Por: Fernando Rospigliosi
Expreso, 23 de agosto de 2021
Una de las frases más repetidas hoy en día por algunos ciudadanos preocupados por la trágica situación que vive el país y las más que sombrías perspectivas, es que no existen los suficientes votos en el Congreso para vacar al nefasto gobierno de Pedro Castillo.
Muchos entienden ya, a estas alturas, que la única alternativa viable para el Perú es sacar del poder a esta caterva de incompetentes, corruptos y vinculados a Sendero Luminoso y el MRTA. Las ilusiones que trataron de vender los caviares, deseosos de rodear a Castillo y seguir mamando de la teta estatal, se han disipado rápidamente.
Otra fantasía es que el actual gabinete ministerial no es representativo de Castillo y Vladimir Cerrón, es decir, que constituye una gavilla especialmente infernal, escogida para provocar al Congreso y acelerar su disolución después de dos negativas de confianza.
Ese es un error. El gabinete representa directamente lo que son. No hay manera de que encuentren en sus filas personas competentes, experimentadas, honestas y sin vínculos con SL y MRTA. Si no, basta mirar a sus congresistas, que son muy parecidos a sus ministros. O al propio Castillo, un individuo que balbucea incoherencias, que es incapaz de dar un mensaje de esperanza a un país sumido en una grave crisis y manifiestamente inepto para gobernar.
En suma, son lo que son y eso no va a cambiar.
El asunto es que si se consolidan en el poder, sin duda lograrán imponerse e instaurar una dictadura chavista como han anunciado que van a hacer.
Por eso no hay mucho tiempo para expulsarlos del gobierno al que se han encaramado ilegalmente. El asunto, dicen algunos, es que no hay votos suficientes en el Congreso. Esa es una manera equivocada de analizar las cosas. En noviembre del año pasado tampoco había votos para vacar al Lagarto. De hecho una primera intentona fracasó. E inesperadamente para los observadores, se juntaron 105 sufragios para expulsarlo del poder.
Tampoco había votos para vacar a Pedro Pablo Kuczynski luego del fallido intento de la oposición en diciembre de 2017. Seguramente lo mismo hubiera sucedido en marzo de 2018, de no ser por el absurdo e innecesario intento de seducir a algunos congresistas adicionales, que cambió de una semana a otra la situación.
El 2000, después que Alberto Fujimori anunció su intención de dejar el gobierno al año siguiente, y cuando varios de los más destacados opositores se mostraron de acuerdo, la persistencia de los radicales dio sus frutos. Lo que parecía imposible ocurrió, cuando una parte de la bancada oficialista vinculada a Vladimiro Montesinos se pasó a la oposición.
Así, no se trata de contar los votos hoy en un Congreso en que –al igual que los anteriores- hay muchos utilitarios, vacilantes y desorientados.
Hay que tener definido el objetivo y avanzar hacia él. Por supuesto, no es seguro que se logre. Pero es la única opción para salvar al país.