, de The People’s Money: Cómo China está construyendo una moneda global.




Gran Bretaña al límite, Alemania en veremos

El aumento del populismo global está claro. Los partidos populistas han pasado a ser los protagonistas, desde las apelaciones populistas que alimentaron el voto del Brexit hasta lograr que un candidato populista sea presidente de los Estados Unidos. El aumento del apoyo al populismo de derecha en las democracias occidentales ya está alterando la historia, transformando la política y representando una amenaza para la democracia. La sorprendente excepción es hoy día la Francia de Macron.

Gran Bretaña continúa su camino a la perdición

Por su lado, en Gran Bretaña, el populismo de la izquierda se ve materializado en Jeremy Corbyn, quien busca renacionalizar todas las industrias privatizadas durante el renacimiento de GB con Thatcher. El ascenso de Corbynal poder parece bastante posible.

Los británicos corren el riesgo que el próximo jefe de Gobierno sea un marxista recalcitrante, quien se ha rodeado de fundamentalistas de extrema izquierda que exigen imponer desastrosas fórmulas sociales y políticas económicas intervencionistas, las mismas que llevaron a la Gran Bretaña a una situación desastrosa en la que llegaron a prestarse dinero del FMI, a fines de los años 70. Las gravísimas consecuencias del Brexit no son nada en comparación de lo que le puede pasar a la Gran Bretaña en caso de que el populista Corbyn llegue al poder.

Como dijo The Independent recientemente: “Un giro populista como este representa para el Partido Laborista un cambio de paradigma en dos sentidos. Primero, rompe el hábito del Nuevo Laborismo [corriente del ex primer ministro Tony Blair] de intentar superar a los Conservadores exclusivamente con base en la competencia económica. En lugar de una competición sobre la habilidad tecnocrática en el manejo de la economía y en la provisión de servicios públicos, una perspectiva populista se presentaría a las próximas elecciones con un mensaje de rechazo de los intereses privados que determinan actualmente la formación de políticas públicas.”

Esta situación ha sido propiciada por la extrema debilidad política de Theresa May, la primera ministra pos-Brexit, que además de plantear un Brexit duro, se prestó el lenguaje radical del antiguo laborismo ultramontano.

Alemania en peligro

Hubo un momento donde parecía que los vientos estaban cambiando: Holanda y Francia eligiendo a los líderes moderados y Angela Merkel era la favorita para la reelección. Sin embargo, el éxito de la Alternativa para Alemania (AfD, por sus siglas en alemán) en las elecciones  alemanas es un recordatorio de que esto no es tan fáscil. Lamentablemente, el populismo en Europa llegó para quedarse. El AfD nacionalista ha ganado al menos 80 escaños en el parlamento alemán y la extrema izquierda también ha tenido cierto éxito, lo que equivale a que casi una cuarta parte de los alemanes votaran por algún extremo político. Es importante no subestimar la importancia de este resultado.

Las elecciones alemanas de 2017 marcaron un punto de inflexión en la historia política del país. El populista AfD se ha convertido en el tercer partido más grande a nivel nacional. Por primera vez en la historia alemana posterior a la Segunda Guerra Mundial, un partido ultraderechista, antimusulmán y antieuropeo, la Alternativa para Alemania, obtuvo suficientes votos para ingresar al Parlamento.

Eso en sí mismo no es sorprendente en un momento en que los partidos populistas han logrado avances en toda Europa y en los Estados Unidos. Pero el surgimiento de un partido nacionalista es una fuente de angustia. Está claro que la democracia occidental necesita un cambio urgente. La pregunta es si Angela Merkel, debilitada después de las últimas elecciones, logrará las alianzas que le permitan emprender las reformas de la UE, en líneas cercanas a las planteadas por Macron.

El resto de Europa

El populismo plantea un peligro de que las relaciones entre las naciones europeas no afiancen una mayor integración, para contrarrestar la marea nacionalista y mejorar el funcionamiento de la UE. El Gobierno francés esperaba que, tras su reelección, Merkel tomaría pasos más audaces hacia la reforma e integración de la eurozona. El nuevo panorama político en Alemania hará más difícil que la mandataria pueda responder positivamente a las propuestas francesas.

En Lampadia ya lo hemos denominado ‘una alianza entre la mentira y la esperanza’. La mentira, porque el político populista sabe que no va a cumplir con lo que ofrece, solo lo hace para conseguir votos de los más necesitados y carentes de alternativas. La esperanza, porque resulta ser como el último pedazo de madera del cual uno se puede agarrar en medio del mar, después de haber llegado a creer que ya nada brindarle algo que lo ayude a mejorar su situación.

Pero, lamentablemente, esta tendencia populista está propagándose por todo el mundo. Donald Trump fomentó una ola de populismo que lo llevó a la Casa Blanca. Lo mismo sucedió en el Reino Unido, donde los populistas lograron el voto por el Brexit. La actual situación en Gran Bretaña y va en la misma dirección, con una Alemania que puede haber perdido su firmeza.

El mayor proteccionismo y el discurso populista son justamente los causantes de parte del freno al crecimiento mundial, como afirmó el Centro para la Investigación de Política Económica, el cual estima que sólo durante los primeros ocho meses de 2016, los gobiernos del G-20 implementaron casi 350 medidas que afectaban los intereses extranjeros. «Los saltos en el proteccionismo del G-20 en 2015 y 2016 coinciden ominosamente con el freno en el crecimiento de los volúmenes de crecimiento del comercio global», afirmó el centro europeo (al que los europeos no hacen caso). Ver en Lampadia: Es importante defender el libre comercio (y …).

El libre comercio, la más clara expresión de la globalización económica de las últimas décadas, produjo los grandes avances de la humanidad en términos de reducción de la pobreza y de la desigualdad globales, la mortalidad infantil, el aumento de la esperanza de vida, la emergencia de una clase media global y el crecimiento de la población mundial al doble de lo que fue hace pocas décadas, con mejor calidad de vida, salud e ingresos. Ver en Lampadia: El libre comercio benefició a los países emergentes.

Todo esto, no es ajeno a los intereses del Perú. Estemos cerca de los acontecimientos y ejerzamos nuestro rol en las cumbres globales en las que participamos. Lampadia




La élite global y la nación-Estado

Como hemos referido anteriormente, el historiador británico, Niall Ferguson afirmó en Chile hace algo más de un año que “Chile era el país más inteligente de la región pero que últimamente estaba ejerciendo su derecho a ser estúpido”. En Lampadia hemos usado la figura de Ferguson en referencia a la propia Gran Bretaña (El país más pintado puede perder el tren) por el Brexit y su manejo por parte de su Primer Ministro, Theresa May.

 

En el artículo de Ferguson que publicamos líneas abajo y que recomendamos leer con interés, el afamado historiador analiza el contenido del discurso de May en su primera conferencia del Partido Conservador de principios de octubre pasado. En él, May describe la regresión de la política británica a la era pre-Thatcher del desastroso laborismo que terminó con el ‘winter of discontent’ (el invierno del descontento) de James Callaghan.

Entonces, en los años 70, el Reino Unido estaba sumido en una profunda crisis por políticas industriales y laborales que desestabilizaron el país, excesiva intervención del Estado en la economía, regulaciones que inhibían la competitividad, tuvieron que devaluar la Libra Esterlina y pedir préstamos al FMI. Todo eso fue superado por la revolución del ‘capitalismo popular’ de Margaret Thatcher del Partido Conservador y consolidado posteriormente por el laborismo de Tony Blair (el mejor alumno de Thatcher).

Desde entonces, la Gran Bretaña pasó a vivir sus mejores años pos-imperiales, constituyéndose como una importante potencia global.

Es sorprendente como el Reino Unido, de un preclaro líder como Winston Churchill, ha perdido perspectiva y ha dejado que procesos como la migración y la pérdida de competitividad con EEUU y China, lo lleven a una crisis de identidad y a malograr sus políticas públicas con una retórica (de Theresa May) digna de los museos de los falsos paradigmas políticos del socialismo europeo. Leamos las sabias reflexiones de Ferguson:

Theresa May ha definido una nueva lucha de clases: los ciudadanos del mundo frente a los que se encierran en sus fronteras. La primera ministra pretende situar a los tories en el centro de la política británica desplazando a la ‘izquierda socialista’

 

 

Niall Ferguson, historiador británico, investigador titular en la Hoover Institution, Stanford
El País de España, 17 de octubre de 2016
Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia

 

Quien cree ser un ciudadano del mundo no es ciudadano de ninguna parte. No entiende lo que significa la palabra ciudadanía”. Estas fueron las palabras fundamentales del discurso de Theresa May en la conferencia del Partido Conservador celebrada en Birmingham la semana pasada. Mi respuesta —como miembro de pleno derecho de la clase cosmopolita y desarraigada— fue: “¡Oh la la!”

Bienvenidos a la nueva guerra de clases. De un lado, los ciudadanos del mundo —los Weltbürger—, que somos ciudadanos sólo en el sentido en que lo era el Ciudadano Kane de Orson Welles. Tenemos como mínimo dos pasaportes. Hablamos como mínimo tres idiomas. Y tenemos como mínimo cuatro casas, ninguna de ellas en nuestra ciudad natal. Del otro lado, llenos de resentimiento contra nosotros, ustedes, los ciudadanos de la nación-Estado. Tienen un pasaporte, como mucho. Detestan las pocas palabras de francés que aprendieron en el colegio. Y viven a tiro de piedra de sus padres o sus hijos. Adivinen qué grupo es más numeroso. Por muchas donaciones que haga la élite globalizada, tanto filantrópicas como políticas, nunca podríamos compensar esa disparidad.

No nos ha ido nada mal. Casi 30 años de globalización, tecnología de la información y burbujas en los mercados entre 1979 y 2008. Y cuánto nos divertimos. El champán. El caviar beluga. La ostentación. Desde la crisis financiera, sin embargo, las cosas han cambiado, a pesar de creaciones tan inspiradas como el alivio cuantitativo (cuyos beneficios para nosotros son fáciles de cuantificar). Hagámonos a la idea: el año 2016 ha sido el annus horribilis de la élite mundial.

Cuando nos reunimos en Davos en enero, todavía podíamos reírnos de Donald Trump. Entonces obtuvo la nominación republicana. Cuando volvimos a vernos en Aspen, en primavera, todavía podíamos hacer bromas sobre Boris Johnson. Entonces llevó el Brexit hasta la victoria y se convirtió en ministro de Exteriores. Durante todo el verano nos aferramos a la esperanza de que las consecuencias económicas del Brexit fueran terribles y que los votantes se arrepintieran. Nos equivocamos.

El Brexit hará retroceder al Reino Unido al año en que entramos en la Comunidad Europea
Los cosmopolitas sin raíces nos hemos reunido en Washington para la asamblea anual de Fondo Monetario Internacional. Nuestra gloriosa líder, Christine Lagarde, hace la eterna advertencia contra el proteccionismo. Felicitamos a otro miembro de nuestro club, el ex primer ministro portugués António Guterres, por su designación como secretario general de Naciones Unidas. Pero, como dice el ministro alemán de Finanzas, Wolfgang Schäuble: “Cada vez más, la gente no confía en sus clases dirigentes”. Y ahí entra Theresa May. Como señaló Paul Goodman, es imposible entender a la Madre Teresa sin saber algo de su infancia como hija de un clérigo anglo-católico de provincias. Ahora bien, las palabras que pronunció la semana pasada no eran una mera versión tradicional de la democracia cristiana. Y los que opinan que no es más que la Angela Merkel de la Asociación Conservadora de Oxford pasan por alto unas cuantas diferencias importantes.

En su discurso, May hizo tres cosas extraordinarias. En primer lugar, dejó claro que nos aguarda un “Brexit duro”. La primera ministra ha comprendido que, en junio, el país votó restringir la inmigración, y que el fin de la libre circulación de personas significa nuestra separación del mercado europeo. Así que ha decidido sacar todo el provecho posible. Su llamamiento a los votantes del UKIP — a quienes “se encuentran sin trabajo o con sueldos bajos por culpa de los inmigrantes no cualificados”— fue tan rotundo como su alusión al “contrato social que dice que hay que formar a los jóvenes locales antes de contratar mano de obra extranjera y barata”. ¡Oh la la!

En segundo lugar, fue un rechazo total del thatcherismo dirigido a los votantes desilusionados con el laborismo de Corbyn. Fragmentos enteros parecían sacados de discursos de líderes laboristas como Neil Kinnock y Ed Miliband: “Un plan que significa que el gobierno va a asumir sus responsabilidades. Corregir los fallos. Desafiar los intereses creados. Tomar decisiones importantes. Hacer lo que consideramos apropiado. Conseguir resultados. Porque ese es el bien que puede hacer el Gobierno».

“El bien que puede hacer el Gobierno”. Usó esta expresión cinco veces. Prometió “poner el poder del Gobierno al servicio de la gente trabajadora”. Incluso afirmó que “el Estado existe para proporcionar lo que… los mercados no pueden”, y declaró estar dispuesta a “intervenir… cuando los mercados sean disfuncionales”. Lo más impresionante fue la promesa de “una nueva estrategia industrial… que identifique los sectores con valor estratégico para nuestra economía y los apoye y estimule con políticas comerciales, fiscales, infraestructuras, conocimientos, formación e I+D”. Cuando la señora May terminó de hablar, los atónitos conservadores habían aceptado la representación de los trabajadores en los consejos de administración y estaban aplaudiendo su nueva identidad, ser “el partido de los trabajadores, de los funcionarios, del servicio Nacional de Salud”. Cuando mencionó a Clement Attlee, no creo que yo fuera el único que esperaba ver aparecer a Gordon Brown en el escenario.

Es indiscutible la audacia de ese intento de definir a los conservadores como “el nuevo centro de la política británica”, en oposición a lo que llamó con desprecio “la izquierda socialista y la derecha libertaria”. Pero la parte más asombrosa fue su constante diatriba contra “los privilegiados… los ricos, los triunfadores y los poderosos… los poderosos y los privilegiados… los ricos y los poderosos”. Ningún líder tory hablaba así desde que Edward Heath llamó a Tiny Rowland “el rostro inaceptable del capitalismo” en 1973.

Eso es justo lo que me inquieta. Hace meses, advertí a mis lectores de que votar a favor del Brexit podía significar que este país retrocediera adonde estábamos hace 43 años, cuando entramos en la Comunidad Económica Europea. Eso es exactamente lo que pretende Theresa May.

Olviden el guiño a “la capital financiera del mundo”. Aparten la tibia referencia a la “Gran Bretaña global”. Cuando la libra cayó por el precipicio el jueves de la semana pasada, nos encontramos de nuevo en los años setenta: primero la estrategia industrial y luego la crisis de la moneda. Los japoneses tuvieron Abenomics. Nosotros tendremos que conformarnos con ABBAnomics, en honor del grupo favorito de May.

Mi grupo favorito de los setenta era The Faces, y todo esto me recuerda uno de sus mayores éxitos: “Pobre abuelo, / cómo me reía de sus palabras. / Pensaba que era un amargado, / cuando hablaba de los trucos femeninos. / ‘Te atraparán, te usarán, / antes de que te des cuenta, / porque el amor es ciego, y tú eres demasiado bueno. / No dejes nunca que se note’”.

Al estribillo: “Ojalá hubiera sabido lo que sé hoy, cuando era joven”.
¿Cómo se llama la canción? Oohh la la.

Lampadia

 




A más derechos, menos esfuerzo y agradecimiento

Desde su creación, el socialismo y todas sus derivaciones fueron anunciados con bombos y platillos, como la salvación de la humanidad. Fueron creaciones intelectuales que nunca funcionaron en la realidad. Por ello, sus experimentos se acompañaron siempre con ‘relatos’ que pretendían reescribir la historia para ocultar sus resultados. En esta ominosa práctica, cayeron incluso intelectuales de gran ascendiente, siendo el caso más emblemático, el del francés Jean Paul Sartre, que mintió reiteradamente sobre el genocidio de Stalin en el Imperio Soviético.

Hugo Chávez. Fuente: www.noticias24.com

Las siguientes frases son unos de los pocos aportes que desnudaron la verdadera naturaleza de todas las formas de socialismo:

“Uno de los más grandes errores es juzgar a las políticas y programas por sus intenciones, en lugar de por sus resultados”. Milton Friedman

“El vicio inherente al capitalismo es el desigual reparto de bienes. La virtud inherente al socialismo es el equitativo reparto de miseria. Winston Churchill

“El socialismo fracasa cuando se les acaba el dinero… de los demás”. Margaret Thatcher

“Los primeros cristianos decían ‘Todo lo mío es tuyo’, los socialistas dicen ‘Todo lo tuyo es mío’”. Winston Churchill

“El socialismo es una doctrina:
                – De amor en base al odio,
                – Un ensayo de fraternidad universal a base de guerra de clases,
                – Una tentativa de liberación racionalista de dogmas y,
                – Una escuela de libertad a base de tiranía».
Cupertino del Campo

A menudo se culpa al capitalismo de crear gente codiciosa, egoísta y materialista, afirmando que estos calificativos son intrínsecos a los mercados libres y al afán de lucro. Sin embargo, la indiscutible verdad es que el capitalismo ha demostrado ser el modelo económico más productivo que el mundo haya visto, trayendo mayor prosperidad a miles de millones de habitantes de los países más pobres del mundo. En todo caso, de alguna manera, podríamos parafrasear a Churchill diciendo:

                “El capitalismo es el menos malo de los sistemas económicos”

Como hemos informado anteriormente, el mundo es hoy un mejor lugar para vivir que hace 50, 30 y 20 años. La pobreza ha disminuido y se estima que en 20 años debe desaparecer. Ha crecido la esperanza de vida y han mejorado la alimentación y la salud, gracias a la globalización y a la consiguiente incorporación de muchos países a la economía de mercado, empezando por China y ahora India. Así lo demuestran Bill Gates (El mundo ha mejorado y seguirá mejorando) y Xavier Sala i Martín (El Capitalismo Reduce la Pobreza en el Mundo). Además, en un reciente artículo, mostramos como la mayor economía de mercado y el mayor representante del capitalismo global, Estados Unidos, ha logrado diferenciarse notoriamente del resto del mundo por el nivel de bienestar que han logrado para su población. Ver en Lampadia: Indicadores incómodos para los críticos del capitalismo.

En el video que publicamos líneas abajo, Dennis Prager, fundador de Prager University y presentador de radio en EEUU, explica por qué el socialismo fomenta una sociedad de gente egoísta e ingrata y, contrariamente a los ‘mitos’, el capitalismo incentiva a los ciudadanos a ser más esforzados, trabajadores y agradecidos. 

Lampadia

El socialismo vuelve egoísta a la gente

Dennis Prager

Prager University

18 de julio de 2016

Transcrito y traducido por Lampadia

En el mundo contemporáneo, se toma como dado que el capitalismo, con su libre mercado y afán de lucro, se basa en el egoísmo y produce el egoísmo, mientras que el socialismo se basa en el desinterés y produce desprendimiento.

Bueno, es todo lo contrario. Cualesquiera que sean sus intenciones, el socialismo produce individuos mucho más egoístas y una sociedad mucho más egoísta que una economía de libre mercado. Y una vez que este egoísmo generalizado se vuelve popular, es casi imposible de deshacer.

Un ejemplo: En 2010, el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, se dirigió a una gran audiencia de estudiantes universitarios. Durante su discurso, anunció que los jóvenes podrían ahora  mantenerse en el plan de seguro médico de sus padres hasta los 26 años.

No recuerdo haber oído jamás un aplauso más fuerte, más atronador, o más sostenido que en ese momento. Aún si el presidente hubiera anunciado que se había descubierto una cura para el cáncer, dudo que los aplausos habrían sido tan fuertes o tan largos.

Pero ¿de qué estaban tan contentos? Que se les diga a los jóvenes que ahora pueden seguir dependiendo de sus padres hasta los 26 años debería ser algo degradante, no liberador. A lo largo de la historia americana y, de hecho, de toda la historia occidental, el gran objetivo de los jóvenes ha sido en convertirse en adultos maduros -comenzando con ser independientes de mamá y papá. El socialismo y el estado de bienestar destruyen esta aspiración.

En varios países de Europa y ahora cada vez más en EEUU, se está volviendo algo común que los jóvenes vivan con sus padres hasta los 30 años y no es infrecuente que sea por más tiempo aún. ¿Y, por qué no? En el estado de bienestar, cuidar de uno mismo ya no es una virtud.

¿Por qué? Porque el gobierno va a cuidar de ti. Por lo tanto: El socialismo permite – y como resultado produce – personas cuyas preocupaciones son cada vez más centradas en uno mismo: ¿Cuántos beneficios voy a recibir por parte del gobierno? ¿El gobierno pagará mi educación? ¿El gobierno pagará mi atención médica? ¿Cuál es la edad más temprana a la que me puedo retirar? ¿Cuánto tiempo de vacaciones pagadas puedo obtener? ¿Cuántos días puedo pedir por permiso médico y todavía recibir un salario? ¿A cuántas semanas de paternidad o maternidad remunerada tengo derecho?

La lista se alarga con cada elección de un partido liberal o progresista o de izquierda. Y luego, cada beneficio se convierte en un «derecho adquirido». Pero no hemos terminado. Hay efectos incluso más destructivos del socialismo. Los derechos adquiridos crean ciudadanos que carecen de una característica de carácter que todo ser humano debe tener – gratitud. No se puede ser feliz si no se está agradecido y no se puede ser una buena persona si no se está agradecido. Es por eso que constantemente les decimos a nuestros hijos, «di gracias”. Pero el socialismo deshace esta enseñanza. Después de todo, ¿por qué va a agradecer una persona por algo a lo que tiene derecho? Entonces, en lugar de decir «gracias», al ciudadano del estado de bienestar se le enseña a decir: «¿A qué más tengo derecho?»

Sin embargo, la izquierda insiste en que es el capitalismo y el libre mercado, no el socialismo, lo que produce gente egoísta. Pero la verdad es que el capitalismo y el libre mercado producen personas mucho menos egoístas. Le enseña a la gente a trabajar duro y cuidar de sí mismos (y a otros) – y que deben ganar lo que reciben, produce personas menos, no más, egoístas.

El capitalismo enseña a las personas a trabajar más; el socialismo enseña a las personas a exigir más derechos. ¿Qué actitud crees tú que va a crear una mejor sociedad?

Lampadia