¿Por qué no podemos mantener un esfuerzo continuo?

 

Jaime de Althaus
Para Lampadia

Es increíble cómo van cayendo uno a uno todos los principios básicos del crecimiento económico y del desarrollo institucional. Vale preguntarse por qué el Perú no puede mantener una disciplina conceptual y un esfuerzo acumulativo continuo más allá de cierto tiempo. Corrigiendo los errores, pero manteniendo y hasta mejorando el rumbo.

Una hipótesis es que la pandemia produjo tal impacto que relajó todos los preceptos. El populismo y el clientelismo estuvieron siempre agazapados, pero saltaron sobre su presa con el pretexto de la situación creada por el COVID 19.

El caso más reciente en el que el país apenas pudo mantener un esfuerzo constructivo –débil por lo demás- de 7 años, ha sido el de la implantación de la meritocracia en el Estado vía el tránsito al régimen de la ley de Servicio Civil. Un proceso complejo que requería de voluntad política y que quizá debió simplificarse. Ahora pasó a la historia con la ley insistida por el Congreso que elimina el régimen CAS y convierte a todos los CAS en empleados permanentes sin meritocracia y con estabilidad absoluta. Adiós el proyecto nacional de construir un Estado meritocrático.

En el caso de los pilares del crecimiento económico pudimos mantener milagrosamente una continuidad de 30 años. Pero ese ciclo estaría llegando a su fin. El Congreso le ha infligido golpes que podrían ser terminales. La estabilidad macroeconómica, pilar fundamental, ha sido socavada con leyes que incrementan el gasto fiscal permanente en casi 6 puntos del PBI al mismo tiempo que reducen la recaudación fiscal con leyes que dañan motores económicos, reduciendo el crecimiento potencial.  

Principios básicos como la libertad de precios y la libertad económica han sido afectados.

Se ha abierto el camino al intervencionismo estatal en la economía. Y ya sabemos a dónde conduce eso. Pablo Bustamante ha recordado que, a diferencia de Chile, Colombia y otros países de la región, el Perú tuvo una caída profunda en la pobreza económica en los 70 y 80 debido al estatismo proteccionista. (Ver en Lampadia: Desarrollo interruptus). Si hubiésemos seguido la línea continua de crecimiento abierto y de mercado que con breves interrupciones teníamos desde comienzos del siglo pasado, hoy estaríamos por encima de Chile. Pero caímos en el profundo pozo del intervencionismo estatal que, paradójicamente, redujo el Estado a su mínima expresión a fines de los 80.

Parece que vamos a volver a caer, como si no hubiésemos aprendido nada. Lo que hemos tenido en los últimos 30 años ha sido justamente un proceso de reconstrucción del Estado y sobre todo de crecimiento económico sano y competitivo, limitado en la última década por regulaciones crecientes que fueron restaurando una suerte de intervencionismo estatal de baja intensidad. Es que, confiando en que el modelo es potente, se les cuelgan cada vez más obligaciones, requisitos y cargas a las empresas, hasta que ya casi no pueden caminar. Por eso lo que el modelo no pudo resolver fue la alta informalidad. Para resolverla, había que restablecer los grados de libertad económica conculcados y empoderar tecnológicamente a los pequeños.

Lo que se viene podría ser peor. Si Yonhy Lescano es elegido presidente, lo que tendríamos, según sus promesas y su plan de gobierno, sería el puntillazo final a los principios básicos del crecimiento y a sus motores principales. Comenzando por la minería, que será nacionalizada a la boliviana, y sus contratos renegociados. No vendrá más inversión minera, así como en Bolivia nunca llegó más inversión gasífera, lo que la dejará sin reservas en 10 años.

Se consolidará la intervención en el sistema de precios con la obligación al Banco Central de poner topes a las tasas de interés, lo que alejará el crédito formal de los pequeños, expulsándolos al agiotismo y cortando el avance a la inclusión financiera y a la formalización económica.

Más grave aún: se afectará la autonomía del Banco Central, sustento de la estabilidad macroeconómica del país.

El principio de subsidiariedad de la actividad empresarial del Estado –base también del crecimiento- será dejado de lado. Se crearán empresas públicas en sectores “estratégicos” como la aeronáutica y seguramente el gas, y convertirá al Banco de la Nación en un banco comercial público, tal como ha anunciado. 

Además, se empezará a introducir formas de protección rentista a sectores productivos (industriales, agricultores), como también ha prometido.

En suma, un retroceso a una forma menos radical del estatismo de los 70 y 80.

En lugar de eliminar sobre regulaciones y restablecer libertad económica y más competencia para devolverle velocidad al crecimiento, y de reformar el Estado para tener servicios públicos eficientes, se ofrece lo contrario. La ruta al abismo nuevamente. Lampadia




El cinismo del populismo

Los sucesos políticos que han acontecido en el primer mundo en los últimos años nos deben llevar a la reflexión de que las crisis de las democracias ya no son un problema exclusivo de América Latina (ver Lampadia: Las democracias están en peligro en América Latina).

El populismo, y el cinismo que entraña, es también un fenómeno que se encuentra muy presente en la clase política dominante de países con un mayor desarrollo institucional como EEUU o Gran Bretaña (ver Lampadia: El nuevo conservadurismo). Y como relevó recientemente The Economist en alusión a Viktor Orban – primer ministro de Hungría – un líder populista conservador como Donald Trump o Boris Johnson, [El cinismo del populismo] en lugar de apelar a la mejor naturaleza de sus compatriotas, siembra división, aviva el resentimiento y explota sus prejuicios, especialmente sobre la inmigración”.

Ello no debe sorprendernos. Los presidentes o altos cargos políticos siempre han llegado al poder, en base al desprecio de los avances de anteriores administraciones, que en la mayoría de las veces han salpicado en escándalos de corrupción.

Por el contrario, el foco de nuestra preocupación debe estar más centrado en que la democracia, como sistema político, está perdiendo fuerza notoriamente a nivel mundial. A pesar de que aún persiste cierta competencia de partidos políticos previo a las elecciones tanto parlamentarias como presidenciales en Occidente, como es el caso de la UE (ver Lampadia: ¿Fragmentación política en Europa?), la preferencia de los votantes hacia alas partidistas radicales – que sientan precedentes de dictaduras y autocracias terribles – se ha incrementado considerablemente.

Así, una vez que llegan al poder los líderes de tales partidos, se puede visualizar fácilmente cómo transgreden las instituciones vigentes, deteriorando los sistemas democráticos. Ejemplos de ello es Boris Johnson con la suspensión reciente del Parlamento en Gran Bretaña para despejar un Brexit sin acuerdo o el cierre de gobierno más largo en toda la historia de EEUU que acometió en su momento Trump a inicios de año por una controversia en torno a la asignación de presupuesto para levantar un muro en la frontera con México.

Como concluye The Economist a partir de un análisis extenso de esta problemática a nivel global en un artículo que compartimos líneas abajo: “La respuesta al cinismo [del populismo] comienza con políticos que abandonan la indignación por la esperanza”. Pero adicionalmente a ello, como escribimos en Lampadia: Democracia y capitalismo,  consideramos que es fundamental que las clases medias no caigan en los engaños de los políticos populistas, quienes atrapados en la miopía del cortoplacismo, no ven los sendos progresos que han generado la globalización y el libre comercio, fenómenos tan desdeñados en sus discursos. Tenemos esperanza que la evidencia del progreso mundial producto de tales procesos finalmente podrá abrir los ojos tanto de los actores políticos como de la sociedad civil en su conjunto, de manera que no se pierda fe en los sistemas democráticos ni en los mercados libres. Lampadia

Populismo
La corrupción de la democracia

El cinismo está corroyendo las democracias occidentales

The Economist
29 de agosto, 2019
Traducido y glosado por Lampadia

Generalmente se cree que las democracias mueren a punta de pistola, en golpes de estado y revoluciones. En estos días, sin embargo, es más probable que sean estranguladas lentamente en nombre del pueblo.

Tomemos a Hungría, donde Fidesz, el partido gobernante, ha utilizado su mayoría parlamentaria para capturar a los reguladores, dominar los negocios, controlar los tribunales, comprar los medios y manipular las reglas para las elecciones. El primer ministro, Viktor Orban, no tiene que violar la ley, porque puede hacer que el parlamento la cambie. No necesita policía secreta para llevarse a sus enemigos en la noche. Pueden ser reducidos a medida sin violencia, por la prensa domesticada o el recaudador de impuestos. En forma, Hungría es una democracia próspera; en espíritu, es un estado de partido único.

Las fuerzas que trabajan en Hungría también están carcomiendo a otras políticas del siglo XXI. Esto está sucediendo no solo en las democracias jóvenes como Polonia, donde el partido Ley y Justicia se ha propuesto imitar a Fidesz, sino incluso en las más antiguas como Gran Bretaña y EEUU. Estos antiguos gobiernos no están a punto de convertirse en estados de un solo partido, pero ya están mostrando signos de descomposición. Una vez que la podredumbre se establece, es formidablemente difícil de detener.

En el corazón de la degradación de la democracia húngara está el cinismo. Después de que el jefe de un gobierno socialista popularmente visto como corrupto admitió que había mentido al electorado en 2006, los votantes aprendieron a asumir lo peor de sus políticos. Orban ha explotado con entusiasmo esta tendencia. En lugar de apelar a la mejor naturaleza de sus compatriotas, siembra división, aviva el resentimiento y explota sus prejuicios, especialmente sobre la inmigración. Este teatro político está diseñado para ser una distracción de su verdadero propósito, la manipulación ingeniosa de reglas e instituciones oscuras para garantizar su control del poder.

Durante la última década, aunque en menor grado, la misma historia se ha desarrollado en otros lugares. La crisis financiera persuadió a los votantes de que estaban gobernados por élites distantes, incompetentes y egoístas. Wall Street y la ciudad de Londres fueron rescatadas mientras la gente común perdió sus trabajos, sus casas y sus hijos e hijas en el campo de batalla en Irak y Afganistán. Gran Bretaña estalló en un escándalo sobre los gastos de los miembros parlamentarios. EEUU se atragantó con el cabildeo que canaliza el efectivo corporativo a la política.

En una encuesta realizada el año pasado, más de la mitad de los votantes de ocho países de Europa y América del Norte le dijeron al Pew Research Centre que no estaban satisfechos con el funcionamiento de la democracia. Casi el 70% de los estadounidenses y franceses dicen que sus políticos son corruptos.

Los populistas han aprovechado este estanque de resentimiento. Se burlan de las élites, incluso si ellos mismos son ricos y poderosos; prosperan y alimentan, enojo y división. En EEUU, el presidente Donald Trump dijo a cuatro congresistas progresistas que «regresen … a los lugares rotos e infestados de delitos de donde vinieron». En Israel, Binyamin Netanyahu, un experto consumado, retrata las investigaciones oficiales sobre su presunta corrupción como parte de una conspiración del establecimiento contra su cargo de primer ministro. En Gran Bretaña, Boris Johnson, que carece de apoyo entre los parlamentarios para un Brexit sin acuerdo, ha indignado a sus oponentes al manipular el procedimiento para suspender el Parlamento durante cinco semanas cruciales.

¿Cuál podría ser el daño de un poco de cinismo? La política siempre ha sido un negocio desagradable. Los ciudadanos de las vibrantes democracias siempre han tenido una sana falta de respeto por sus gobernantes.

Sin embargo, demasiado cinismo socava la legitimidad. Trump respalda el desprecio de sus votantes por Washington al tratar a los opositores como tontos o, si se atreven a defender su honor o principio, como hipócritas mentirosos, una actitud cada vez más reflejada en la izquierda. Los Brexiteers y Remainers de Gran Bretaña se denigran mutuamente como inmorales, llevando la política a los extremos porque comprometerse con el enemigo es una traición. Matteo Salvini, líder de la Liga Norte de Italia, responde a las quejas sobre inmigración cortando espacio en refugios, sabiendo que los inmigrantes que viven en las calles agravarán el descontento. Orban tiene menos de la mitad del voto pero tiene todo el poder, y se comporta de esa manera. Al asegurarse de que sus oponentes no tengan interés en la democracia, los alienta a expresar su enojo por medios no democráticos.

Los políticos cínicos denigran las instituciones y luego las banalizan. En EEUU, el sistema permite que una minoría de votantes tenga poder. En el Senado eso es por diseño, pero en la Cámara es promovido por el gerrymandering (la manipulación de circunscripciones electorales) de rutina y la supresión de votantes. Cuanto más politizados se vuelven los tribunales, más se disputa el nombramiento de jueces. En Gran Bretaña, la artimaña parlamentaria de Johnson está haciendo daño permanente a la constitución. Se está preparando para enmarcar las próximas elecciones como una lucha entre el Parlamento y el pueblo.

La política solía comportarse como un péndulo. Cuando la derecha cometió errores, la izquierda ganó su turno, antes de que el poder volviera a girar hacia la derecha nuevamente. Ahora se parece más a una montaña rusa. El cinismo arrastra la democracia hacia abajo. Las partes se fracturan y se dirigen a los extremos. Los populistas persuaden a los votantes de que el sistema les está sirviendo mal y lo socavan aún más. Lo malo se vuelve peor.

Afortunadamente, hay mucha ruina en una democracia. Ni Londres ni Washington están a punto de convertirse en Budapest. El poder es más difuso y las instituciones tienen una historia más larga, lo que las hará más difíciles de capturar que las nuevas en un país de 10 millones de personas. Además, las democracias pueden renovarse a sí mismas. La política estadounidense se estaba desmoronando en la era de Weathermen y Watergate, pero recuperó la salud en la década de 1980.

Raspando el barril de Diógenes

La respuesta al cinismo comienza con políticos que abandonan la indignación por la esperanza. El hombre fuerte de Turquía, Recep Tayyip Erdogan, sufrió una derrota histórica en la carrera por la alcaldía en Estambul a una campaña incansablemente optimista de Ekrem Imamoglu. Los anti-populistas de todos los lados deberían unirse detrás de los encargados de hacer cumplir las reglas como Zuzana Caputova, el nuevo presidente de Eslovaquia. En Rumanía, Moldavia y la República Checa, los votantes se han alzado contra los líderes que han emprendido el camino de Orban.

La valentía de los jóvenes que han estado protestando en las calles de Hong Kong y Moscú es una poderosa demostración de lo que muchos en Occidente parecen haber olvidado. La democracia es preciosa, y aquellos que tienen la suerte de haber heredado una deben esforzarse por protegerla. Lampadia




¿Quiénes son los Hortelanos y los Republicanos en el Perú?

Deja mucho que desear que autos proclamados intelectuales y politólogos planteen falsas dicotomías para generar argumentos efectistas y populistas.

Camilo Ferreira
Centro Wiñaq
Para Lampadia

“Desde que la democracia volvió al Perú en el 2000, solo hemos tenido dos proyectos políticos. Por proyecto político aludo a un horizonte programático claro para el país, abiertamente defendido desde el poder. Uno es el republicanismo que promovió Valentín Paniagua en su breve gobierno de transición; el otro, el hortelanismo modernizador que encontró en Alan García su articulador más fino. No hay más. […] Es decir, el hortelanismo, con el apoyo entusiasta de nuestros líderes políticos, tecnocráticos, empresariales y opinantes, ofreció riqueza sin ley. Y eso logramos. Estamos cosechando lo que sembramos.”
Alberto Vergara en “¿Hortelanos o republicanos?”.

La propagación de audios que visibilizan el profundo grado de corrupción y tráfico de influencias imperante en el poder judicial ha generado un clima político con sentido de urgencia en la sociedad respecto a la necesidad de reformar los poderes del Estado. Junto con ello, se ha producido un mayor interés entre líderes de opinión intelectuales y comunicadores respecto al porqué del precario desarrollo institucional del país.

En un sector de la intelectualidad y líderes de opinión se pretende vender la idea según la cual, en el Perú, las elites se han preocupado por mantener el libre mercado y la confianza de los inversionistas a consta del desarrollo institucional.

  • Se afirma que las políticas públicas del Perú en buena medida han sido determinadas por una elite económica únicamente preocupada por la defensa del modelo de libre mercado y que ha desatendido profundamente el desarrollo institucional.
  • Esta elite tendría como representación de su ideología el artículo “El Perro del Hortelano” de Alan García[1].
  • Según esa corriente intelectual, sectores conservadores se opondrían a reformas institucionales claves para la sociedad por temor a que las perturbaciones que se derivaran de estas pudieran afectar la calidad del ambiente de negocios.
  • Frente a estos sectores conservadores “hortelanistas” se encontraría un sector “Republicano” que si bien busca mantener los pilares básicos del modelo de mercado sí se encontraría dispuesto a llevar a cabo reformas institucionalistas y que es impulsado en mayor medida por valores que por sus intereses económicos.
  • La tragedia del Perú actual consistiría en lo infructuoso de los triunfos electorales del sector “Republicano”.
  • Estos triunfos se manifestarían en las dos derrotas en segunda vuelta de Keiko Fujimori en las que los sectores ciudadanos preocupados por la honestidad y vigencia de la democracia fueron decisivos.
  • Un artículo representativo de esta visión es el artículo de Alberto Vergara “¿Hortelanos o republicanos?”[2].

Esta es, a primera vista, una narrativa atractiva, en especial si uno es un líder opinión o intelectual, de izquierda o centro izquierda. Encaja con las actitudes anti empresariales de dichos sectores en los que una supuesta clase dominante necesita de instituciones injustas para poder sostener su aprovechamiento sobre el resto de la sociedad. No obstante, pese a su atractivo emocional la evidencia no sostiene varias de las creencias en que se basa este relato.

En este texto, cuestionamos dos puntos de esta narrativa.

  • Por un lado, la existencia de una disyuntiva entre profundización del modelo de mercado y desarrollo institucional.
  • Por otro la existencia misma de un sector “Republicano” con el interés, el enfoque y la capacidad para generar mejoras sostenidas en la institucionalidad peruana.

Para ello hacemos uso de estadísticas[3] respecto a nivel de desarrollo institucional acopiadas por el Banco Mundial dentro del programa ‘World Governance Indicators’. En este programa se agregan diversos indicadores de calidad de institucional. Los aspectos a ser monitoreados son los siguientes:

  • Expresión y Rendición de Cuentas (VA)
  • Estabilidad Política y Ausencia de Violencia/Terrorismo (PS)
  • Efectividad del Gobierno (GE)
  • Calidad Regulatoria (RQ)
  • Imperio de la Ley (RL)
  • Control de la Corrupción (CC).

Estos indicadores son mostrados mediante percentiles, así cuando un país se encuentra en el percentil 70% en Efectividad de Gobierno, ello significa que el 70% de los países están por debajo del país mencionado en este indicador. Ello significa que a mayor valor del percentil mayor desarrollo institucional tendrá el país. Se hace uso de percentiles para que así sea posible agregar diversos indicadores ubicados en múltiples escalas.

A esta información de institucionalidad le hemos agregado el indicador de Libertad Económica del Cato Institute (EF), ello con el fin de ver la relación existente entre libre mercado y desarrollo institucional. Para los últimos gobiernos hemos dado los valores para cada uno de estos aspectos al final de su mandato.

Se puede observar que la entrada de Paniagua generó un cambio claro hacia un régimen con mayor libertad de expresión y rendición de cuentas como lo manifiesta el incremento en el valor de VA (17.91), también se dio una mejora significativa, aunque no tan alta en el Imperio de la Ley (8.91). Es digno de mención lo elevado, relativamente, de los niveles de Efectividad de Gobierno durante la época de Fujimori, lo cual explicaría en parte la importancia política del fujimorismo después del año 2000. También es notable que el gobierno del “mal menor” de Ollanta Humala muestre indicadores de corrupción más elevados que aquellos de Fujimori al final de su régimen. Es llamativo, también, que la Libertad Económica no haya tenido fluctuaciones muy abruptas a lo largo del tiempo, aunque las opciones apoyadas por la derecha tienden a mostrar niveles más altos que aquellos apoyados por la izquierda, lo que muestra cierto nivel de coherencia ideológica entre las políticas públicas y el alineamiento de las fuerzas políticas. De ahí que, a pesar de lo que se diga en muchas ocasiones, la ideología del gobernante sí importa, en cierta medida, para las políticas económicas en el Perú.

Esta tabla nos señala los cambios en los indicadores de institucionalidad en comparación a los gobernantes previos. Alberto Fujimori ha sido retirado de la muestra puesto que no existen indicadores previos a su gobierno a los cuales referirse. También se ha generado un indicador de “Efecto Institucional Neto” que refleja la suma de los cambios en los diversos indicadores durante el periodo.

Los resultados entran en claro contraste con las teorías de Vergara y las impresiones de múltiples líderes de opinión de izquierda. El gobierno, “Hortelanista” por excelencia de Alan García resultó ser aquel en que más mejoro la Libertad Económica (EF), lo que es coincidente con su imagen de derechista. Sin embargo, resultó también ser aquel en la que los indicadores en gobernanza tuvieron una mayor mejora en promedio, es decir aquel del que hay mayor evidencia de un progreso institucional (Efecto Institucional Neto). En el campo de la corrupción, si bien con los niveles altos de corrupción históricos del Perú, el gobierno de García mostro avances anticorrupción muy cercanos a los de Paniagua. A su vez los gobiernos electos en coaliciones políticas de calificados de “Republicanos” como Toledo y Humala mostraron retrocesos en los niveles de CC. El caso de Humala es llamativo puesto que llevo los indicadores de Control de Corrupción a los niveles más bajos alguna vez medidos y se dio un deterioro mayor que todos los avances registrados desde la caída de Fujimori.

Un análisis de correlación entre el indicador de Libertad Económica y el Efecto Institucional Neto muestra que el caso peruano no existe una correlación significativa con Control de la Corrupción (CC), el Imperio de la Ley (RL) o la Estabilidad Política (PS). Estos aspectos de la calidad institucional de un país parecen ser independientes de que tan a favor del libre mercado sea el Perú.

Los únicos casos en los que se encuentran niveles de asociación relevantes positivos es en el caso de Rendición de Cuentas (VA), Efectividad de Gobierno (GE) y Calidad Regulatoria (RQ). Es decir, en el Perú, la libertad económica se encuentra asociada a mejoras a los indicadores de calidad institucional o no tiene relación respecto a ellos.

Se puede considerar que la data peruana no es suficiente para arribar a conclusiones definitivas. Sin embargo, es mejor fundamentar posiciones respecto a algún grado de evidencia que respecto a antipatías o simpatías políticas, por más populares que sean en un determinado sector social.

Queda bastante claro, por la información mostrada, que no existe un sector “Republicano” que haya sido capaz de ejecutar reformas anti corrupción efectivas. En todo caso creer que entregar el control de la reforma judicial a sectores que se proclaman abanderados de la anticorrupción llevaría a resultados positivos es algo que choca contra la experiencia.

La evidencia mostrada parece indicar que cuando los sectores asociados al término “caviar” detentan un mayor control sobre las instituciones lo que se da es un retroceso en la capacidad de la sociedad para controlar la corrupción. Además, la Efectividad del Gobierno, imprescindible para una redistribución social efectiva, también se ve socavada. Además, las mejoras dadas durante el gobierno de Paniagua no se deberían a la existencia de acciones de un sector “Republicano” con “horizonte programático” sino seria resultado natural de la reinstauración del equilibrio de poderes tras la salida de un régimen autoritario y con corrupción generalizada, algo que se hubiera dado bajo casi cualquier gobernante en transición.

Sin embargo, hay quienes han estudiado, mediante métodos estadísticos solidos, la relación entre corrupción, crecimiento económico y libre mercado. Y las conclusiones de sus estudios no concuerdan con las premisas que han encontrado una voz florida en Vergara.

En el artículo “¿Hortelanos o republicanos?” el autor afirma: “Entonces, ¿por qué en estas últimas dos décadas hemos crecido económicamente mientras la vida pública se pudre por los cuatro costados? Porque como mandaba el catecismo, la inversión era “lo único” que nos haría progresar. Por gracia divina modernizadora, ella se convertiría en mejores instituciones. O, como repetía Jaime de Althaus en su libro del 2011 (¡citando a un marxista!): Sin burguesía no hay democracia. Ese es el corazón del mito hortelano.”

Pero resulta que hay evidencia de que el crecimiento económico sí genera, por si mismo, un mejor control de la corrupción.

  • En un estudio[4] titulado “El Crecimiento Económico Reduce la Corrupción?” se muestra como el crecimiento causa una reducción en el porcentaje que los sobornos representan de los ingresos las empresas.
  • Así mismo, en “Las Reformas de Mercado Brindan a las Reformas Anticorrupción una Mayor Fuerza: La Evidencia China”[5], se señala que la liberalización económica genera un incremento en los sectores de la elite deseosos de reformas anticorrupción.

Los estudios citados concluyen que el liberalismo económico genera una correlación de fuerzas sociales y políticas más hostiles a la corrupción.

Esto no implica que no habría que luchar contra la corrupción y que la misma no sea una tara para el desarrollo social y económico del país. Pero lo que queremos afirmar es que no existe una disyuntiva entre desarrollo institucional y liberalismo económico y que inclusive la evidencia señala que de darse una asociación esta seria de signo contrario.
En los años 80s la inestabilidad macroeconómica y el fenómeno terrorista impulsaron por parte de la sociedad la generación de reformas y propuestas respecto a cómo responder a semejantes desafíos. De las reacciones de la sociedad a esos dos fenómenos, influenció la naturaleza de las respuestas en políticas públicas que posteriormente se implantaron y que dinamizaron la economía del Perú y la expansión de la clase media.

El reto que enfrenta el Perú actual es la construcción de instituciones políticas sólidas que no se dediquen a utilizar el poder el Estado para canalizar riqueza a actores privados y a grupos privilegiados de la burocracia. De las ideas predominantes en la sociedad al momento de realizar las reformas dependerá el tipo de instituciones que definirán por décadas el tipo de proceso de desarrollo que seguirá el país. Por ello es necesario que las ideas al respecto se fundamenten en evidencias y no en las antipatías y simpatías políticas. Lampadia

 

[4] Bai, Jie, Seema Jayachandran, Edmund J Malesky, and Benjamin A Olken (2013), «Does Economic Growth Reduce Corruption? Theory and Evidence from Vietnam.» National Bureau of Economic Research Working Paper 19483.