EDITORIAL DE Lampadia
Pablo Bustamante Pardo
Director de Lampadia
Parafraseando a Dan Hammarskjold, (sobre las Naciones Unidas), podemos decir que: “La Constitución de 1993 no se hizo para llevar a los peruanos al cielo, sino para evitar que vayamos al infierno”.
A ese infierno en el que vivimos en los años 60s, 70s y 80s.
Por eso es que lo que debemos hacer es mejorar nuestras instituciones y nuestro modelo de desarrollo. Destruir lo avanzado es una traición contra los pobres. Contra aquellos que no llegaron a salir de la pobreza a pesar de haberla reducido de 60 a 20%. Una traición contra la clase media que aún estaba afirmándose.
Esa Constitución de 1993 no solo permitió la reducción de la pobreza, también permitió bajar la desigualdad, eliminar la inflación, aumentar la esperanza de vida, llevar, de la mano de la inversión privada, más empleo a las regiones, y bajar la mortalidad infantil.
Nos permitió salir de ese infierno de las décadas perdidas (60s, 70s y 80s), en las que la inflación desaparecía nuestros ingresos, en que sufríamos terribles escaseces de bienes básicos, como hoy sufren los venezolanos. Entonces, en el Perú, todos éramos pobres:
- los ciudadanos, con un PBI per cápita de 968 dólares (1989);
- el Estado, que el año 1990 tuvo una presión tributaria de 3.7% del PBI; y
- las empresas, la más grande facturaba 600 millones de dólares anuales, mientras las empresas ecuatorianas llegaban a vender 1,500 millones por año.
Hacia el año 2011, el Perú había dejado de ser un ‘Estado Fallido’, para convertirse en una gran promesa de desarrollo, según todos los analistas internacionales. Veamos algunas evidencias:
Desgraciadamente, desde el proceso electoral del 2011, se empezó una campaña negacionista, de confusión y de odio, que devino en la elección de Ollanta Humala, cuyo gobierno desandó buena parte de nuestros avances, especialmente en la promoción de la inversión privada, se multiplicó la burocracia y los trámites, y se llenó el Estado de burócratas anti economía de mercado.
Así fue cayendo la inversión privada y el crecimiento. El Estado desperdició los recursos presupuestales sin corregir nuestras deficiencias en educación, salud e infraestructuras. Perdimos la oportunidad de consolidar nuestro desarrollo integral, sobre la base de los logros de la primera década del siglo.
Ese triste espacio de deterioro, que no supimos evitar, fue heredado por PPK, que en vez de corregirlo lo entronizó hasta entregando más espacios a la izquierda. Y no digamos nada del gobierno de Vizcarra, que le ha entregado ministerios y el manejo de la crisis sanitaria a gente vinculada al Frente Amplio, el partido de la izquierda anti sistema y anti inversión privada, de ideas pre Muro de Berlín.
Por eso en Lampadia insistimos que destruir es una traición al Perú, una traición a los pobres. Por eso, a diferencia de Vergara, d’Argent, Ganoza y Ghezzi, insistimos en ver el vaso medio lleno, en negar la confusión, y en apostar por el empuje y entereza de los peruanos. En recuperar la memoria de lo que somos capaces de hacer, asumiendo, cada uno de nosotros, la gesta del desarrollo que demandan nuestros hijos y nuestros nietos. Lampadia