Los mercados y la calidad de las escuelas

El artículo de Andrés Velasco sobre la relación de los mercados y la calidad de la educación, que compartimos líneas abajo,  nos permite revisar y aclarar algunos conceptos muy importantes para el debate general sobre la educación en el Perú.

Antes que nada es preciso aclarar que en Lampadia no estamos en contra de la educación pública, lo que reiteramos, una y otra vez, es que lo que necesitamos es hacer una revolución en la educación pública para ponerla en el nivel que necesitamos en el mundo de la ‘cuarta revolución industrial’.

Fuente: educaciontic.perueduca.pe

Más bien, los funcionarios del sector educativo y los políticos de nuestras izquierdas, de las ‘ideas muertas’, son los que pretenden abolir la educación privada, presumiblemente, para tener el monopolio de la educación y usarla como un vehículo de penetración política. No olvidemos que el gremio magisterial está más comprometido con la ‘lucha de clases’ que con la calidad de la educación. (Aún hoy, se manifiesta así en el estatuto del Sutep).

Veamos pues el análisis siguiente:

Project Syndicate

Andrés Velasco, ex Ministro de Finanzas y candidato presidencial de Chile, profesor de la Universidad de Columbia, EEUU

29 de setiembre, 2016

Traducido del inglés por Ana María Velasco

Comentado y glosado por Lampadia

Hoy día, las escuelas privadas están en gran expansión en todo el mundo,  especialmente en los países en desarrollo. Según The Economist, en 2010, en dicha parte del mundo existían alrededor de un millón de escuelas privadas. Este número ha ido en rápido aumento. Desde América Latina a África y al sur de Asia, las escuelas privadas están penetrando en su mayoría en comunidades pobres en las que el Estado ha sido lento a la hora de proveer servicios.

Esta tendencia ha resultado ser polémica. La combinación de los mercados y la educación es blanco de las siguientes críticas principales enfocadas en la justicia distributiva: si todo, incluso la educación, se encuentra en venta, quienes dispongan de más dinero adquirirán más, la desigualdad de conocimientos (y, por lo tanto, de ingresos) de una generación pasará a la próxima, quizás de forma ampliada. 

Esto es preocupante, especialmente en vista de la desigualdad cada vez mayor de la distribución del ingreso en los países desarrollados. Sin embargo, desde hace tiempo, los economistas comprenden que la distribución de la riqueza, como lo expresó John Stuart Mill en sus: Principios de Economía Política, es «una cuestión de la institución humana solamente». Es decir, la producción basada en el mercado es una cosa; la distribución es algo muy distinto, y ella puede ser influenciada por políticas. [Por ejemplo, el uso de vouchers educativos que permite el acceso de los pobres a la educación privada].

“Nunca ha habido un tiempo de mayores promesas, o mayores peligros.»

Las subvenciones son un ejemplo. Los alumnos que las reciben, como en el caso de Suecia o Chile, pueden obtener tanta educación como lo permite la subvención, no el ingreso de sus padres. Estos esquemas son objeto de críticas válidas, entre ellas, la que se hace en Chile de que las subvenciones pueden ser demasiado bajas para adquirir una educación de calidad; no obstante, por lo menos en principio, las subvenciones y otras formas de asistencia financiera pueden hacer, si se la desea, que la educación privada sea accesible para todos.

La segunda crítica es que el funcionamiento de los mercados de la educación es deficiente.  Sabemos, a partir de estudios sobre la economía de la información imperfecta, que los mercados tienen problemas cuando lo que se compra y lo que se vende no se puede observar ni medir. La educación parecería estar plagada de tales problemas.

Los alumnos, sobre todo los más pequeños, no pueden observar el esfuerzo pedagógico de sus profesores. Los padres, especialmente si carecen de mayor educación, no pueden evaluar la calidad de la educación de sus hijos. Por lo tanto, es posible que las escuelas privadas con fines de lucro entreguen un nivel de enseñanza bajo y una calidad insuficiente. [Según observa Jorge Morelli, en la educación privada hay por lo menos una importante diferencia, los padres de familia pueden ir a reclamar al colegio de sus hijos y necesariamente serán escuchados, mientras que en los colegios públicos no hay con quién hablar, pues los directores no se sienten responsables de la calidad de la educación].

Se han llevado a cabo muchas investigaciones que miden la gravedad de estos problemas en la práctica y, en consecuencia, si el desempeño de las escuelas privadas es mejor o peor que el de las públicas. Abundan los ejemplos, en países ricos y pobres por igual, de escuelas con fines de lucro poco fiables, que engañan a los padres y desatienden a los alumnos (la impostora Trump University de Donald Trump viene al caso). Sin embargo, dichas investigaciones no llegan a conclusiones tajantes por diversos motivos, entre los que destaca que las escuelas públicas enfrentan sus propios problemas de incentivos, los que suelen estar asociados a falta de esfuerzo docente, ausentismo y huelgas frecuentes.

Además, estadísticamente es difícil separar el valor agregado por la escuela de las características de las familias cuyos hijos asisten a ella. Por ejemplo, si una familia motivada opta por una escuela privada, sus niños rendirán más, pero esto no obedece a ninguna característica de la educación privada en sí.

La tercera crítica es que la educación puede degradarse cuando se la compra y se la vende. Michael Sandel, de la Universidad de Harvard, sostiene que los mercados deberían tener límites, y que hay ciertas cosas que no se puede (o no se debe) permitir que el dinero adquiera. [Como podemos ver hay Saavedras en todas partes].

Por ejemplo, todos sabemos de manera intuitiva que contratar a alguien para que actúe como un amigo, no es lo mismo que tener un amigo. Dada la dignidad inherente al ser humano, las sociedades modernas prohíben que las personas se vendan a sí mismas, o a sus hijos, como esclavos. Y las democracias no permiten la venta de votos porque ello degradaría las elecciones.

¿Se encuentra la educación en la misma categoría? A los profesores (hace tiempo que lo soy) nos gustaría creer que hacemos nuestro trabajo motivados por el amor a aprender y enseñar, y que nuestro esfuerzo y dedicación no son algo que el dinero pueda comprar fácilmente. Los críticos afirman que transformar la educación en un commodity, de algún modo la degrada. [Contrariamente a esta aseveración, las escuelas públicas son las que uniformizan (comoditizan) la educación con modelos obsoletos. Quienes están innovando y desarrollando los nuevos paradigmas de la educación, con modelos de educación personalizada, son justamente las escuelas privadas].

Los padres que en los países pobres han estado acudiendo en gran número a escuelas privadas, probablemente estén en desacuerdo. Hoy día en Chile, el 53% de los niños asiste a escuelas privadas subvencionadas (muchas de ellas con fines de lucro hasta hace poco), a pesar de que cobran un copago adicional a la subvención. El hecho de que los padres estén dispuestos a hacer un esfuerzo especial, obedece tan solo a que muchas veces las escuelas públicas locales no ofrecen la calidad suficiente.

Tampoco es obvio que la educación sea tan diferente de la atención a la salud, otro servicio esencial en el que las consideraciones de dignidad y respeto son de importancia. Las clínicas privadas (a veces con fines de lucro) son comunes a través del mundo, sin embargo, no enfrentan la oposición que despiertan las escuelas con fines de lucro. Además, en los países pobres se aceptan ampliamente las transferencias monetarias condicionales, las que de facto significan pagarles a las madres para que hagan cosas como enviar a sus niños a la escuela o llevarlos a una clínica para vacunarlos. [Es interesante preguntarse por qué se da esta diferencia entre la educación y la salud. ¿Será porque la educación permite manejar políticamente las mentes de los niños?].

Una acusación de mayor peso es que los incentivos del mercado cambian las conductas de modos que son socialmente perjudiciales. Sandel menciona un estudio muy citado sobre guarderías infantiles en Israel, en las que los padres, luego de haber recibido multas por ir a buscar a sus niños tarde, empezaron a llegar a recogerlos aún más tarde. Al parecer, esto se debió a que los padres consideraban las multas como un arancel, y no se sentían culpables al pagarlas.

Sin embargo, los incentivos del mercado también pueden tener la consecuencia opuesta, y mejorar la motivación o algún otro aspecto de valor. En un estudio de 2012, se examina lo que sucede cuando a los alumnos se les permite escoger una escuela (supuestamente mejor) después de haber ganado en una lotería. La conclusión del estudio es que la tasa de ausentismo se reduce tan pronto como los alumnos se enteran del resultado de la lotería, y que, luego de su traslado a la nueva escuela, se eleva considerablemente su rendimiento en los exámenes.

Contrario a lo que sostienen los tenaces partidarios de uno y otro bando, los resultados de las escuelas públicas y de las privadas no son siempre mejores ni peores que los de la alternativa. Por lo tanto, parece más acertado considerar la forma en que se pueden combinar las virtudes de cada uno de los sistemas, en lugar de simplemente escoger entre uno y otro.

En lo que se refiere a la educación universitaria, en un estudio reciente, David Deming, Claudia Goldin y Lawrence Katz, de la Universidad de Harvard, llegan a la conclusión de que en Estados Unidos «los planteles con fines de lucro funcionan mejor en programas bien definidos y de corta duración, que preparan a los estudiantes para una ocupación específica». En otros ámbitos, las universidades tradicionales sin fines de lucro muestran un mejor desempeño, con una tasa más alta de graduación y mayor éxito en el mercado laboral.

Finalmente, a pesar de que la práctica de enseñar solo para “aprobar el examen” suscita preocupaciones legítimas, existe evidencia de que evaluaciones de profesores bien diseñadas pueden mejorar los incentivos y los resultados en las escuelas públicas y privadas por igual.

En términos más generales, varias investigaciones recientes han dejado en claro que muchos de los factores que repercuten sobre los resultados de la educación no tienen ninguna relación con el hecho de que las escuelas sean públicas o privadas. En un estudio reciente del Banco Mundial, se hace un llamado a que los países dejen de lado las «grandes guerras sobre la educación» y adopten un «enfoque pragmático» frente a las reformas educacionales. Este parece ser un enfoque que vale la pena poner en práctica.

Lampadia




“Expectativas Racionales” sobre economistas

Timothy Garton Ash es uno de los articulistas más profundos y universales que, de vez en cuando, nos regala reflexiones muy enriquecedoras. En esta ocasión explica cómo la economía, que no es una ciencia exacta como la física, se dejó llevar por algunas hipótesis como las del “mercado eficiente” y las “expectativas racionales”, que llevaron a muchos economistas al error.

«Para ejercer bien la economía hay que tener en cuenta la cultura, la historia, la geografía, las instituciones, la psicología individual y colectiva». En verdad, este es un importante consejo para todas las profesiones y para todos los seres humanos, pues nos hace aterrizar y comprender las complejidades de la vida y las limitaciones que todos tenemos. Nunca nos olvidemos que el pecado ‘original’ (no redimido), es la soberbia.

El siglo XX nos llevó a un desarrollo académico extraordinario que requería y conllevaba un nivel muy importante de especialización profesional. Eso está muy bien, pero en el mundo de hoy de híper conciencia, híper comunicación, expectativas multiplicadas y grandes capacidades tecnológicas, necesitamos ampliar nuestros ángulos de mira y potenciar nuestras ideas actuando ‘al alimón’ con otros seres humanos (¿pensamiento compartido?).

Veritas-Online

Leamos este interesante artículo de Garton Ash: 

Como los médicos, pero menos

¿Cómo son los economistas? Los vemos como físicos o cirujanos: deberíamos ser más realistas sobre sus límites, y ellos también. Es un oficio multidimensional basado en hechos y en todo lo que influye en el comportamiento humano

Por Timothy Garton Ash (Profesor de Estudios Europeos en la Universidad de Oxford, e investigador titular en la Universidad de Stanford).

El País de España, 11 de febrero de 2016

Glosado por Lampadia

 

The Guardian preguntó hace poco a nueve economistas si nos encaminamos a otra crisis financiera mundial y, como es natural, dieron nueve respuestas distintas. A pesar de ello, seguimos acudiendo a los economistas como si fueran físicos, armados de predicciones científicas sobre el comportamiento de la economía. Los que consumimos ciencia económica debemos ser más realistas sobre sus límites, y los propios economistas también. Una actitud más modesta tanto en la oferta como en la demanda de análisis producirá mejores resultados.

Después de la gran crisis que comenzó hace casi 10 años, la ciencia económica ha hecho examen de conciencia, hasta cierto punto. Seguramente la autocrítica debería haber sido más profunda, tanto en los medios académicos como en la banca, pero está ahí. En particular, los pensadores económicos agrupados en torno al Instituto de Nuevo Pensamiento Económico de George Soros (INET) han elaborado un revelador informe sobre lo que sucedió.

Adair Turner ofrece una versión comedida y convincente en su libro Between Debt and the Devil. Es cierto que los principales economistas criticaron los modelos matemáticos de perfección del mercado y que los mercados financieros tal vez siguieron versiones demasiado simplistas de esos modelos, dice Turner, pero “la corriente dominante de la ciencia económica y la ortodoxia política” no vio venir la crisis e incluso contribuyó a ella. Los principales errores fueron la “hipótesis del mercado eficiente” y la “hipótesis de las expectativas racionales”.

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El fundamentalismo del mercado se consideraba el polo opuesto de la economía comunista centralizada, pero en realidad cometió el mismo error: creer que un modelo racional podía abarcar, predecir y optimizar la dinámica complejidad del comportamiento colectivo de los seres humanos. Como escriben Roman Frydman y Michael Goldberg, “el economista, pues, igual que un planificador socialista, cree que puede hacer grandes cosas porque piensa que ha logrado descubrir el mecanismo predeterminado que produce los resultados del mercado”.

Numerosos economistas cayeron presa de lo que se ha denominado envidia de la física. Como otras áreas de las ciencias sociales, aspiraban a tener el prestigio, la certidumbre y la previsibilidad de la física.

Además, los políticos y gobernantes les prestan una atención que no prestan, por ejemplo, a los politólogos de la escuela de la Elección Racional que domina tantos departamentos universitarios en EEUU.

Eso no quiere decir que no debamos hacer caso a los economistas ni que la ciencia económica no merezca tener un Nobel. Solo significa que no es una ciencia exacta como la física. Para ejercerla bien hay que tener en cuenta la cultura, la historia, la geografía, las instituciones, la psicología individual y colectiva. John Stuart Mill decía que “nadie puede ser buen economista si no es nada más”, y John Maynard Keynes que un economista debía tener “algo de matemático, historiador, estadista y filósofo”. Y afirmó que “la ciencia económica es fundamentalmente una ciencia moral”. En realidad, se podría decir que el Nobel de Economía está a mitad de camino entre los de Física, Literatura y Paz. La ciencia económica es, en el mejor de los casos, un oficio multidimensional, basado en hechos, alerta a todo lo que influye en el comportamiento humano, de miras ambiciosas y de expectativas modestas sobre lo que se puede predecir.

¿Cuál es la conclusión de esta nueva y vieja interpretación de la naturaleza de la ciencia económica? No conozco la economía que se enseña en las universidades tanto como para decir si tienen que adaptarse más, pero me llamó la atención un manifiesto publicado hace un par de años por estudiantes de Economía en la Universidad de Manchester. En él proponían un enfoque “que comience con los fenómenos económicos y dé a los alumnos las herramientas para evaluar cómo puede explicarse desde distintas perspectivas”, en lugar de modelos matemáticos basados en hipótesis nada realistas.

Y está también la conducta de los grandes responsables de la economía: ministros, banqueros centrales y líderes empresariales. Hace poco leí una espléndida charla que pronunció el veterano inversor Charlie Munger, el socio de Warren Buffett en Berkshire Hathaway, en 2003, mucho antes de la crisis. “Todo lo que ha conseguido Berkshire lo ha hecho sin prestar la más mínima atención a la teoría del mercado eficiente”.

Los simples oyentes deberíamos aplicarnos la misma lección. No deberíamos pedir a nuestros economistas más de lo que pueden darnos, como hacemos con nuestro médico. La medicina tiene un componente científico, más que la economía, pero los estudios médicos indican que nuestra salud depende en gran parte de otros factores, sobre todo psicológicos, y que aún existen muchas cosas desconocidas. Los economistas son como los médicos, pero menos. Lampadia