EEUU: El plan disruptivo de Warren

Recientemente The Economist publicó un interesante artículo que resume de manera simple y muy ilustrativa el plan de gobierno de la que sería la presidenta de EEUU si se dieran las elecciones generales en el plazo inmediato, según anuncian las últimas encuestas disponibles: Elizabeth Warren del Partido Demócrata. A continuación, lo compartimos líneas abajo.

Como se puede constatar del análisis de The Economist, dicho plan está cargado de la generación de un sinfín de regulaciones en sectores que son el sostén de la economía estadounidense como el financiero y el tecnológico. En ese sentido, resulta sumamente peligroso su implementación porque implicaría que la primera gran potencia económica, considerada el bastión más representativo del capitalismo mundial, se torne en una economía con una intervención cada vez más creciente del tamaño del Estado.

Warren propone cosas como que las empresas operen bajo licencias revocables y que los inversionistas no tengan ‘responsabilidad limitada’. Dos bombas de impacto nuclear.

Por otra parte, el hecho de que Warren esté acaparando adeptos en el electorado estadounidense es prueba de algo que ya venimos advirtiendo desde hace algún tiempo: La creciente preferencia que está teniendo el intervencionismo y en particular, el socialismo, en los jóvenes en EEUU (ver Lampadia: El socialismo de los Millenials).

Lamentablemente, el populismo nacionalista que ha desquiciado Trump desde que llegó al poder con el Partido Republicano tiene gran parte de la culpa. Si bien el mérito de Trump descansa en un EEUU aún pujante en el tema económico pero con claras señales de desaceleración (ver Lampadia: El error teórico de Trump en el conflicto EEUU-China), su constante desprecio a problemáticas tan importantes a nivel global como el cambio climático, así como el fuerte sentimiento antinmigratorio que expele, ha contribuido a que grandes segmentos de la población jóven, que no se sienten representados por él, volteen a opciones más moderadas en dichos temas sin advertir las aventuradas agendas económicas que tales propuestas sostienen. Parte de estas peligrosas agendas del Partido Demócrata, también ha sido la Teoría Monetaria Moderna, de la cual hemos tratado extensamente (ver Lampadia: MMT: Insisten con desastres monetarios, Se proponen nuevos disparates monetarios) y que como explicamos, constituye un camaleón de desenfrenadas emisiones monetarias provenientes de la FED para financiar déficits fiscales insostenibles que generan hiperinflación en el mediano plazo.

Felizmente, una larga tradición de think tanks liberales en EEUU – entre los que destacan Cato Institute, Heritage Foundation, Mises Institute, entre otros – siempre ha estado vigilante de las propuestas de política pública de los partidos y sus advertencias han contribuido a impedir la implementación de planteamientos tan nefastos para la economía estadounidense. Esperamos que en esta ocasión también cumplan con su cometido y persuadan a los líderes políticos del Partido Demócrata de no cometer suicidio económico y político, si es que llegasen al poder. Lampadia

Una mujer con un plan
Elizabeth Warren quiere rehacer el capitalismo estadounidense

Tal como están las cosas, el programa de los principales candidatos demócratas tiene muy poco tiempo para mercados o negocios

The Economist
24 de octubre, 2019
Traducido y glosado por Lampadia

Elizabeth Warren es notable. Nacida en una familia en dificultades en Oklahoma, se abrió camino para convertirse en profesora de leyes estrella en Harvard. Como madre soltera en la década de 1970, rompió con la convención al seguir una carrera de tiempo completo. En una era de regla por tweet, ella es una política desvergonzada que ahora es una de las principales exponentes para ser la candidata demócrata a la presidencia en 2020. Las encuestas sugieren que, en una competencia cara a cara, más estadounidenses votarían por ella que por Donald Trump.

Pero tan notable como la historia de Warren es el alcance de su ambición de rehacer el capitalismo estadounidense. Ella tiene un plan admirablemente detallado para transformar un sistema que cree que es corrupto y le falla a la gente común. Muchas de sus ideas son buenas. Tiene razón al tratar de limitar los esfuerzos de las empresas gigantes para influir en la política y engullir a sus rivales. Pero en el fondo, su plan revela una dependencia sistemática de la regulación y el proteccionismo. Tal como está, no es la respuesta a los problemas de EEUU.

Warren está respondiendo a un conjunto permanente de preocupaciones. EEUU tiene una mayor desigualdad que cualquier otro país rico grande. Si bien los empleos son abundantes, el crecimiento salarial es extrañamente moderado. En dos tercios de las industrias, las grandes empresas se han vuelto más grandes, lo que les permite obtener ganancias anormalmente altas y compartir menos del pastel con los trabajadores. Para Warren esto es personal. Sus padres soportaron el Dust Bowl y la Gran Depresión en la década de 1930 y luego la carrera de su padre se derrumbó debido a una enfermedad. Como académica, se especializó en examinar cómo la bancarrota castiga a quienes caen en tiempos difíciles. La idea que anima su pensamiento es la de una clase media precaria, aprovechada por las grandes empresas y traicionada por políticos que festejan con el dólar corporativo en Washington, DC.

Algunos críticos republicanos y de Wall Street afirman que Warren es socialista. Ella no lo es. Ella no apoya la propiedad pública de las empresas ni el control político del flujo de crédito. En cambio, favorece las regulaciones que obligan al sector privado a pasar su prueba de lo que es ser justo.

El alcance de estas regulaciones es asombroso:

  • Los bancos se dividirían, divididos entre banca comercial y de inversión.
  • Gigantes tecnológicos como Facebook serían desmembrados y convertidos en servicios públicos.
  • En energía, habría una prohibición del fracking de esquisto bituminoso (que, para los mercados petroleros, sería un poco como cerrar Arabia Saudita), una eliminación de la energía nuclear y objetivos para las energías renovables.
  • El seguro de salud privado estaría mayormente prohibido y reemplazado por un sistema estatal.
  • Los barones de capital privado ya no estarían protegidos por una responsabilidad limitada: en su lugar, tendrían que pagar las deudas de las empresas en las que invierten.

Esta nueva regulación sectorial complementaría las amplias medidas de toda la economía:

  • Un gravamen de seguridad social del 15% para aquellos que ganan más de US$ 250,000
  • Un impuesto sobre el patrimonio anual del 2% para aquellos con activos superiores a US$ 50 millones
  • Un impuesto del 3% para aquellos con un valor superior a US$ 1,000 millones y un impuesto adicional del 7% sobre las ganancias corporativas.
  • Mientras tanto, el estado relajaría el control de las compañías por parte de los propietarios.
  • Todas las grandes empresas tendrían que solicitar una licencia del gobierno federal, que podría ser revocada si reiteradamente no tienen en cuenta los intereses de los empleados, clientes y comunidades.
  • Los trabajadores elegirían dos quintos de los asientos de la junta.

Warren no es xenófoba, pero es proteccionista. Los nuevos requisitos para los acuerdos comerciales los harían menos probables. Su gobierno «administraría activamente» el valor del dólar.

Warren defiende algunas ideas que apoya este medio. Una razón para la desigualdad es que los rincones lucrativos de la economía están cerrados por privilegiados. Tiene razón al pedir una política antimonopolio vigorosa, incluso para las empresas tecnológicas, tolerancia cero al amiguismo y el fin de los acuerdos de no competencia que limitan la capacidad de los trabajadores de ganar salarios más altos y cambiar de trabajo. Dada la inflación, su plan de aumentar el salario mínimo federal a US$ 15 durante cinco años puede ser una forma razonable de ayudar a los trabajadores más pobres. De hecho, los ricos deberían pagar más impuestos, aunque creemos que el camino práctico es cerrar las lagunas, como un beneficio por las ganancias de capital conocidas como interés acumulado, y aumentar los impuestos a la herencia, no un impuesto a la riqueza. Y aunque un impuesto sobre el carbono es nuestra forma preferida de combatir el cambio climático, su plan para objetivos de energía limpia marcaría una gran diferencia.

Sin embargo, si se promulgara todo el plan Warren, el sistema de libre mercado de EEUU sufriría un fuerte shock. Aproximadamente la mitad del mercado de valores y las empresas de capital privado se disolverían, se someterían a una fuerte regulación o verían abolidas las actividades. Y con el tiempo, la agenda de Warren afianzaría dos filosofías dudosas sobre la economía que minarían su vitalidad.

La primera es su fe en el gobierno como benigno y efectivo. El gobierno es capaz de hacer un gran bien, pero, como cualquier gran organización, es propenso a la incompetencia, a la captura por parte de poderosos de la información privilegiada y a la indiferencia kafkaesquiana ante la difícil situación de los hombres y mujeres comunes que más le importan a Warren. Cuando las empresas de telecomunicaciones y las compañías aéreas estaban muy reguladas en la década de 1970, eran famosas por su pesadez e ineficiencia. El logro distintivo de Warren es la creación en 2011 de un organismo para proteger a los consumidores de los servicios financieros. Ha hecho un buen trabajo, pero tiene poderes inusuales, a veces ha sido duro y se ha convertido en un fútbol político.

La otra filosofía dudosa es un vilipendio de los negocios. Ella subestima el poder dinámico de los mercados para ayudar a los estadounidenses de clase media, guiando invisiblemente las acciones diversas y espontáneas de las personas y las empresas, trasladando el capital y la mano de obra de las industrias moribundas a las que están en crecimiento e innovando a expensas de los titulares perezosos. Sin esa destrucción creativa, ninguna cantidad de acción gubernamental puede elevar el nivel de vida a largo plazo.

Colores primarios

Muchos presidentes han tomado posiciones en las primarias de las que se apartaron como nominados de su partido. Si Warren llegara a la Oficina Oval dentro de 15 meses, los tribunales, los estados y probablemente el Senado la obligarían. El inmenso tamaño y la profundidad de la economía de EEUU significa que ningún individuo, ni siquiera el que está sentado en la Casa Blanca, puede cambiar fácilmente su naturaleza. Sin embargo, el plan maestro pesado de Warren tiene mucho de lo qué preocuparse. Ella necesita encontrar más espacio para el sector privado innovador y dinámico que siempre ha estado en el corazón de la prosperidad estadounidense. Lampadia




China enfrenta su propia crisis

China parece estar enfrentando un alto en su proceso de desarrollo.

China creció 10% anual durante 30 años. Desde la crisis del 2008 tuvo que reorientar su economía de una impulsada por exportaciones e inversiones, a una impulsada por el crecimiento del consumo interno. Esto se hizo con bastante éxito, a costa de bajar el ritmo de crecimiento a alrededor de 7%.

Últimamente, con la guerra comercial impulsada por los EEUU de Trump, sus estructuras se están resintiendo y se prevé una cierta debilidad adicional de su crecimiento. Algo, además, exacerbado por su alto nivel de endeudamiento

Para contrarrestar esto, Xi Jinping desarrolló su programa de infraestructuras globales del ‘One road, one belt’. Pero de todas maneras el cambio de ritmo de crecimiento empieza a generar tensiones internas, haciendo prever algunos riesgos dentro del sistema político de partido único, el del Partido Comunista Chino (PCCH).

El siguiente artículo de Project Syndicate, analiza este desarrollo de manera muy interesante.

La crisis próxima del régimen de partido único de China

Project Syndicate
20 de setiembre de 2019
MINXIN PEI

En 2012, el presidente chino, Xi Jinping, prometió que el Partido Comunista alcanzaría grandes éxitos antes de los dos próximos centenarios, en 2021 y 2049. Pero ninguna postura nacionalista puede cambiar el hecho de que la caída del PCCh parece estar más cerca que en cualquier otro momento desde el final de la era de Mao.

El 1 de octubre, con motivo del 70 aniversario de la República Popular, el presidente chino, Xi Jinping, pronunciará un discurso que celebra sin reservas el récord del Partido Comunista de China desde 1949. Pero, a pesar de la aparente confianza y optimismo de Xi, los miembros de la base del PCCh están cada vez más preocupados por las perspectivas futuras del régimen, con buenas razones.

En 2012, cuando Xi tomó las riendas del PCCh, prometió que el Partido se esforzaría por lograr grandes éxitos antes de los dos próximos centenarios, marcando la fundación del PCCh en 1921 y la República Popular. Pero una desaceleración económica persistente y las crecientes tensiones con Estados Unidos probablemente agriarán el ánimo del PCCh durante las celebraciones de 2021. Y el régimen de un solo partido puede que ni siquiera sobreviva hasta 2049.

Si bien técnicamente no hay un límite de tiempo para la dictadura, el PCCh se acerca a la frontera de la longevidad para los regímenes de un solo partido. El Partido Revolucionario Institucional de México retuvo el poder durante 71 años (1929-2000); el Partido Comunista de la Unión Soviética gobernó durante 74 años (1917-1991); y el Kuomintang de Taiwán se mantuvo durante 73 años (de 1927 a 1949 en el continente y de 1949 a 2000 en Taiwán). El régimen norcoreano, una dinastía familiar estalinista que ha gobernado durante 71 años, es la única competencia contemporánea de China.

Pero los patrones históricos no son la única razón por la que el PCCh tiene que preocuparse. Las condiciones que permitieron al régimen recuperarse de los desastres autoinfligidos del maoísmo y prosperar en las últimas cuatro décadas han sido reemplazadas en gran medida por un entorno menos favorable, y en algunos sentidos más hostil.

La mayor amenaza para la supervivencia a largo plazo del partido radica en la guerra fría que se desarrolla con los Estados Unidos. Durante la mayor parte de la era posterior a Mao, los líderes de China mantuvieron un perfil bajo en el escenario internacional, evitando minuciosamente los conflictos mientras fortalecían su hogar. Pero para 2010, China se había convertido en una potencia económica, siguiendo una política exterior cada vez más musculosa. Esto provocó la ira de los Estados Unidos, que comenzó a cambiar gradualmente de una política de compromiso hacia el enfoque de confrontación evidente hoy en día.

Con sus capacidades militares superiores, tecnología, eficiencia económica y redes de alianzas (que siguen siendo sólidas, a pesar del liderazgo destructivo del presidente Donald Trump), es mucho más probable que EEUU prevalezca en la guerra fría sino-estadounidense que China. Aunque una victoria estadounidense podría ser pírrica, lo más probable es que selle el destino del PCCh.

El PCCh también enfrenta fuertes vientos en contra económicos. El llamado milagro chino fue impulsado por una fuerza laboral grande y juvenil, una rápida urbanización, inversión en infraestructura a gran escala, liberalización del mercado y globalización, todos factores que han disminuido o desaparecido.

Las reformas radicales, en particular la privatización de las empresas estatales ineficientes y el fin de las prácticas comerciales neo-mercantilistas, podrían sostener el crecimiento. Pero, a pesar de prestar atención a las reformas del mercado, el PCCh se ha mostrado reacio a implementarlas, en lugar de aferrarse a las políticas que favorecen a las empresas estatales a expensas de los empresarios privados. Debido a que el sector estatal forma la base económica del gobierno de un solo partido, la posibilidad de que los líderes del PCCh adopten repentinamente una reforma económica radical es escasa.

Las tendencias políticas internas son igualmente preocupantes. Bajo Xi, el PCCh ha abandonado el pragmatismo, la flexibilidad ideológica y el liderazgo colectivo que tan bien le sirvió en el pasado. Con el giro neomaoísta del Partido, que incluye una estricta conformidad ideológica, una rígida disciplina organizacional y un gobierno fuerte basado en el miedo, aumentan los riesgos de errores catastróficos en las políticas.

Para estar seguros, el PCCh no caerá sin una pelea. A medida que su control sobre el poder se debilite, probablemente intentará avivar el nacionalismo entre sus partidarios, mientras intensifica la represión de sus oponentes.

Pero esta estrategia no puede salvar el régimen de partido único de China. Si bien el nacionalismo puede aumentar el apoyo al PCCh a corto plazo, su energía eventualmente se disipará, especialmente si el Partido no logra mejorar continuamente el nivel de vida. Y un régimen que depende de la coerción y la violencia pagará caro en forma de actividad económica deprimida, aumento de la resistencia popular, aumento de los costos de seguridad y aislamiento internacional.

Esta no es la imagen edificante que Xi presentará al pueblo chino el 1 de octubre. Sin embargo, ninguna postura nacionalista puede cambiar el hecho de que la pérdica de control del PCCh parece estar más cerca que en cualquier otro momento desde el final de la era de Mao. Lampadia

Minxin Pei es profesor de gobierno en el Claremont McKenna College y miembro senior no residente del German Marshall Fund de los Estados Unidos.




El cinismo del populismo

Los sucesos políticos que han acontecido en el primer mundo en los últimos años nos deben llevar a la reflexión de que las crisis de las democracias ya no son un problema exclusivo de América Latina (ver Lampadia: Las democracias están en peligro en América Latina).

El populismo, y el cinismo que entraña, es también un fenómeno que se encuentra muy presente en la clase política dominante de países con un mayor desarrollo institucional como EEUU o Gran Bretaña (ver Lampadia: El nuevo conservadurismo). Y como relevó recientemente The Economist en alusión a Viktor Orban – primer ministro de Hungría – un líder populista conservador como Donald Trump o Boris Johnson, [El cinismo del populismo] en lugar de apelar a la mejor naturaleza de sus compatriotas, siembra división, aviva el resentimiento y explota sus prejuicios, especialmente sobre la inmigración”.

Ello no debe sorprendernos. Los presidentes o altos cargos políticos siempre han llegado al poder, en base al desprecio de los avances de anteriores administraciones, que en la mayoría de las veces han salpicado en escándalos de corrupción.

Por el contrario, el foco de nuestra preocupación debe estar más centrado en que la democracia, como sistema político, está perdiendo fuerza notoriamente a nivel mundial. A pesar de que aún persiste cierta competencia de partidos políticos previo a las elecciones tanto parlamentarias como presidenciales en Occidente, como es el caso de la UE (ver Lampadia: ¿Fragmentación política en Europa?), la preferencia de los votantes hacia alas partidistas radicales – que sientan precedentes de dictaduras y autocracias terribles – se ha incrementado considerablemente.

Así, una vez que llegan al poder los líderes de tales partidos, se puede visualizar fácilmente cómo transgreden las instituciones vigentes, deteriorando los sistemas democráticos. Ejemplos de ello es Boris Johnson con la suspensión reciente del Parlamento en Gran Bretaña para despejar un Brexit sin acuerdo o el cierre de gobierno más largo en toda la historia de EEUU que acometió en su momento Trump a inicios de año por una controversia en torno a la asignación de presupuesto para levantar un muro en la frontera con México.

Como concluye The Economist a partir de un análisis extenso de esta problemática a nivel global en un artículo que compartimos líneas abajo: “La respuesta al cinismo [del populismo] comienza con políticos que abandonan la indignación por la esperanza”. Pero adicionalmente a ello, como escribimos en Lampadia: Democracia y capitalismo,  consideramos que es fundamental que las clases medias no caigan en los engaños de los políticos populistas, quienes atrapados en la miopía del cortoplacismo, no ven los sendos progresos que han generado la globalización y el libre comercio, fenómenos tan desdeñados en sus discursos. Tenemos esperanza que la evidencia del progreso mundial producto de tales procesos finalmente podrá abrir los ojos tanto de los actores políticos como de la sociedad civil en su conjunto, de manera que no se pierda fe en los sistemas democráticos ni en los mercados libres. Lampadia

Populismo
La corrupción de la democracia

El cinismo está corroyendo las democracias occidentales

The Economist
29 de agosto, 2019
Traducido y glosado por Lampadia

Generalmente se cree que las democracias mueren a punta de pistola, en golpes de estado y revoluciones. En estos días, sin embargo, es más probable que sean estranguladas lentamente en nombre del pueblo.

Tomemos a Hungría, donde Fidesz, el partido gobernante, ha utilizado su mayoría parlamentaria para capturar a los reguladores, dominar los negocios, controlar los tribunales, comprar los medios y manipular las reglas para las elecciones. El primer ministro, Viktor Orban, no tiene que violar la ley, porque puede hacer que el parlamento la cambie. No necesita policía secreta para llevarse a sus enemigos en la noche. Pueden ser reducidos a medida sin violencia, por la prensa domesticada o el recaudador de impuestos. En forma, Hungría es una democracia próspera; en espíritu, es un estado de partido único.

Las fuerzas que trabajan en Hungría también están carcomiendo a otras políticas del siglo XXI. Esto está sucediendo no solo en las democracias jóvenes como Polonia, donde el partido Ley y Justicia se ha propuesto imitar a Fidesz, sino incluso en las más antiguas como Gran Bretaña y EEUU. Estos antiguos gobiernos no están a punto de convertirse en estados de un solo partido, pero ya están mostrando signos de descomposición. Una vez que la podredumbre se establece, es formidablemente difícil de detener.

En el corazón de la degradación de la democracia húngara está el cinismo. Después de que el jefe de un gobierno socialista popularmente visto como corrupto admitió que había mentido al electorado en 2006, los votantes aprendieron a asumir lo peor de sus políticos. Orban ha explotado con entusiasmo esta tendencia. En lugar de apelar a la mejor naturaleza de sus compatriotas, siembra división, aviva el resentimiento y explota sus prejuicios, especialmente sobre la inmigración. Este teatro político está diseñado para ser una distracción de su verdadero propósito, la manipulación ingeniosa de reglas e instituciones oscuras para garantizar su control del poder.

Durante la última década, aunque en menor grado, la misma historia se ha desarrollado en otros lugares. La crisis financiera persuadió a los votantes de que estaban gobernados por élites distantes, incompetentes y egoístas. Wall Street y la ciudad de Londres fueron rescatadas mientras la gente común perdió sus trabajos, sus casas y sus hijos e hijas en el campo de batalla en Irak y Afganistán. Gran Bretaña estalló en un escándalo sobre los gastos de los miembros parlamentarios. EEUU se atragantó con el cabildeo que canaliza el efectivo corporativo a la política.

En una encuesta realizada el año pasado, más de la mitad de los votantes de ocho países de Europa y América del Norte le dijeron al Pew Research Centre que no estaban satisfechos con el funcionamiento de la democracia. Casi el 70% de los estadounidenses y franceses dicen que sus políticos son corruptos.

Los populistas han aprovechado este estanque de resentimiento. Se burlan de las élites, incluso si ellos mismos son ricos y poderosos; prosperan y alimentan, enojo y división. En EEUU, el presidente Donald Trump dijo a cuatro congresistas progresistas que «regresen … a los lugares rotos e infestados de delitos de donde vinieron». En Israel, Binyamin Netanyahu, un experto consumado, retrata las investigaciones oficiales sobre su presunta corrupción como parte de una conspiración del establecimiento contra su cargo de primer ministro. En Gran Bretaña, Boris Johnson, que carece de apoyo entre los parlamentarios para un Brexit sin acuerdo, ha indignado a sus oponentes al manipular el procedimiento para suspender el Parlamento durante cinco semanas cruciales.

¿Cuál podría ser el daño de un poco de cinismo? La política siempre ha sido un negocio desagradable. Los ciudadanos de las vibrantes democracias siempre han tenido una sana falta de respeto por sus gobernantes.

Sin embargo, demasiado cinismo socava la legitimidad. Trump respalda el desprecio de sus votantes por Washington al tratar a los opositores como tontos o, si se atreven a defender su honor o principio, como hipócritas mentirosos, una actitud cada vez más reflejada en la izquierda. Los Brexiteers y Remainers de Gran Bretaña se denigran mutuamente como inmorales, llevando la política a los extremos porque comprometerse con el enemigo es una traición. Matteo Salvini, líder de la Liga Norte de Italia, responde a las quejas sobre inmigración cortando espacio en refugios, sabiendo que los inmigrantes que viven en las calles agravarán el descontento. Orban tiene menos de la mitad del voto pero tiene todo el poder, y se comporta de esa manera. Al asegurarse de que sus oponentes no tengan interés en la democracia, los alienta a expresar su enojo por medios no democráticos.

Los políticos cínicos denigran las instituciones y luego las banalizan. En EEUU, el sistema permite que una minoría de votantes tenga poder. En el Senado eso es por diseño, pero en la Cámara es promovido por el gerrymandering (la manipulación de circunscripciones electorales) de rutina y la supresión de votantes. Cuanto más politizados se vuelven los tribunales, más se disputa el nombramiento de jueces. En Gran Bretaña, la artimaña parlamentaria de Johnson está haciendo daño permanente a la constitución. Se está preparando para enmarcar las próximas elecciones como una lucha entre el Parlamento y el pueblo.

La política solía comportarse como un péndulo. Cuando la derecha cometió errores, la izquierda ganó su turno, antes de que el poder volviera a girar hacia la derecha nuevamente. Ahora se parece más a una montaña rusa. El cinismo arrastra la democracia hacia abajo. Las partes se fracturan y se dirigen a los extremos. Los populistas persuaden a los votantes de que el sistema les está sirviendo mal y lo socavan aún más. Lo malo se vuelve peor.

Afortunadamente, hay mucha ruina en una democracia. Ni Londres ni Washington están a punto de convertirse en Budapest. El poder es más difuso y las instituciones tienen una historia más larga, lo que las hará más difíciles de capturar que las nuevas en un país de 10 millones de personas. Además, las democracias pueden renovarse a sí mismas. La política estadounidense se estaba desmoronando en la era de Weathermen y Watergate, pero recuperó la salud en la década de 1980.

Raspando el barril de Diógenes

La respuesta al cinismo comienza con políticos que abandonan la indignación por la esperanza. El hombre fuerte de Turquía, Recep Tayyip Erdogan, sufrió una derrota histórica en la carrera por la alcaldía en Estambul a una campaña incansablemente optimista de Ekrem Imamoglu. Los anti-populistas de todos los lados deberían unirse detrás de los encargados de hacer cumplir las reglas como Zuzana Caputova, el nuevo presidente de Eslovaquia. En Rumanía, Moldavia y la República Checa, los votantes se han alzado contra los líderes que han emprendido el camino de Orban.

La valentía de los jóvenes que han estado protestando en las calles de Hong Kong y Moscú es una poderosa demostración de lo que muchos en Occidente parecen haber olvidado. La democracia es preciosa, y aquellos que tienen la suerte de haber heredado una deben esforzarse por protegerla. Lampadia




¿Recesión global en 2020?

La posibilidad de una recesión global hacia el 2020, gatillada por la guerra comercial EEUU-China, el enfrentamiento tecnológico o por el corte de suministros de petróleo, se ha tornado un tema recurrente en la prensa internacional y entre los economistas más versados. De este grupo, hemos seguido muy de cerca las reflexiones del profesor Nouriel Roubini, ex funcionario del FMI y ex asesor económico de la Casa Blanca, por sus acertados diagnósticos y predicciones respecto del devenir de la coyuntura económica y financiera en el corto mediano plazo (ver Lampadia: Consecuencias del conflicto EEUU – China).

Más allá de la discusión de si se producirá tal recesión o no, vale la pena analizar las fuerzas que la estarían motivando y la forma en que desembocaría finalmente en los mercados de bienes y servicios así como en el financiero. Y Roubini le da justo al gatillo en este respecto.

En un reciente artículo titulado “Anatomía de la recesión que viene” publicado en la revista Project Syndicate (ver artículo líneas abajo), el renombrado economista caracteriza a la próxima recesión como estanflación – inflación con estancamiento del PBI – un fenómeno que tuvo lugar también en la crisis del petróleo, originada en los países de la OPEP durante la década de los 70.

Pero lo realmente grave y que haría única a dicha crisis – y que además hemos venido advirtiendo en anteriores publicaciones (ver Lampadia: ¿Cadenas de suministro globales dañadas?, La globalización va a paso lento) – es el proceso de desglobalización que irradia y el impacto que ya se encuentran generando en las grandes potencias, restringiendo los suministros de una gran gama de productos manufacturados.

Como señala la teoría económica ortodoxa, las políticas monetarias y fiscales contracíclicas son útiles para estimular la economía en escenarios con choques negativos de demanda, pero ante la presencia de choques negativos de oferta como son estas restricciones en los suministros, la mejor manera de actuar es en verdad no actuar. Ello porque cualquier intervención en la economía, si bien podría amortiguar el golpe de menor oferta en el corto plazo, en el mediano y largo plazo los efectos en los precios pueden ser devastadores, a través de la inflación. En ese sentido, como bien señala Roubini, las herramientas de política contracíclicas no ayudarían a lidiar con esta crisis en el tiempo. Los gobiernos de los países no tendrían mejor remedio que amoldarse a ella.

Nos parece importante compartir este tipo de análisis para que nuestras autoridades tanto monetarias como fiscales puedan advertir las consecuencias de sus acciones en el momento que el Perú tenga que enfrentar la posible recesión. Lampadia

Anatomía de la recesión que viene

Nouriel Roubini
Project Syndicate
22 de agosto, 2019
Traducido y glosado por Lampadia

A diferencia de la crisis financiera mundial de 2008, que en su mayoría fue un gran choque negativo de demanda agregada, la próxima recesión probablemente sea causada por choques de oferta negativos permanentes de la guerra comercial y tecnológica sino-estadounidense. Y tratar de deshacer el daño mediante un estímulo monetario y fiscal interminable no será una opción.

NEW YORK – Hay tres choques negativos de oferta que podrían desencadenar una recesión mundial para 2020. Todos ellos reflejan factores políticos que afectan las relaciones internacionales, dos involucran a China, y EEUU está en el centro de cada uno. Además, ninguno de ellos es susceptible a las herramientas tradicionales de la política macroeconómica anticíclica.

El primer choque potencial proviene de la guerra comercial y monetaria sino-estadounidense, que se intensificó a principios de este mes cuando la administración del presidente estadounidense Donald Trump amenazó con aranceles adicionales a las exportaciones chinas y calificó formalmente a China de manipulador de divisas. El segundo se refiere a la guerra fría entre EEUU y China por la tecnología. En una rivalidad que tiene todas las características de una «trampa de Tucídides», China y EEUU compiten por el dominio sobre las industrias del futuro: inteligencia artificial (IA), robótica, 5G, etc. EEUU ha colocado al gigante chino de las telecomunicaciones Huawei en una «lista de entidades» reservada para compañías extranjeras consideradas como una amenaza para la seguridad nacional. Y aunque Huawei ha recibido exenciones temporales que le permiten continuar usando componentes de EEUU, la administración de Trump anunció esta semana que estaba agregando 46 afiliados adicionales de Huawei a la lista.

El tercer riesgo importante se refiere a los suministros de petróleo. Aunque los precios del petróleo han caído en las últimas semanas, y una recesión provocada por una guerra comercial, monetaria y tecnológica deprimiría la demanda de energía y reduciría los precios, la confrontación de EEUU con Irán podría tener el efecto contrario. En caso de que ese conflicto se convierta en un conflicto militar, los precios mundiales del petróleo podrían aumentar y provocar una recesión, como sucedió durante las conflagraciones anteriores de Medio Oriente en 1973, 1979 y 1990.

Estos tres posibles choques tendrían un efecto de estanflación, al aumentar el precio de los bienes de consumo importados, los insumos intermedios, los componentes tecnológicos y la energía, al tiempo que se reduce la producción al interrumpir las cadenas de suministro mundiales. Peor aún, el conflicto sino-estadounidense ya está alimentando un proceso más amplio de desglobalización, porque los países y las empresas ya no pueden contar con la estabilidad a largo plazo de estas cadenas de valor integradas. A medida que el comercio de bienes, servicios, capital, trabajo, información, datos y tecnología se vuelva cada vez más balcanizado, los costos de producción global aumentarán en todas las industrias.

Además, la guerra comercial y monetaria y la competencia por la tecnología se amplificarán mutuamente. Considere el caso de Huawei, que actualmente es un líder mundial en equipos 5G. Esta tecnología pronto será la forma estándar de conectividad para la infraestructura civil y militar más crítica, sin mencionar los bienes de consumo básicos que estarán conectados a través del emergente Internet de las Cosas (IOT). La presencia de un chip 5G implica que cualquier cosa, desde una tostadora hasta una cafetera, podría convertirse en un dispositivo de escucha. Esto significa que, si Huawei es ampliamente percibido como una amenaza a la seguridad nacional, también lo harían miles de exportaciones chinas de bienes de consumo.

Es fácil imaginar cómo la situación actual podría conducir a una implosión a gran escala del sistema de comercio global abierto. La pregunta, entonces, es si los formuladores de políticas monetarias y fiscales están preparados para un choque de oferta negativo sostenido, o incluso permanente.

Luego de los choques estanflacionarios de la década de 1970, los responsables de la política monetaria respondieron endureciendo la política monetaria. Hoy, sin embargo, los principales bancos centrales, como la Reserva Federal de EEUU ya están buscando la flexibilización de la política monetaria, porque la inflación y las expectativas de inflación siguen siendo bajas. Los bancos centrales percibirán cualquier presión inflacionaria derivada de un choque petrolero como un simple efecto en el nivel de precios, más que como un aumento persistente de la inflación.

Con el tiempo, los choques negativos de oferta también tienden a convertirse en choques temporales de demanda que reducen tanto el crecimiento como la inflación, al deprimir el consumo y los gastos de capital. De hecho, en las condiciones actuales, el gasto de capital corporativo estadounidense y global está severamente deprimido, debido a las incertidumbres sobre la probabilidad, la gravedad y la persistencia de los tres posibles choques.

De hecho, con empresas en los EEUU, Europa, China y otras partes de Asia que han frenado los gastos de capital, el sector tecnológico, manufacturero e industrial tecnológico mundial ya está en recesión. La única razón por la que eso aún no se ha traducido en una depresión mundial es que el consumo privado se ha mantenido fuerte. Si el precio de los bienes importados aumentara aún más como resultado de cualquiera de estos choques negativos de oferta, el crecimiento real de los ingresos familiares disponibles (ajustados a la inflación) se vería afectado, al igual que la confianza del consumidor, lo que probablemente provocaría una recesión en la economía mundial.

Dado el potencial de un choque negativo de la demanda agregada a corto plazo, los bancos centrales tienen razón al relajar las tasas de interés. Pero los formuladores de políticas fiscales también deberían estar preparando una respuesta similar a corto plazo. Una fuerte disminución en el crecimiento y la demanda agregada requeriría una flexibilización fiscal anticíclica para evitar que la recesión se vuelva demasiado severa.

Sin embargo, en el mediano plazo, la respuesta óptima no sería acomodar los choques negativos de oferta, sino más bien ajustarse a ellos sin mayor alivio. Después de todo, los choques negativos de oferta de una guerra comercial y tecnológica serían más o menos permanentes, al igual que la reducción del crecimiento potencial. Lo mismo se aplica al Brexit: abandonar la UE ensillará al Reino Unido con un choque de oferta negativo permanente y, por lo tanto, disminuirá permanentemente el potencial de crecimiento.

Tales choques no pueden revertirse mediante la formulación de políticas monetarias o fiscales. Aunque se pueden gestionar a corto plazo, los intentos de acomodarlos de forma permanente conducirán a que la inflación y las expectativas de inflación aumenten por encima de los objetivos de los bancos centrales. En la década de 1970, los bancos centrales acomodaron dos grandes choques petroleros. El resultado fue un aumento persistente de la inflación y las expectativas de inflación, déficit fiscales insostenibles y acumulación de deuda pública.

Finalmente, existe una diferencia importante entre la crisis financiera mundial de 2008 y los choques de oferta negativos que podrían afectar a la economía mundial actual. Debido a que el primero fue principalmente un gran impacto negativo de la demanda agregada que deprimió el crecimiento y la inflación, fue recibido adecuadamente con estímulos monetarios y fiscales. Pero esta vez, el mundo enfrentaría choques sostenidos de oferta negativa que requerirían un tipo muy diferente de respuesta política a mediano plazo. Intentar deshacer el daño a través de un estímulo monetario y fiscal interminable no será una opción sensata. Lampadia

Nouriel Roubini, profesor de la Escuela de Negocios Stern de NYU y CEO de Roubini Macro Associates, fue Economista Principal para Asuntos Internacionales en el Consejo de Asesores Económicos de la Casa Blanca durante la Administración Clinton. Ha trabajado para el Fondo Monetario Internacional, la Reserva Federal de los EEUU y el Banco Mundial.




¿Cuáles son las verdaderas repercusiones de la guerra comercial entre EEUU y China?

The Economist presenta algunas reflexiones sobre el conflictivo escenario que se vive entre Estados Unidos y China. Lo que al principio no tuvo las repercusiones esperadas – estas fueron menores a las estimadas – ahora se ha convertido en un tira y afloja que amenaza con afectar la integridad económica de ambos países por igual.

El caso de Estados Unidos es el que más llama la atención, pues una recesión parece estar en ciernes, a la vez que los mercados financieros expresan una caída histórica, tanto en el mercado de renta variable (precios de acciones y el S&P 500) como en mercados de renta fija (bonos privados y del tesoro). Es entonces que se hace palpable un cambio de estrategia por parte del equipo de Donald Trump.

La crisis se agravó hace poco más de una semana cuanto se anunciaron una serie de aumentos de tarifas por parte de EEUU, que se traducían a US$300 mil millones. La respuesta china fue ordenar a sus empresas no adquirir más bienes agropecuarios americanos.

Este es solo el outcome que se esperaba tras tanta tensión. Lo que pasa es que EEUU ya había señalado a China como un competidor desleal que mantenía una moneda de valor artificialmente bajo para reforzar sus exportaciones. Esto, no bien visto en los ojos de los americanos., fue el principal aliciente para que este acuse a China de “manipulador de su moneda”.

En cuanto al escenario de Estados Unidos en los últimos años, se puede apreciar una floreciente economía que ha basado su solidez en las políticas de Trump, un dólar relativamente barato y accesible y protegido por tarifas al comercio internacional. ¿El resultado? Un crecimiento claro de la economía estadounidense, en comparación a sus privilegiados pares, pero no necesariamente sostenible en el tiempo.

En este sentido, las verdaderas repercusiones de esta guerra comercial serán las afectaciones al panorama económico de los próximos años, tanto para ambos países como para los que dependen de estos. Esto dado que una serie de políticas que trastocan tanto la fluidez del comercio internacional tendrá como un escenario de incertidumbre y; por ende, de desconfianza. Esto, al término, significará un obstáculo para el crecimiento de la economía americana y una inyección desmedida de liquidez en el caso de China. La solución al conflicto puede, también, venir por parte del compromiso de las instituciones americanas – como la Reserva Federal – para brindar solidez a la economía y salvaguardar la confianza de quienes apuestan por ella. Esperemos que, para setiembre, en cuanto se retome el diálogo entre ambos países, se pueda llegar a un acuerdo que haga justicia a ambas partes. Lampadia

Comercio entre China y Estados Unidos
Peligrosos cálculos erróneos

Estados Unidos no puede tener una economía fuerte, una guerra comercial y un dólar débil al mismo tiempo.

The Economist
08 de agosto del 2019
Traducido y glosado por Lampadia

Desde que comenzó la guerra comercial en 2018, el daño causado a la economía mundial ha sido sorprendentemente leve. Estados Unidos ha crecido de manera saludable y el resto del mundo se ha complicado. Pero esta semana la imagen se oscureció a medida que se intensificó la confrontación entre Estados Unidos y China, con más aranceles amenazados y una amarga disputa sobre el tipo de cambio de China. Los inversores temen que la disputa desencadene una recesión, y hay signos ominosos en los mercados: los precios de las acciones cayeron y los rendimientos de los bonos del gobierno cayeron a mínimos casi récord. Para evitar una recesión, ambas partes deben comprometerse. Pero para que eso suceda, el presidente Donald Trump y sus asesores deben repensar su estrategia. Si aún no se ha dado cuenta, pronto debería: Estados Unidos no puede tener una moneda barata, un conflicto comercial y una economía próspera.

El último aumento de las tensiones comenzó el 1 de agosto, cuando la Casa Blanca amenazó con imponer una nueva ronda de aranceles sobre las exportaciones chinas de $ 300 mil millones a principios de septiembre. China respondió cuatro días después diciéndole a sus compañías estatales que dejaran de comprar productos agrícolas estadounidenses. El mismo día permitió que su moneda fuertemente administrada pasara una tasa de siete frente al dólar, un umbral que puede parecer arbitrario, pero es simbólicamente importante.

Eso encendió un fusible debajo de la Oficina Oval. Trump ha afirmado durante mucho tiempo que otros países, incluida China, mantienen sus monedas artificialmente baratas para impulsar sus exportaciones, perjudicando a Estados Unidos. Se ha estado agarrando sobre el dólar fuerte durante meses. En junio acusó a Mario Draghi, el jefe del Banco Central Europeo, de debilitar injustamente el euro al insinuar recortes de tasas. Horas después de la caída del yuan, el Tesoro de Estados Unidos designó a China como un «manipulador de divisas» y prometió eliminar su «ventaja competitiva injusta». A medida que aumentaron las hostilidades, los mercados se desvanecieron, con un rendimiento de los bonos a diez años en Estados Unidos que alcanzó el 1,71%, ya que los inversores consideraron que la Reserva Federal recortará las tasas de interés para tratar de mantener viva la expansión.

No se puede negar que China ha manipulado su tipo de cambio en el pasado. Pero hoy se está desarrollando una dinámica diferente en todo el mundo. Trump quiere una economía en auge, protegida por aranceles e impulsada por un dólar barato, y cuando no los consigue, arremete. Pero la realidad económica hace que estos tres objetivos sean difíciles de conciliar. Los aranceles perjudican a los exportadores extranjeros y frenan el crecimiento más allá de las fronteras de Estados Unidos. Un crecimiento más débil a su vez conduce a monedas más débiles, a medida que las empresas se vuelven cautelosas y los bancos centrales facilitan la política de respuesta. El efecto es particularmente pronunciado cuando Estados Unidos está creciendo más rápido que otros países ricos, como lo ha hecho recientemente. La fortaleza duradera del dólar es el resultado, en parte, de las políticas de Trump, no de una conspiración global.

A menos que este hecho llegue pronto, se hará un daño real a la economía global. Ante la incertidumbre creada por una pelea de superpotencias viciosas, las empresas en Estados Unidos y en otros lugares están reduciendo la inversión, perjudicando aún más el crecimiento. Las tasas de interés más bajas están haciendo que los bancos desvencijados de Europa sean aún más frágiles. China podría enfrentar una inundación desestabilizadora de dinero tratando de abandonar sus fronteras, como sucedió en 2015. Y es posible una mayor escalada a medida que ambas partes buscan armas económicas que se consideraban impensables hace unos años. Estados Unidos podría intervenir para debilitar el dólar, socavando su reputación de mercados de capital sin restricciones. China o Estados Unidos podrían imponer sanciones a más empresas multinacionales, de la misma manera que Estados Unidos ha incluido en la lista negra a Huawei, o suspender las licencias de los bancos que operan en ambos países, causando estragos.

Mientras persigue una confrontación comercial cada vez más imprudente, la Casa Blanca puede imaginar que la Reserva Federal puede ir al rescate recortando las tasas nuevamente. Pero eso malinterpreta la profundidad de la inquietud que ahora se siente en las fábricas, salas de juntas y pisos comerciales en todo el mundo. En septiembre se reanudarán las conversaciones entre Estados Unidos y China. Es hora de un acuerdo. La economía mundial no puede soportar mucho más de esto. Lampadia




Peligran acuerdos nucleares entre EEUU – Rusia

Como nunca en la historia tras el período de la pos guerra fría, el escenario global del control de armas nucleares se torna incierto y peligroso. Ello principalmente por las medidas tomadas por el gobierno del presidente de EEUU, Donald Trump, en torno a la prórroga de los grandes acuerdos nucleares que involucran a grandes potencias en este campo, concretamente, Rusia.

Así, y a pesar de haber mostrado una efectividad sin igual en las últimas cinco décadas para limitar el uso de esta peligrosa tecnología militar y por ende, brindar estabilidad al mundo, no existe tratado nuclear alguno con Rusia que tenga el visto bueno asegurado del presidente Trump. El inusitado retiro de EEUU del INF, así como su posible desaparición y la suspensión del New START en el 2020, ambos importantes tratados con Rusia, augurarían un escenario completamente pernicioso en el control de armas nucleares global para los próximos años. Ello a pesar de la reciente reunión “pantalla” de Trump con el presidente de Korea del Norte, Kim Jong Un.

Y los críticos de estas acciones por parte de EEUU no se han hecho esperar. Como es costumbre, The Economist hace su parte reprochando hacia la administración Trump (ver artículo líneas abajo). Denota que, tales acciones obedecen a una preocupación por parte de EEUU de incluir a más países en apariencia “peligrosos”, como China, en el diseño de nuevos tratados. Preocupaciones por demás infundadas por la poca acumulación de armamento nuclear por parte de China, como pone en evidencia The Economist. Por el contrario, el no prorrogar tales acuerdos, sería inducir un mal relacionamiento innecesario con Rusia, sobretodo a la luz de la efectividad de tales tratados para generar estabilidad, como hemos mencionado anteriormente. Tal mal relacionamiento, en un contexto peligroso de niveles record de gasto militar (ver Lampadia: El gasto militar global en niveles récord históricos), no sería una decisión sensata para ningún gobierno sea del ala partidaria que sea.

Esperamos que el gobierno de Trump haga un balance de estos factores y se renueven los mencionados acuerdos con Rusia a la brevedad posible. Aún estamos a tiempo de retomar la estabilidad de la que tanto disfrutó Occidente por varias décadas. Lampadia

Diplomacia nuclear
Donald Trump corre el riesgo de deshacer décadas de control de armas nucleares

Su incursión en Corea del Norte desmiente la apuesta que está tomando en relación con Rusia

The Economist
9 de julio, 2019
Traducido y glosado por Lampadia

Cuando el presidente Donald Trump dio algunos pasos dentro del territorio de Corea del Norte con Kim Jong Un en Panmunjom el 30 de junio, el simbolismo sugirió un nuevo y decidido impulso para aliviar las tensiones nucleares. Las conversaciones entre EEUU y Corea del Norte, estancadas desde una cumbre sin éxito en Hanoi en febrero, debían reanudarse en Berlín esta semana. Sin embargo, lejos de las cámaras del mundo, el panorama más amplio sobre el control de armas nucleares se ve muy diferente. Las cosas no se dirigen hacia adelante sino hacia atrás, a un ritmo acelerado.

Después de que la crisis de los misiles cubanos en 1962 llevara a EEUU y la Unión Soviética al límite, se tornaron serios sobre las negociaciones nucleares. En 1972 firmaron un acuerdo que limita el número de sistemas de entrega estratégica de cada uno, y un tratado para limitar las defensas contra misiles balísticos. Durante las siguientes cuatro décadas, reunieron otros siete importantes acuerdos nucleares. Su potencial destructivo combinado se redujo de un equivalente de 1.3 millones de bombas de Hiroshima en 1973-74 a alrededor de 80,000 Hiroshimas ahora, menos obscenas, aunque aún horrendas.

Sin embargo, los acuerdos nucleares ahora se están desmoronando. Trump sacó a EEUU de la multipartidista con Irán, conocida como el Plan de Acción Integral Conjunto (JCPOA), con la esperanza de presionar a ese país a un acuerdo más grande y mejor, pero hasta el momento solo produce mayores tensiones. Irán ahora ha superado el límite de JCPOA para las reservas de uranio poco enriquecido y ha superado el nivel de enriquecimiento permitido del 4%. El pasado mes de octubre, Trump declaró repentinamente que EEUU se retiraría del Tratado sobre Fuerzas Nucleares de Alcance Intermedio (INF), citando la violación de Rusia de su prohibición de misiles lanzados desde tierra con un rango de 500-5,500 km (300-3,400 millas). El tratado, firmado por Ronald Reagan y Mikhail Gorbachev en 1987, expirará el 2 de agosto. Su desaparición podría abrir el camino para una nueva carrera de armamentos en misiles, ya sean nucleares o convencionales, cuyo tiempo para apuntar son solo minutos.

Eso aún deja en marcha un importante tratado nuclear entre EEUU y Rusia: el New START, firmado por los presidentes Barack Obama y Dmitry Medvedev en 2010. Limita a cada país a 1,550 ojivas nucleares desplegadas en 700 sistemas de suministro; su régimen de verificación incluye 18 inspecciones in situ cada año e importantes intercambios de datos. Pero el New START caducará en 19 meses, a menos que ambos países acepten una extensión de cinco años, lo que sus líderes pueden hacer sin la aprobación del Congreso. Las perspectivas no son buenas: Rusia está interesada; EEUU parece no estarlo. «No hay decisión», dijo el mes pasado a Free Beacon, un sitio web del asesor de seguridad nacional de Trump, John Bolton, «pero creo que es poco probable».

Para acordar una prórroga, habría que resolver algunas diferencias. A los estadounidenses les preocupan los planes de Rusia para nuevas armas, como el sistema hipersónico de impulso de Avangard; a los rusos les preocupa la forma en que los estadounidenses se pusieron dentro de los límites del START, convirtiendo los sistemas de suministro nuclear en sistemas convencionales en lugar de destruirlos. El presidente Vladimir Putin lamenta la ausencia de movimientos prácticos por parte de los estadounidenses, a pesar de las anteriores expresiones de interés de Trump. Las conversaciones deben comenzar ahora, dijo Putin al Financial Times el mes pasado, para resolver los problemas a tiempo. Si el tratado deja de existir, dijo, «no habría ningún instrumento en el mundo para reducir la carrera de armamentos».

Peor aún, cada lado quedaría ciego. Sin una extensión del START,   EEUU y Rusia «estarán sin una visión en el terreno de las fuerzas nucleares de cada uno por primera vez en aproximadamente 50 años, lo que es increíblemente peligroso», dice Alexandra Bell, del Centro para el Control de Armas y la No Proliferación, un think-tank. El régimen de verificación permite a los responsables de las políticas planificar con confianza. Un ex funcionario involucrado en la negociación del tratado dice que costaría «miles de millones de dólares por año» reunir la información por otros medios.

¿Por qué Trump renunciaría a esto? No es por falta de interés en el control de armamentos. Ya en 1986, se dice que quiso pedirle a Reagan que le permitiera negociar un acuerdo nuclear y terminar rápidamente la guerra fría. Ahora ve un acuerdo de Obama y cree que puede hacerlo mejor. No solo contempla un acuerdo bilateral con Rusia, sino uno más amplio que involucre a China y quizás a otros, que abarque todos los sistemas de armas. Le ha pedido a su administración que explore esto.

En teoría esto tiene sentido. Los acuerdos nucleares bilaterales tenían una lógica durante la guerra fría, pero Bolton ha argumentado que en el mundo nuclear multipolar de hoy en día eso es «conceptualmente completamente atrasado». Las autoridades estadounidenses esperan que el arsenal de China se duplique en la próxima década. Los defensores del control de armas están de acuerdo en que las armas hipersónicas y las capacidades cibernéticas plantean nuevas amenazas. «Estamos enfrentando una crisis de seguridad internacional en el campo del control de armas, ya que las tecnologías están superando los marcos diplomáticos y legales que en el pasado nos sirvieron bien en armas nucleares, químicas y biológicas», dice Daryl Kimball, director de la Asociación de Control de Armas en Washington, DC.

En la práctica, sin embargo, el enfoque de  Trump parece desesperado. Por un lado, China no muestra interés en ello. Según el Instituto Internacional de Investigación para la Paz de Estocolmo, [China] tiene un arsenal nuclear de solo 290 ojivas, en comparación con las 6,185 de EEUU y las 6,500 de Rusia. No ve ninguna razón para someterse a los límites por el momento. Y si los números cayeran mucho más, Rusia querría incluir armas francesas y británicas en la mezcla.

Los expertos en control de armas dudan de que la administración Trump tenga el ancho de banda para llevar a cabo negociaciones serias con los rusos, los chinos y los norcoreanos al mismo tiempo. (La oficina del Departamento de Estado responsable de manejar el desarme nuclear se ha reducido de 14 a cuatro personas durante la presidencia de Trump, informó recientemente The Guardian). No detectan ninguna estrategia para llevar a cabo una negociación tan compleja. Además, ven a Bolton como un operador astuto que odia el control de armas, lo que él ve como una restricción a EEUU. Bajo George W. Bush en 2001, ayudó a sacar a EEUU del Tratado de Misiles Antibalísticos; en su papel actual, ha hecho lo propio con el acuerdo con Irán y el tratado INF. La sospecha es que él está usando la idea de un acuerdo mayor como un desvío para batir el New START.

A algunos les gustaría ver que New START se extendiera primero, por lo que conservan sus preciosas disposiciones de verificación, antes de pasar a un esfuerzo más amplio de control de armas, que podría llevar años. Creen que las preocupaciones de ambas partes sobre una extensión podrían resolverse rápidamente si hubiera una dirección política clara (algo en lo que Bolton está de acuerdo: «si realmente quiere negociar, puede hacerlo rápido», dijo a Free Beacon). La presión está empezando a venir del Congreso. En mayo, los líderes del Comité de Asuntos Exteriores de la Cámara de Representantes presentaron un proyecto de ley bipartidista que insta al gobierno de Trump a mantener los límites de las fuerzas nucleares de Rusia hasta 2026. Trump aún podría verse vulnerable al ataque de los candidatos demócratas a la cuestión nuclear por su trabajo.

También se arriesga a una dura carrera en la conferencia de revisión de cinco años, la próxima primavera, del Tratado de No Proliferación Nuclear (TNP). Será un asunto difícil si no se ve que las potencias nucleares están haciendo su gran esfuerzo para contener la propagación de armas. Ya existe una profunda división con respecto al Tratado sobre la Prohibición de las Armas Nucleares, aprobado por la Asamblea General de las Naciones Unidas en 2017, que busca deslegitimar las armas nucleares. «Si EEUU y Rusia no aparecen en 2020 y al menos dicen que han extendido el New START, y esperamos que digan que lo extenderemos y que estamos comprometidos en una mayor discusión, estaremos en mal estado», agregó Lynn Rusten, de Nuclear Threat Initiative, un grupo de defensa en Washington, DC.

La erosión del TNP podría dar a más países una excusa para unirse al club nuclear. El número de armas nucleares en el mundo se ha reducido, pero podría aumentar de nuevo en ausencia de controles o confianza. Alexey Arbatov, del Instituto de Economía Mundial y Relaciones Internacionales en Moscú, lamenta la falta de comprensión de la historia del control de armas nucleares entre los líderes de hoy en día. Eso podría resultar en un error de cálculo. «Salvar el tratado INF y el START mientras aún hay tiempo sería mucho más fácil y más productivo que buscar paliativos después de su desaparición», concluye en la edición actual de Survival, la revista del Instituto Internacional de Estudios Estratégicos.

El tiempo, sin embargo, se está acabando. Volver a comprometerse con Rusia no será fácil. Pero probablemente importaría más que esos pasos a través de la frontera en Panmunjom. Lampadia




Misterios de la política monetaria

Líneas abajo presentamos un interesante análisis de Robert Barro (profesor de economía de Harvard University), sobre el impacto del control del tipo de interés nominal a corto plazo, en particular la tasa de fondos federales de la FED, para controlar la inflación.

Una política iniciada en los gobiernos de Nixon y Ford, llevada al extremo con Paul Volcker (en la FED) con Reagan, que permitió controlar el aumento de inflación en EEUU, llevando la tasa de interés de la FED hasta niveles de 22% anual.

Desde entonces la inflación se ha mantenido en niveles de 1.5 a 2%.

Una lección muy importante para el Perú, que no hace mucho sufrió los embates de la hiperinflación.

Project Syndicate
Jul 4, 2019

ROBERT J. BARRO

CAMBRIDGE – Uno de los hechos notables de la historia económica de la posguerra es la domesticación de la inflación en Estados Unidos y muchos otros países lograda desde mediados de los ochenta. Antes de eso, la tasa de inflación en Estados Unidos (según el deflactor de gastos de consumo personal) fue del 6.6% anual en promedio durante los setenta, y superó el 10% en 1979‑1980.

A principios y mediados de los setenta, los presidentes Richard Nixon y Gerald Ford intentaron contener la inflación con una desacertada combinación de controles de precios y exhortaciones, sumados a una moderada restricción monetaria. Pero entonces llegó el presidente Jimmy Carter, quien tras mantener por algún tiempo esta estrategia, en agosto de 1979 designó a Paul Volcker como presidente de la Reserva Federal de los Estados Unidos. Con Volcker, la FED empezó poco después una política de subir el tipo de interés nominal a corto plazo a cualquier nivel que fuera necesario para bajar la inflación.

Volcker, con respaldo del presidente Ronald Reagan después de enero de 1981, se aferró a esta estrategia, pese a una intensa oposición política, y en julio de ese año la tasa de política monetaria llegó a un máximo de 22%. La política funcionó: la inflación anual se redujo marcadamente a un promedio de apenas 3.4% entre 1983 y 1989. La FED había cumplido con creces lo que más tarde se conocería como principio de Taylor (o, más correctamente, principio de Volcker), según el cual los aumentos de la tasa de política monetaria superan a los aumentos de la tasa de inflación.

Desde entonces, el principal instrumento de política monetaria de la Fed ha sido el control del tipo de interés nominal a corto plazo, en particular la tasa de fondos federales. Cuando después de la crisis financiera de 2008 el poder de la Fed sobre el tipo de interés a corto plazo se vio disminuido (porque la tasa de fondos federales se acercó al límite inferior aproximado de cero), la Fed agregó a aquel instrumento la transmisión de señales de trayectoria futura (forward guidance) y la flexibilización cuantitativa (FC).

A juzgar por la tasa de inflación en Estados Unidos durante las últimas décadas, la política monetaria de la Fed funcionó de maravillas. La inflación ha sido 1.5% anual en promedio desde 2010, ligeramente por debajo de la meta explícita de la Fed (2%), y sorprendentemente estable. Y sin embargo, la pregunta es cómo se logró. ¿Estuvo la inflación contenida porque todos pensaban que si subía muy por encima de la franja del 1.5 al 2%, la Fed respondería con una suba de tasas mucho mayor?

La influencia de variaciones de la tasa de política monetaria sobre la economía ha sido objeto de numerosas investigaciones. Por ejemplo, en un trabajo publicado en 2018 por Emi Nakamura y Jón Steinsson en el Quarterly Journal of Economics, se halló que un shock monetario contractivo (una suba imprevista de la tasa de fondos federales) aumenta los rendimientos de los títulos del Tesoro durante unos tres a cinco años, con un efecto máximo a los dos años. (Los resultados para shocks expansivos son simétricos.) La mayoría de estos efectos se aplican al tipo de interés real (ajustado por inflación), y se manifiestan tanto en los bonos indexados como en los convencionales. El efecto de un shock contractivo sobre la inflación prevista es negativo, pero de magnitud moderada, y sólo se siente después de tres a cinco años.

Si bien por convención los aumentos inesperados de la tasa de política monetaria suelen catalogarse como contractivos, Nakamura y Steinsson hallaron que la previsión de crecimiento económico para el año posterior a una suba de tasas inesperada en realidad es mayor. Es decir, un aumento de tasas pronostica más crecimiento, y una disminución, menos crecimiento. La causa probable de esta pauta es que la Fed suele aumentar las tasas cuando recibe información de que la economía está mejor de lo esperado, y las rebaja cuando sospecha que está peor de lo que se pensaba.

En el mismo trabajo también se halló que un aumento imprevisto de la tasa de política monetaria es malo para el mercado de acciones (y viceversa), lo cual se condice con ideas arraigadas de muchos comentaristas financieros, por no hablar del presidente de los Estados Unidos, Donald Trump. Los autores calculan que una rebaja imprevista de 50 puntos básicos a la tasa aumenta el índice bursátil S&P 500 más o menos un 5%, aun cuando la previsión de crecimiento del PIB real disminuya. La razón probable es la disminución del rendimiento real esperado de instrumentos financieros alternativos, como los bonos del Tesoro, en los 3 a 5 años siguientes. Este efecto tasa de descuento supera la incidencia negativa de la disminución prevista de las ganancias futuras reales sobre la cotización de las acciones.

Pero una vez más, el enigma es cómo puede la Fed mantener una inflación estable del orden del 1.5 al 2% anual usando una herramienta de política cuyo efecto al parecer es débil y opera con retardo. La suposición sería que si la inflación superara considerablemente la franja de 1.5 a 2%, la Fed iniciaría aumentos drásticos del tipo de interés nominal a corto plazo como los que aplicó Volcker a principios de los ochenta, y esos cambios tendrían un efecto negativo importante y acelerado sobre la inflación. Asimismo, si la inflación cayera muy por debajo de la meta, tal vez hasta territorio negativo, la Fed aplicaría una baja marcada de tasas (o, si ya hubiera llegado al límite inferior de cero, usaría políticas expansivas alternativas) y esto tendría un efecto positivo importante y acelerado sobre la inflación.

Según esta idea, la amenaza creíble de que la Fed responda con medidas extremas le habría evitado en la práctica repetir las políticas de la era Volcker, y desde entonces, la asociación entre variaciones de la tasa y la inflación fue moderada, pero la posibilidad hipotética de cambios drásticos fue más potente.

Francamente, esta explicación no me convence. Es como decir que la inflación está contenida porque sí. Y no hay duda de que un factor clave es que la inflación real y la esperada hayan sido simultáneamente bajas: son gemelas íntimamente relacionadas. Pero esto es sugerir que la política monetaria detrás del actual nivel bajo y estable de la inflación real y de la esperada seguirá funcionando hasta que, de pronto, ya no funcionará más.

Esto me deja con el deseo de tener una mejor comprensión de la relación entre política monetaria e inflación. También con el deseo de que los responsables de la política monetaria la comprendan mejor que yo. Habrá sin duda muchos lectores que digan que el segundo deseo ya fue concedido. Esperemos que tengan razón.

Traducción: Esteban Flamini

Robert J. Barro is Professor of Economics at Harvard




El nuevo conservadurismo

El conservadurismo ha estado históricamente muy asociado a la derecha política y estos tiempos no son la excepción. Sin embargo, la nueva derecha, nacida en el seno del siglo XXI, ha degenerado en formas y asociaciones políticas que han llevado a la práctica planteamientos que han ido en contra, entre otras cosas, del pragmatismo que caracterizaba al conservadurismo de antaño.

Inclusive, en muchos casos, ha despreciado los fundamentos de la economía de libre mercado, como el libre comercio y la libre inmigración. Ejemplos de ello es la guerra comercial iniciada por Donald Trump en EEUU con China y sus constantes ataques a los migrantes mexicanos o la desesperada insistencia del Partido Conservador y de su candidato favorito a primer ministro, Boris Johnson, con el Brexit en Gran Bretaña, una iniciativa nacionalista que, de llevarse a cabo sin acuerdo, podría llevar a una crisis económica y social a un país que creció tanto gracias a la misma globalización.

Sin embargo, lo realmente grave del éxito de estos movimientos es cómo han cambiado la configuración del escenario político, poniendo muchas veces entre la espada y la pared a los votantes, quienes se ven obligados a elegir entre derechas e izquierdas radicales, y dejando a los moderados completamente fuera de juego.

Esto es lo que The Economist ha denominado como “La crisis global en el conservadurismo” (ver artículo líneas abajo). En este sentido, coincidimos con las críticas hechas por The Economist y creemos que debería haber una refundación de todas las coaliciones políticas que representan el conservadurismo de la actualidad, de manera que retome su esencia tan venida a menos en los últimos años. Al final los votantes se lo agradecerán por los logros que sus propias políticas podrían lograr. Lampadia

Política
La crisis global en el conservadurismo

La derecha de hoy no es una evolución del conservadurismo, sino un repudio al mismo

The Economist
4 de julio, 2019
Traducido y glosado por Lampadia

Vladimir Putin, presidente de Rusia, ha declarado que la idea liberal es «obsoleta». No le sorprenderá saber que no estamos de acuerdo. No solo porque le dijo al Financial Times que el liberalismo se refería a la inmigración, el multiculturalismo y la política de género – una parodia – sino también porque eligió el objetivo equivocado. La idea más amenazada en Occidente es el conservadurismo. Y no tiene que ser conservador para encontrar eso profundamente preocupante.

En sistemas bipartidistas, como los EEUU y (en gran parte) Gran Bretaña, la derecha está en el poder, pero solo eliminando los valores que solían definirla. En países con muchos partidos, la centro-derecha está siendo erosionada, como en Alemania y España, o eviscerada, como en Francia e Italia. Y en otros lugares, como Hungría, con una tradición democrática más corta, la derecha ha ido directamente al populismo sin ni siquiera intentar el conservadurismo.

El conservadurismo no es tanto una filosofía como una disposición. El filósofo Michael Oakeshott lo expresó mejor: «Ser conservador… es preferir lo familiar a lo desconocido, preferir lo intentado a lo no probado, lo fáctico a lo desconocido, lo real a lo posible, lo limitado a lo ilimitado, lo cercano a lo distante”. Como el liberalismo clásico, el conservadurismo es un hijo de la Ilustración. Los liberales dicen que el orden social surge espontáneamente de individuos que actúan libremente, pero los conservadores creen que el orden social es lo primero, creando las condiciones para la libertad. Confían en la autoridad de la familia, la iglesia, la tradición y las asociaciones locales para controlar el cambio y frenarlo. Ustedes barren las instituciones a su propio riesgo. Sin embargo, tal demolición está sucediendo al conservadurismo mismo, y viene de la derecha.

La nueva derecha no es una evolución del conservadurismo, sino su repudio. Los usurpadores están agraviados y descontentos. Son pesimistas y reaccionarios. Miran al mundo y ven lo que el presidente Donald Trump una vez llamó «matanza».

Considere cómo están rompiendo una tradición conservadora tras otra. El conservadurismo es pragmático, pero la nueva derecha es celosa, ideológica y arrogante con la verdad. Australia sufre sequías y mares decolorados, pero la derecha acaba de ganar una elección en un partido cuyo líder se dirigió al parlamento con un trozo de carbón como una reliquia sagrada. En Italia, Matteo Salvini, líder de la Liga del Norte, ha impulsado el movimiento anti-vaxxer. Para Trump, los «hechos» son solo dispositivos para inflar su imagen o consignas diseñadas para suscitar indignación y lealtades tribales.

Los conservadores son cautelosos con el cambio, pero en este momento contemplan la revolución. Alternative para Alemania ha coqueteado con un referéndum sobre la pertenencia al euro. Si Trump cumpliera sus amenazas de dejar la OTAN, se pondría fin al equilibrio de poder. Un Brexit sin acuerdo sería un salto a lo desconocido, pero los conservadores lo anhelan, incluso si destruyen la unión con Escocia e Irlanda del Norte.

Los conservadores creen en el carácter, porque la política se trata tanto de juicio como de razón. Sospechan del carisma y de los cultos de la personalidad. En EEUU, muchos republicanos que lo saben mejor se han reunido con Trump a pesar de que ha sido acusado de manera creíble por 16 mujeres diferentes de conducta sexual inapropiada. Los brasileños eligieron a Jair Bolsonaro, quien recuerda con cariño los días del gobierno militar. El carismático Boris Johnson es favorito para ser el próximo primer ministro de Gran Bretaña, a pesar de generar desconfianza entre los parlamentarios, porque se lo considera el «Heineken Tory» que, como la cerveza, refrescará los aspectos que otros conservadores no pueden lograr.

Los conservadores respetan los negocios y son administradores prudentes de la economía, porque la prosperidad sustenta todo. El primer ministro de Hungría, Viktor Orban, se pinta a sí mismo como un conservador económico de bajos impuestos, pero socava el estado de derecho del que dependen las empresas. Trump es un órdago de guerras comerciales. Más del 60% de los miembros Tory están dispuestos a infligir «daños graves» a la economía para asegurar el Brexit. En Italia, la Liga está asustando a los mercados al jugar con la emisión de un documento gubernamental que actuaría como una moneda paralela al euro. En Polonia, la ley y la justicia han salpicado una bonanza de bienestar. En Francia, en la campaña por las elecciones al Parlamento Europeo, el Partido Republicano de la hizo más un chapoteo sobre las «raíces judeocristianas» de Europa que la prudente gestión económica.

Por último, la derecha está cambiando lo que significa pertenecer. En Hungría y Polonia, la derecha se regocija con el nacionalismo de sangre y suelo, que excluye y discrimina. Vox, una nueva fuerza en España, se remonta a la Reconquista, cuando los cristianos expulsaron a los musulmanes. Un furioso nacionalismo reaccionario enciende la sospecha, el odio y la división. Es la antítesis de la visión conservadora de que pertenecer a la nación, a la iglesia y a la comunidad local puede unir a las personas y motivarlas a actuar en el bien común.

El conservadurismo se ha radicalizado por varias razones. Uno es el declive de lo que Edmund Burke llamó los «pequeños pelotones» en los que se apoyaba, como la religión, los sindicatos y la familia. Otra es que los viejos partidos de derecha e izquierda fueron desacreditados por la crisis financiera, la austeridad y las largas guerras en Irak y Afganistán. Fuera de las ciudades, la gente se siente como si se burlaran de los codiciosos y egoístas sofisticados urbanos. Algunos han sido eliminados por la xenofobia de los empresarios políticos. El colapso de la Unión Soviética, algunos creen, aflojó el pegamento que unía a una coalición de halcones de política exterior, libertarios y conservadores culturales y pro-negocios. Ninguna de estas tendencias será fácil de revertir.

Lo correcto

Eso no quiere decir que todo va por el camino de los partidos de la nueva derecha. En Gran Bretaña y EEUU, al menos, la demografía está en contra de ellos. Sus votantes son blancos y relativamente viejos. Las universidades son una zona libre de derechas. Una encuesta realizada por Pew el año pasado encontró que el 59% de los votantes millenial estadounidenses eran demócratas o inclinados demócratas; el porcentaje correspondiente de republicanos fue solo del 32%. Entre la «generación silenciosa», nacida en 1928-45, los demócratas obtuvieron un 43% y los republicanos el 52%. No está claro que los jóvenes se desviarán hacia la derecha a medida que envejecen para llenar el vacío.

Pero la nueva derecha está ganando claramente su lucha contra el conservadurismo de la Ilustración. Para los liberales clásicos, como este medio, es una fuente de arrepentimiento. Los conservadores y los liberales no están de acuerdo con muchas cosas, como las drogas y la libertad sexual. Pero son más a menudo aliados. Ambos rechazan el impulso utópico de encontrar una solución gubernamental para cada error. Ambos resisten la planificación estatal y los altos impuestos. La inclinación conservadora a la moral de la policía se compensa con el impulso de proteger la libertad de expresión y promover la libertad y la democracia en todo el mundo. De hecho, los conservadores y los liberales a menudo sacan lo mejor de cada uno. El conservadurismo atempera el celo liberal; los liberales punzan la complacencia conservadora.

La nueva derecha es, por el contrario, implacablemente hostil hacia los liberales clásicos. El riesgo es que los moderados se vean presionados a medida que la derecha y la izquierda inflamen la política y se provoquen mutuamente para moverse a los extremos. Los votantes pueden quedarse sin una opción. Retrocediendo contra Trump, los demócratas se han movido más hacia la izquierda en materia de inmigración que el país en general. Los británicos, con dos grandes partidos, tendrán que elegir entre Jeremy Corbyn, el líder de la extrema izquierda laborista, y un partido conservador radicalizado bajo el mando de Johnson. Incluso si pudiera votar por el centro, como ocurre con Emmanuel Macron en Francia, un partido ganará repetidamente por defecto, lo que a la larga no es saludable para la democracia.

En el mejor de los casos, el conservadurismo puede ser una influencia constante. Es razonable y sabio; valora la competencia; no tiene prisa. Esos días han terminado. La derecha de hoy está en llamas y es peligrosa. Lampadia




Buenas noticias desde Osaka

El G20 se juntó en Osaka, Japón, antecedido de grandes angustias sobre las relaciones entre EEUU y China. Los miembros del G20 comprenden el 85% del PBI global. Incluyen a Brasil, México y Argentina, y Chile asiste como invitado por tercera vez.

Sorprendentemente, tanto EEUU como China tuvieron una actitud muy positiva. EEUU llegó a suspender la multiplicación de aranceles a China y anunció la suspensión de las sanciones a Huawei. No nos olvidemos de que en el anterior G20 en Buenos Aires, Trump impidió una declaración en pro del libre comercio.

Sin embargo, según el Financial Times el G20 se mantuvo profundamente dividido en los temas de comercio y clima. Han sido capaces de producir un comunicado conjunto, pero sin que permita anticipar un compromiso real.

Xi llegó a acusar a los países ricos de enrutarse en el proteccionismo y “destruir el orden comercial global”. Es claro que las tensiones se han intensificado y el pronóstico no es de mejora.

Lo mejor del evento es la distensión entre EEUU y China.

Como siempre The Economist hace un buen relato de lo sucedido y analiza las posibilidades de que los nuevos acuerdos se sostengan en el tiempo. Ver artículo líneas abajo.

Pero en Lampadia queremos destacar la importancia del nuevo viento a favor entre EEUU y China, y la importancia de la presencia de Sebastián Piñera, el presidente de Chile en Osaka, representando activamente nuestros intereses, abogando por el libre comercio y la globalización.

Lamentablemente, el Perú no forma parte del concierto internacional y la agenda de nuestro gobierno está concentrada en los enfrentamientos internos, descuidando no solo la economía, también temas tan importantes como la lucha contra la desnutrición y la seguridad.

Confiemos pues que Chile haga un buen caso de la necesidad de retomar la agenda del libre comercio. 

Viejos amigos se reencuentran
Estados Unidos y China reanudan las conversaciones en un intento por terminar su guerra comercial

Donald Trump detiene nuevas tarifas y le da a Huawei un espacio

The Economist
29 de junio de 2019

XI JINPING y Donald Trump dicen que se quieren mutuamente. Después de un año de disputas en espiral entre Estados Unidos y China, sus profesiones de amistad son difíciles de creer. Pero es cierto que cada vez que se reúnen, generalmente logran estabilizar la relación de sus países, al menos por un tiempo. Su reunión el 29 de junio, al margen de la cumbre del G20 en Osaka, parece haberlo hecho nuevamente.

Las dos superpotencias acordaron reanudar sus negociaciones comerciales de nuevo, y Estados Unidos desistió de aplicar tarifas adicionales. Ese es un bienvenido respiro para los mercados y las empresas globales y, de hecho, para cualquiera que espere que China y Estados Unidos puedan encontrar una manera de evitar una nueva guerra fría.

Sin embargo, también es cierto que los períodos de calma después de las reuniones anteriores de Xi-Trump solo han durado poco, y en última instancia han sido seguidos por una progresiva escalada de la guerra comercial. Si eso sucede esta vez dependerá de las negociaciones que están programadas para comenzar de nuevo. Hay muchas razones para el pesimismo y una para el optimismo cauteloso.

Los detalles de lo que los líderes acordaron durante su reunión de 80 minutos aún son escasos. La mayor sorpresa fue la declaración de Trump en una conferencia de prensa posterior de que Estados Unidos permitiría a sus compañías tecnológicas continuar vendiendo componentes a Huawei, un gigante chino de las telecomunicaciones, una aparente inversión de una decisión anterior para incluirla en la lista negra. Ese es un gran indulto para Huawei, y una victoria para Xi. Pero Trump también sugirió que una decisión final sobre cómo manejar a Huawei dependería del destino de las conversaciones comerciales.

Se había esperado la decisión de Estados Unidos de suspender el pago de nuevas tarifas, porque China había establecido esa condición previa para la reanudación de las conversaciones. Pero de todos modos es importante. Hasta el momento, los Estados Unidos han impuesto aranceles del 25% sobre las importaciones chinas por un valor de $ 250 mil millones, aproximadamente la mitad de lo que China vende a Estados Unidos. Trump había amenazado con imponer aranceles en casi todas las importaciones chinas restantes si las conversaciones con Xi iban mal. Los funcionarios chinos, por su parte, enfatizaron el acuerdo de los líderes de que las conversaciones se desarrollarían «sobre la base de la igualdad y el respeto mutuo», una redacción que ayuda a abordar su queja de que Estados Unidos estaba haciendo demandas unilaterales.

Sin embargo, una lección obvia del año pasado es que será extremadamente difícil alcanzar un trato real. Cuanto más dura la disputa, más intratable parece ser. Al principio, Trump se centró en el enorme superávit comercial de China con Estados Unidos. Pero pronto quedó claro que su enfoque combativo había descifrado una serie de quejas estadounidenses de larga data. Entre los temas que se han figurado en las conversaciones están: las restricciones al acceso de las empresas extranjeras al mercado chino, la mala calidad de la propiedad intelectual de China y la variedad de subsidios que sustentan su modelo económico.

El conflicto comercial también ha dejado al descubierto una rivalidad sobre la tecnología que está destinada solo a ser más intensa. Incluso si Estados Unidos y China logran reducir los aranceles, estos son solo una parte de su enfrentamiento cada vez más extenso. Los inversionistas e investigadores chinos en América enfrentan más restricciones y escrutinio. China ha dicho que incluirá en la lista negra a las empresas extranjeras que cortarán los suministros a sus empresas. Ambos países están desarrollando planes dirigidos específicamente a frenar la dependencia tecnológica del otro.

En cierto modo, también, la dinámica política ha empeorado. Trump se dirige a un año electoral y no quiere parecer blando ante China. En la propia China, el campo se ha inclinado a favor de los que abogan por una postura más inflexible. Desde la ruptura de las conversaciones comerciales a principios de mayo, los medios estatales han desatado un bombardeo de comentarios que son muy críticos con Estados Unidos.

Muchos asumen que a medida que aumenta el costo de la guerra comercial, ya sea en forma de un crecimiento más lento o mercados dispersos, prevalecerán las cabezas más frías. Pero hasta Trump le gusta lo que ve. Las acciones estadounidenses simplemente lograron su mejor desempeño en la primera mitad en más de dos décadas (en gran parte gracias a la señal de la Reserva Federal de que recortará las tasas de interés). China ha sentido más dolor por la guerra comercial, pero sus políticas fiscales y monetarias también están cambiando en una dirección favorable al crecimiento. Entonces, por el momento, ambos países pueden sentirse envalentonados en lugar de constreñidos por sus economías.

La única razón para un optimismo cauteloso es que la nueva ronda de conversaciones debe basarse en un mayor realismo. La ruptura a principios de mayo ocurrió cuando los negociadores chinos insistieron en importantes revisiones de un acuerdo que los estadounidenses pensaban que estaba a punto de hacer. No se sabe si hubo un cambio de actitud en el lado chino, la sensación de que habían cedido demasiado, o si fue una táctica de negociación, una reducción de las promesas a último momento.

En cualquier caso, la congelación de las conversaciones en los últimos dos meses no ha sido un desperdicio total. China ha establecido su posición más explícitamente que antes, haciendo tres demandas principales: Estados Unidos debe eliminar todos los aranceles impuestos a China desde el inicio de la guerra comercial; los compromisos para comprar más productos estadounidenses deben ser «realistas»; y el texto del acuerdo final debe ser equilibrado, no solo una lista de concesiones chinas. La parte estadounidense siempre ha sido clara sobre lo que quiere de China: compromisos creíbles tanto para reducir su superávit comercial como para reformar sus políticas económicas, respaldadas por mecanismos de aplicación si no lo hacen.

Los funcionarios chinos y estadounidenses ya deberían tener una buena idea del alcance de un eventual acuerdo. El hecho de que estén listos para reanudar las conversaciones sugiere que piensan que un acuerdo es posible. Pero si el resultado es otra ruptura, nadie debería sorprenderse. Lampadia




Enfrentamiento de EEUU y China en la geopolítica

El gran proyecto chino de infraestructuras globales (Road and Belt), ha generado una airada reacción de EEUU para tratar de evitar su despliegue. Veamos, por ejemplo, como el jefe del Comando Sur de las Fuerzas Armadas de EEUU, el almirante Craig Faller, le pide a Chile que limite sus desarrollos con China:

“Chile rechaza crítica de que cambie soberanía por inversiones chinas
(EFE) El ministro de Defensa de Chile, Alberto Espina, aseguró este miércoles que su país “jamás” cedería su soberanía ante China, a pesar de las advertencias de EEUU, que considera que las recientes inversiones del gigante asiático en Latinoamérica se producen a costa de su independencia.
El funcionario reconoció que China “es un país que tiene una relación comercial muy importante para Chile”, pero asimismo defendió la importancia de EEUU como “socio estratégico”.
“Chile tiene excelentes relaciones con China y excelentes relaciones con EEUU”, dijo Espina, apenas un par de horas después de recibir al comandante del Comando Sur de las Fuerzas Armadas de EEUU, el almirante Craig Faller, quien se encontraba de visita oficial en Santiago.
Faller, que a lo largo de la semana ha visitado Argentina y Chile, ha insistido con vehemencia en la “amenaza” que supone Beijing para la región y ha denunciado en distintos foros que las relaciones comerciales con China suelen producirse en condiciones “desfavorables””.
Gestión, 27 de junio de 2019

Viendo las cosas con perspectiva, apenas iniciado el gobierno de PPK, en su viaje a China, se desbarató el gran proyecto del tren China-Brasil-Perú, con razones falaces e inconsistentes. Un tren que entraba al Perú a la altura de Pucallpa, subía por la carretera Marginal, atravesaba la cordillera por el abra de Porcuya y llegaba al Pacífico por Bayovar. En su momento, Lampadia denunció este grave error, pero el gobierno hizo oídos sordos. Ver:

Perú impide desarrollo ferrocarrilero con China y Brasil

El Perú desecha tren China-Brasil-Perú

Entre tren y tren se va, se va… el tren

Al futuro se va en tren… a pesar de los lobbies

Entonces sospechamos que el rechazo del macro proyecto era por favorecer a EEUU. PPK y su gobierno habrían malogrado el desarrollo ferroviario para satisfacer los deseos de EEUU de debilitar la presencia de China en la región. De ser así, estaríamos ante una decisión que linda con la traicion a la patria.

A la luz de las recientes gestiones de EEUU en la región, la cosa queda muy clara. EEUU saboteará la presencia de China en la región, si se lo permitimos. Los intereses del Perú tienen que estar más allá de los de EEUU. Nosotros necesitamos mantener excelentes relaciones con ambos. Un equilibrio complicado, pero no cabe otra agenda.

Veamos un reciente artículo de The Economist que muestra los afanes de EEUU en su relación con China:

Armas de destrucción masiva
EEUU está desplegando un nuevo arsenal económico para afirmar su poder

Eso es contraproducente y peligroso

The Economist
6 de junio, 2019
Traducido y glosado por Lampadia

Cuando Donald Trump llegó a la Oficina Oval, prometió restaurar el poder de los EEUU. Su método ha resultado ser un arma mayorista de herramientas económicas. El mundo ahora puede ver la asombrosa fuerza que una superpotencia puede proyectar cuando no está restringida por reglas o aliados. El 30 de mayo, el presidente amenazó con paralizar los aranceles en México luego de una disputa sobre la migración. Los mercados se tambalearon y una delegación mexicana se apresuró a Washington para demandar por la paz. Un día después se cancelaron las normas comerciales preferenciales para la India. Su gobierno usualmente machista no se opuso y prometió preservar «lazos fuertes». China se enfrenta a un aumento de los aranceles pronto, y su gigante tecnológico, Huawei, ha sido separado de sus proveedores estadounidenses. Los líderes autocráticos del país están furiosos, pero el 2 de junio insistieron en que todavía buscan «diálogo y consulta». Un embargo más estricto sobre Irán, impuesto sobre las objeciones europeas, está estrangulando su economía.

El presidente Trump debe ver esta escena con satisfacción. Ya nadie da por sentado a EEUU. Los enemigos y amigos saben que está preparado para desatar un arsenal económico para proteger su interés nacional. EEUU está implementando nuevas tácticas, una habilidad al estilo del póker, y nuevas armas que explotan su papel como el centro neurálgico de la economía global para bloquear el libre flujo de bienes, datos, ideas y dinero a través de las fronteras. Esta visión inflada de una superpotencia del siglo XXI puede ser seductora para algunos. Pero podría desencadenar una crisis y está erosionando el activo más valioso de los EEUU: su legitimidad.

Se podría pensar que la influencia de EEUU proviene de sus 11 portaaviones, 6,500 ojivas nucleares o su papel de ancla en el FMI. Pero también es el nodo central en la red que sustenta la globalización. Esta malla de empresas, ideas y estándares refleja y magnifica la destreza estadounidense. Aunque incluye bienes comercializados a través de cadenas de suministro, es principalmente intangible. EEUU controla o hospeda más del 50% del ancho de banda transfronterizo, el capital de riesgo, los sistemas operativos de teléfono, las principales universidades y los activos de gestión de fondos del mundo. Alrededor del 88% de las operaciones con divisas utilizan billetes verdes. En todo el planeta es normal usar una tarjeta Visa, facturar en dólares, dormir junto a un dispositivo con un chip de Qualcomm, ver Netflix y trabajar para una empresa en la que BlackRock invierte.

Los extranjeros aceptan todo esto porque, en general, los mejora. Es posible que no establezcan las reglas del juego, pero obtienen acceso a los mercados estadounidenses y un trato justo junto con las empresas estadounidenses. La globalización y la tecnología han hecho que la red sea más poderosa, aunque la participación de EEUU en el PBI mundial ha disminuido, de 38% en 1969 a 24% en la actualidad. China aún no puede competir, a pesar de que su economía se está acercando al tamaño de EEUU.

A pesar de esto, Trump y sus asesores están convencidos de que el orden mundial está amañado contra EEUU, señalando su cinturón de óxido y su déficit comercial. Y en lugar de imitar las tácticas relativamente moderadas del último conflicto comercial, con Japón en la década de 1980, han redefinido cómo funciona el nacionalismo económico.

Primero, en lugar de utilizar los aranceles como herramienta para obtener concesiones económicas específicas, se están implementando continuamente para crear un clima de inestabilidad con los socios comerciales de EEUU. El objetivo de los nuevos aranceles mexicanos, menos migrantes que cruzan el Río Bravo, no tiene nada que ver con el comercio. Y rompen el espíritu del USMCA, un acuerdo de libre comercio firmado por la Casa Blanca hace solo seis meses, que reemplazará al NAFTA (el Congreso aún tiene que ratificarlo). Junto a estas grandes peleas hay un aluvión constante de actividad insignificante. Los funcionarios se han visto perjudicados por las lavadoras extranjeras y las importaciones canadienses de madera blanda.

En segundo lugar, el alcance de la actividad se ha extendido más allá de los bienes físicos al armar la red de EEUU. Los enemigos directos como Irán y Venezuela enfrentan sanciones más estrictas: el año pasado se agregaron a la lista 1,500 personas, empresas y embarcaciones, una cifra récord. El resto del mundo se enfrenta a un nuevo régimen de tecnología y finanzas. Una orden ejecutiva prohíbe las transacciones en semiconductores y software realizadas por adversarios extranjeros, y una ley aprobada el año pasado conocida como FIRRMA controla la inversión extranjera en Silicon Valley. Si una empresa está en la lista negra, los bancos generalmente se niegan a tratar con ella, cortándola del sistema de pagos en dólares. Eso es paralizante, como descubrieron dos empresas, ZTE y Rusal, brevemente, el año pasado.

Dichas herramientas solían reservarse para tiempos de guerra: las técnicas legales utilizadas para la vigilancia del sistema de pagos se desarrollaron para cazar a Al Qaeda. Ahora una «emergencia nacional» ha sido declarada en tecnología. Los funcionarios tienen discreción para definir qué es una amenaza. Aunque a menudo atacan a empresas específicas, como Huawei, otras se están asustando. Si dirige una empresa global, ¿está seguro de que sus clientes chinos no están a punto de ser incluidos en la lista negra?

El daño a la economía de EEUU hasta ahora ha sido aparentemente pequeño. Los aranceles causan agonía en centros de exportación como el norte de México, pero incluso si Trump impone todos sus aranceles amenazadores, el impuesto a las importaciones valdría solo alrededor del 1% del PBI de EEUU. Sus índices de votación en su país se han mantenido, incluso cuando se han desplomado en el extranjero. Sus funcionarios creen que el experimento de armar la red económica de EEUU apenas ha comenzado.

De hecho, la cuenta va en aumento. EEUU podría haber construido una coalición global para presionar a China para que reforme su economía, pero ahora ha desperdiciado una buena voluntad. Los aliados que buscan nuevos acuerdos comerciales con EEUU, incluido el Reino Unido posterior al Brexit, se preocuparán de que un tuit presidencial pueda dañarlo después de que se haya firmado. La represalia en especie ha comenzado. China ha comenzado su propia lista negra de empresas extranjeras. Y el riesgo de un error torpe que provoca un pánico financiero es alto. Imagínese si EEUU prohibiera el comercio de acciones chinas en Nueva York por US$ 1 trillón o cortara bancos extranjeros.

A largo plazo, la red liderada por EEUU está bajo amenaza. Hay indicios de motín: de los 35 aliados militares europeos y asiáticos, solo tres han aceptado hasta ahora prohibir a Huawei. Los esfuerzos para construir una infraestructura global rival se acelerarán. China está creando sus propios tribunales para resolver disputas comerciales con extranjeros. Europa está experimentando con la construcción de un nuevo sistema de pagos para sortear las sanciones de Irán, que podrían ser utilizadas en otros lugares. China, y eventualmente la India, estará dispuesta a poner fin a su dependencia de los semiconductores de Silicon Valley. Trump tiene razón en que la red de EEUU le otorga un gran poder. Tomará décadas, y costará una fortuna, reemplazarla. Pero si abusas de ella, al final la perderás. Lampadia




El comportamiento de China y EEUU

Ahora que estamos en plena guerra comercial entre EEUU y China, escalada a temas de tecnología y geopolítica, consideramos importante, como venimos haciendo hace algún tiempo, seguir de cerca las interpretaciones del lado asiático, muy distantes de nuestra cotidianidad.

Por ello en Lampadia seguimos a Kishore Mahbubani, un prohombre de Singapur, que probablemente es el mejor intérprete del acontecer del Asia, con un lenguaje occidental. Ver: La divergencia del ‘nuevo orden global’ y “No nos equivoquemos con China”.

En esta ocasión reportamos un debate sobre el comportamiento de ambas potencia desarrollado en los Munk Debates.

Los Munk Debates son una serie de debates semestrales sobre los principales problemas de políticas públicas que se celebran en Toronto, Canadá. Están dirigidos por la Fundación Aurea, una fundación caritativa creada por Peter Munk, fundador de Barrick Gold, y su esposa Melanie Munk. La serie de debates fue fundada en 2008 por Munk y Rudyard Griffiths, quienes moderan la mayoría de los debates.

Los debates de Munk se celebran en Toronto, en lugares cada vez más grandes, ya que han demostrado ser populares. Se toma una encuesta de la audiencia antes y después de cada debate. El ganador del debate está determinado por la cantidad de personas persuadidas para pasar de un lado de opinión a otro. Los debates se han emitido en CBC Radio’s Ideas y en CPAC. Los más recientes también han aparecido en emisoras internacionales como BBC y C-SPAN.

Veamos el artículo de Mothership al respecto:

Kishore Mahbubani en el debate que ganó
China no amenaza el orden liberal internacional

Logró con éxito su caso contra la oposición, liderada por expertos estadounidenses en China y la seguridad nacional.

Kayla Wong
Mothership
30 de mayo, 2019
Traducido y glosado por Lampadia

China no está amenazando el orden liberal internacional, dijo el ex diplomático de Singapur Kishore Mahbubani en su declaración de apertura en los debates de Munk celebrados en Toronto, Canadá, el 9 de mayo.

De hecho, lo que China está amenazando es el equilibrio global de poder que actualmente está liderado por EEUU, argumentó el ex decano de la escuela Lee Kuan Yew.

Mahbubani ahora se desempeña como académico visitante senior en el Ash Center de la Harvard Kennedy School.

En el debate, una iniciativa semestral que comenzó en 2008, Mahbubani y otros expertos en seguridad debatieron sobre la siguiente moción: «¿Es China una amenaza para el orden internacional liberal?»

Argumentando la resolución está H. R. McMaster, un ex Asesor de Seguridad Nacional, así como Michael Pillsbury, uno de los principales asesores sobre China ante el Presidente de los EEUU, Donald Trump.

Pillsbury (izquierda) y McMaster (derecha) escuchando mientras Mahbubani hace su intervención. (Captura de pantalla a través de debates Munk)

Junto con Wang Huiyao, miembro principal de la Harvard Kennedy School y fundador del think tank Center for China and Globalization (CCG) con sede en Beijing, Mahbubani se opuso a la resolución.

Los participantes de los debates de Munk en el pasado incluyen al presidente canadiense Justin Trudeau, al ex secretario de Estado de los EEUU Henry Kissinger y al ex primer ministro británico Tony Blair.

Aquí están algunos de los puntos que Mahbubani hizo en su argumento.

La mayoría de los países asiáticos están aceptando el ascenso de China

Mahbubani señaló primero que fue en los últimos 200 años de la historia mundial que Europa y América del Norte «despegaron», superando a China e India, que fueron las dos economías más grandes del mundo desde «el año 1 hasta el 1800».

Por lo tanto, los últimos 200 años de la historia han sido una gran aberración histórica, dijo.

Continuó diciendo que todas las aberraciones llegan a un final natural, por lo que «es perfectamente natural ver el regreso de China y la India».

Luego hizo el argumento de que China debería ser juzgada por Asia, y no por Occidente, ya que la mayoría del mundo está formado por personas que viven fuera de Occidente:

«De la población mundial de 7,500 millones de personas, solo el 12% vive en Occidente, mientras que el 88% vive fuera de Occidente.

Entonces, si quieren juzgar el comportamiento internacional de China, pregúntese cómo está reaccionando el 88% del mundo al crecimiento de China.

Sorprendentemente, son bienvenidos, están cooperando con eso”

Añadió que el resto del mundo, aparte de EEUU, está ansioso por unirse a la Iniciativa Belt and Road (BRI).

Mahbubani también destacó durante el debate la importancia de centrarse en el «sentimiento internacional» hacia China, lo que implica que las respuestas no occidentales a China también deben tomarse en consideración.

Imagen via Debates Munk

No es un apologista de China

A mitad del debate, McMaster le hizo una pregunta a Mahbubani, preguntándole cómo se siente el gobierno de Singapur acerca de ser un «apologista» de las políticas del Partido Comunista Chino (CCP) en la región.

Explicó que cuando habló con los funcionarios de Singapur, sonaban «muy diferentes» de Mahbubani.

En respuesta, Mahbubani reiteró su postura como un académico que discute sobre la base de hechos y que no estaba hablando en nombre del gobierno de Singapur.

Luego pasó a dar dos hechos para apoyar la posición que ha asumido en el debate:

1. China no ha ido a la guerra en 40 años

China es la única potencia importante en el mundo que no ha ido a la guerra en 40 años, y no ha disparado una sola bala en 30 años, dijo Mahbubani.

En contraste, en el último año de la presidencia del ex presidente de los EEUU, Barack Obama, los EEUU lanzaron 26,000 bombas en siete países, dijo.

2. El mismo EEUU no ha respetado el derecho internacional

Para su segundo «hecho», Mahbubani planteó el ejemplo de un problema bilateral entre Canadá y los EEUU.

Contó una historia que escuchó de un diplomático canadiense de alto nivel mientras se desempeñaba como comisionado no residente en Canadá:

«Él (el diplomático canadiense) dijo que durante muchos años en el norte de Canadá, existe una disputa entre los EEUU y Canadá sobre si un cuerpo de agua era o no un canal interno de Canadá o si era un estrecho internacional bajo la Convención sobre el Derecho del Mar de las Naciones Unidas (UNCLOS).

Los canadienses estaban ocupados escribiendo artículos para probar su caso, y luego los EEUU respondieron enviando a un destructor a través de los estrechos «.

La vía acuática a la que se refería Mahbubani es probablemente el Paso del Noroeste.

En 1985, el rompehielos de la Guardia Costera de los EEUU, el Mar Polar, navegó por el Paso del Noroeste, lo que provocó un incidente diplomático.

El secretario de Estado de los EEUU, Mike Pompeo, reiteró recientemente la posición de los EEUU sobre el corredor en mayo, cuando rechazó las afirmaciones de Canadá de que era «ilegítimo».

Se espera que el tema bilateral persista a medida que el paso hacia el hielo se vuelva más utilizable con el avance del cambio climático.

Mahbubani luego continuó diciendo, a la risa de la audiencia:

«Por cierto, según el derecho internacional, puedes disparar contra un destructor en tus aguas internas, pero sabiamente decidiste no hacerlo.

            Eres muy sabio ¡Podrías haber llevado a EEUU a la corte mundial!

Terminó su punto diciendo que mientras muchos países llevaban a EEUU a la corte mundial, EEUU simplemente ignoraba los fallos.

La decisión más reciente que EEUU dejó de lado, dijo, era una isla ocupada tanto por los EEUU como por el Reino Unido en el Océano Índico.

Mientras que la Corte Internacional de Justicia (CIJ) dictaminó en febrero que las islas Chagos pertenecen a Mauricio, el Reino Unido todavía tiene que entregar el control.

Una de las bases militares en el extranjero más importantes de los EEUU se estableció allí.

«Así que creo que si EEUU da el ejemplo, en serio, de obedecer el derecho internacional, creo que esa es la mejor manera de persuadir a China de que respete el derecho internacional«, dijo Mahbubani.

China está progresando, mientras que EEUU está retrocediendo

En respuesta al argumento de sus oponentes de que las políticas internas antiliberales de China, que están a muchos años por detrás del estándar de derechos humanos al que Occidente está acostumbrado, a su vez informa su política exterior y comportamiento internacional, Mahbubani ofreció un ángulo diferente para mirar el tema.

Si bien estuvo de acuerdo con McMaster y Pilsbury en que EEUU disfruta de un estándar de derecho humano más alto que el de China, planteó la siguiente pregunta: «¿Qué sociedad está progresando y qué sociedad está retrocediendo?»

Luego proporcionó tres «hechos» para fundamentar su punto de que la sociedad estadounidense está retrocediendo:

  1. Es la única gran sociedad desarrollada donde el ingreso promedio del 50% inferior ha disminuido en los últimos 30 años.
  2. Dos tercios de los hogares estadounidenses no tienen US$ 500 en efectivo para fines de emergencia, mientras que China ya podría haberlo logrado.
  3. Es el primer país desarrollado importante en «reintroducir la tortura» (en referencia al escándalo de la Bahía de Guantánamo)

McMaster luego argumentó en contra de los puntos de Mahbubani, diciendo que cuando EEUU descubren fallas en el comportamiento de su gobierno, la sociedad estadounidense continúa debatiendo sobre ellos, lo que provoca que se vean expuestos.

Y es esta característica autocrítica la que mejora la sociedad, dijo.

McMaster continuó preguntando: «Imagínese, ¿podríamos tener este debate en Beijing?»

También dijo, para despertar el aplauso de la audiencia: «¿Cuántas personas están tratando de convertirse en ciudadanos chinos?»

«Hay una razón para esa gran disparidad entre aquellos que quieren llegar a sociedades libres y abiertas, y aquellos que prefieren no vivir en estados autoritarios, cerrados y vigilados por la policía».

Cambió las mentes de la audiencia

Wang y Mahbubani lograron ganar el debate por un estrecho margen del 2 por ciento.

Esto significa que de los 1,322 encuestados, el 2% de ellos, o unas 25 personas, fueron vencidos por su argumento y cambiaron de opinión al final del debate.

Captura de pantalla a través de debates Munk

Lampadia




El empleo ya no es suficiente

Como presentamos en Lampadia: Auge de empleos en países ricos, el desempleo – principal problema económico que aquejaba a los países en el  período de la pos-guerra – se ha extinguido en buena parte de los países desarrollados gracias a los beneficios provistos por la globalización, el libre comercio y el mismo sistema capitalista, durante finales del siglo XX y todo el siglo XXI (ver Lampadia: Recuperando lo mejor del capitalismo).

En este espectro de países, EEUU constituye uno de los casos más emblemáticos dado que en los últimos meses no solo se han observado mínimos históricos en sus tasas de desempleo (ver Lampadia: Economista predice el crecimiento de EEUU) , sino que también se han reflejado notables mejoras en la calidad de sus empleos – en su mayoría, formales – y también en el crecimiento de los ingresos de los menos remunerados (ver Lampadia: EEUU: Crecen salarios de los menos remunerados).

Esta discusión del tema laboral como un problema multidimensional que va más allá de la misma empleabilidad y que integra cuestiones que tienen que ver con la calidad de los empleos, la seguridad social y la movilidad de los ingresos se encuentra muy presente entre los hacedores de política en las economías modernas. En un reciente artículo escrito por Michael Spence, Premio Nobel de Economía 2001, que compartimos líneas abajo, se ahonda en la problemática actual que lidian estos países.

Lo que refleja este nuevo enfoque de ver el empleo, claramente expone como la misma mejora de la calidad de vida ha volcado a los economistas a volverse más sofisticados en su tratamiento de los problemas sociales, buscando siempre constantes progresos en el bienestar.

Y curiosamente este es un enfoque que hace mucha falta en nuestro país, dada la precariedad del empleo existente en nuestros trabajadores – el 73% de la PEA es informal, según el INEI, y el 49% de la PEA con educación superior son subempleados, según el Centro de Investigación de la Universidad del Pacífico.

El desempleo coyuntural – producto de la desaceleración del crecimiento – por el que puede estar pasando actualmente la economía peruana no debe desenfocarnos de los problemas estructurales que experimenta su mercado laboral por más de una década, como son la informalidad y la baja productividad. Solo a través de una verdadera reforma laboral, que flexibilice los marcos de contratación y despido (ver Lampadia: La reforma laboral que los peruanos necesitan) se podrá generar un quiebre en pos de la mejora de los trabajadores peruanos. Lampadia

Más allá del desempleo

Project Syndicate
28 de mayo, 2019 
Michael Spence
Glosado por Lampadia

Durante buena parte del período posterior a la Segunda Guerra Mundial, la política económica se concentró en el desempleo. Las masivas pérdidas de empleo de la Gran Depresión (que sólo se revirtieron cuando esa guerra, y la deuda inmensa que se acumuló para financiarla, reactivaron el crecimiento económico) tuvieron un impacto duradero en al menos dos generaciones. Pero el empleo es sólo un aspecto del bienestar, y en el mundo actual, no es suficiente.

Las pautas de crecimiento que se dieron entre la Segunda Guerra Mundial y más o menos 1980 fueron mayoritariamente benignas. Aunque hubo recesiones, el desempleo se mantuvo reducido. La participación de los trabajadores en el ingreso fue subiendo gradualmente, y los grupos de ingresos medios, en particular, alcanzaron una mayor prosperidad y movilidad ascendente. En EEUU y en otros países, el mandato del banco central era sencillo: mantener el pleno empleo y tener a raya la inflación.

Este énfasis en el desempleo subsiste, y se refleja, por ejemplo, en la discusión en torno de la inteligencia artificial y la automatización, que está cada vez más centrada en el temor al desempleo tecnológico. A la economía estadounidense, en tanto, se la considera relativamente sana, porque el desempleo está en mínimos históricos, hay crecimiento moderado y la inflación está contenida.

Pero las pautas de crecimiento benignas de hace unas décadas ya no existen. Es verdad que hay economías cuyos problemas principales tienen que ver con el crecimiento y el empleo. En Italia, por ejemplo, el crecimiento del PBI durante las últimas dos décadas ha sido insignificante, y el desempleo se mantiene alto, por encima del 10% (llegando casi al 30% para los jóvenes). Asimismo, en economías en las primeras etapas de desarrollo, el objetivo dominante de la formulación de políticas es incrementar la cantidad de empleos, para ofrecer oportunidades a los jóvenes que entran al mercado laboral y a los pobres y subempleados en los sectores tradicionales.

Pero el empleo es sólo el primer paso. En las economías modernas, los problemas de empleo son multidimensionales, y las personas empleadas tienen grandes inquietudes en una variedad de áreas que incluyen la seguridad, la salud, el equilibrio trabajo‑vida personal, el ingreso y la distribución, la capacitación, la movilidad y las oportunidades. De modo que las autoridades deben mirar más allá de las mediciones simples de desempleo y considerar las muchas dimensiones del empleo con incidencia sobre el bienestar.

Tomemos por ejemplo la seguridad laboral. En períodos de cambio estructural acelerado, hay creación, destrucción y transformación de empleos, y cambian las habilidades que se les piden a los trabajadores. Esto genera inseguridad, incluso habiendo programas y políticas de apoyo, y la situación se pone mucho peor cuando el Estado hace mutis por el foro.

Incluso aquellos trabajadores que no han perdido el empleo pueden ver su bienestar disminuido por el temor a perderlo. Al fin y al cabo, en un tiempo de niveles extremos de desigualdad de riqueza, relativamente pocos tienen capacidad para protegerse por sí mismos contra variaciones bruscas de la situación de empleo y de los ingresos o para invertir grandes sumas en recapacitación. Según una encuesta reciente de la Reserva Federal de los EEUU, cuatro de cada diez adultos estadounidenses serían incapaces de cubrir con efectivo un gasto inesperado de 400 dólares.

En este contexto, se vuelven todavía más importantes el diseño y la cobertura de los sistemas de seguridad social y de los servicios sociales. Pero en vez de reforzar las redes de seguridad social, algunos gobiernos y empresas están tratando de ahorrar dinero mediante la subcontratación de funciones relacionadas con beneficios como la atención de la salud, las pensiones y el seguro de desempleo.

Otra dimensión del problema del empleo es el ingreso. En casi todas las economías desarrolladas, o tal vez todas, hay un incremento comprobado de la polarización laboral y de ingresos, que obedece en parte a la creciente divergencia entre la productividad (en aumento) y la remuneración (estancada) de muchos empleos de bajos y medianos ingresos.

La extranjerización o automatización de muchos empleos poco cualificados amplió la oferta de mano de obra para trabajos no automatizables en los sectores económicos no transables. El hecho de que el producto marginal del trabajo poco cualificado es menor, combinado con el deterioro de mecanismos de negociación colectiva eficaces, contribuyó a la desigualdad de ingresos. Si bien en algunos países medidas como la política tributaria redistributiva han contrarrestado en parte estas tendencias, no la han revertido.

Una tercera dimensión del problema del empleo es la equidad. Casi todos comprenden que, por diferencias de capacidades y preferencias, las economías de mercado no producen resultados enteramente igualitarios. Pero una aceptación amplia de la desigualdad sólo es posible en la medida en que esta sea moderada y esté fundada en el mérito. Una desigualdad extrema basada en un acceso privilegiado y no meritocrático a oportunidades y remuneraciones (algo que puede verse hoy en muchos países) es socialmente corrosiva.

Esto está muy relacionado con una cuarta cuestión: las perspectivas de movilidad ascendente. Es posible que hasta cierto punto se le esté dando una importancia exagerada a la desigualdad de oportunidades, al menos en EEUU. Se da por sentado que en cuanto una persona consigue conectarse con una red en particular (por ejemplo, asistiendo a una de las grandes universidades de la “Ivy League”), su acceso a oportunidades de empleo mejora considerablemente, y con él, sus perspectivas de progreso socioeconómico.

No hay duda de que algo de verdad hay en esto. Existen en los mercados, estructuras de red reales, con importancia en casi todas las esferas (aunque no aparezcan en la mayoría de los modelos). Algunas de estas estructuras (por ejemplo, mecanismos para la transmisión de información confiable) son benignas. Otras (como las que se racionan según la clase social o, en la actualidad, según la riqueza) son más problemáticas.

Por ejemplo, el reciente escándalo de las admisiones que involucró a ocho prestigiosas universidades estadounidenses demostró de qué manera padres ricos pudieron comprarles a sus hijos un lugar en la élite educativa. Pero, aunque un título de una universidad importante puede abrir puertas (sea porque transmite señales de capacidad extraordinaria o porque confiere pertenencia a influyentes redes de egresados), dista de ser el único modo de obtener acceso a oportunidades valiosas.

En EEUU, en particular, hay una gran cantidad de establecimientos de educación superior de calidad, públicos y privados, con graduados distinguidos, en áreas tan diversas como la administración de empresas, las humanidades y la educación. De modo que el camino a las oportunidades no es tan estrecho como muchos creen.

Esto no quiere decir que no haya un problema de deterioro de la movilidad ascendente, tanto en relación con el pasado cuanto en comparación con otros países occidentales. Por el contrario, las causas de esta tendencia han sido objeto de una valiosa investigación que debería inspirar la formulación de políticas.

Y esa es precisamente la cuestión: no hay soluciones simples. Ya no es posible medir la salud de una economía, y mucho menos el bienestar de sus trabajadores, con una sola cifra (la proporción de personas con empleo). Por eso se necesita un abordaje más elaborado que tenga en cuenta las muchas dimensiones del empleo con incidencia sobre el bienestar de las personas. Lampadia

Traducción: Esteban Flamini

Michael Spence, premio Nobel de economía, es profesor de economía en la Stern School of Business de la Universidad de Nueva York y miembro principal de la Hoover Institution. Fue el presidente de la Comisión independiente sobre Crecimiento y Desarrollo, un organismo internacional que, desde 2006-2010, analizó las oportunidades para el crecimiento económico mundial, y es el autor de The Next Convergence – The Future of Economic Growth in a Multispeed World.