Por: Anthony Laub
Perú21, 14 de Octubre del 2022
Tuve un desayuno en Café de Lima y cuando salí, mi auto estaba siendo lavado por un hombre. Me sorprendí, pues no había acordado el servicio y ante mi asombro me dijo compungidamente: ¡Perdón señor, me equivoqué de auto! El carro que debía lavar era similar al mío.
Le pedí que por favor continuara y mientras terminaba, conversamos. Miguel, un hombre sencillo, de contextura delgada, tez morena, canoso y dueño de una cálida sonrisa, empezó a educarme sobre la vida, política, Castillo y el daño que estaba ocasionando.
Miguel estaba preocupado, pues Castillo estaba ahuyentando la inversión privada lo que iba a redituar negativamente en él, pues si la inversión decae y se cierran empresas, su trabajo iba a afectarse, pues clientes como yo, prescindiríamos de ciertas cosas o se cerrarían establecimientos como Café de Lima (su lugar de trabajo); tal como pasó en Cuba o Venezuela. Eso que economistas como Francke o congresistas como Sigrid no entienden, Miguel lo tiene claro.
Subrayó que la Constitución ha sido beneficiosa para el pueblo y no como dicen que solo ampara a unos cuantos grupos de poder.
Me dijo que la gente resentida vive del odio y que estos son las personas más peligrosas pues no construyen, solo destruyen. Anhela vivir en un país democrático y próspero en el que sus hijos puedan tener un mejor futuro y para que ello suceda, Castillo tiene que salir, expectorado por el pueblo ya que del Congreso no espera nada.
Pagué el servicio, nos estrechamos la mano y nos despedimos. Yo salí contento por un buen trabajo y por las esperanzadoras y prístinas lecciones que este hombre sencillo, pero inmenso me regaló. Gracias Miguel